Siria en su encrucijada




Hace casi una década visité la exposición arqueológica que el gobierno sirio de Bashar al-Assad auspició y subvencionó en Medina Azahara (Córdoba), con el sugerente título de “El esplendor de los Omeyas”. Al Assad el día de la inauguración oficial acudió a España y se mostró orgulloso, seductor y atento en compañía de muchas personalidades españolas que ahora se sonrojarán de esas imágenes, visto el cruel semblante adoptado por el que parecía un joven presidente con aires de modernidad occidental. La exposición patrocinada por la Junta de Andalucía suponía una exhaustiva muestra de los avances arqueológicos en el yacimiento y una muestra del esplendor (en efecto, el califato fue el reino más esplendoroso de Europa en el siglo X) que alcanzó la cultura andalusí en la época califal. Algunas piezas de gran valor fueron cedidas por el museo de Damasco. España y Siria deseaban significar que compartieron historia durante siglos.

Once siglos después el esplendor Omeya está tan apagado como los barrios de Alepo y Damasco bombardeados y asediados por el ejército de Assad; y la historia de Siria y España está tan desvinculada como la de Belice con Finlandia. Igual que hace poco más de un año en Libia, estamos contemplando la desintegración de un régimen autoritario y personalista. Al Assad está en el poder gracias al legado de su padre, Hafez al-Assad, líder de la minoría alauí y creador de un partido “único” que ha gobernado Siria desde loa años 60, el partido Baaz (Partido del Renacimiento Árabe Socialista). Aunque este partido tuviera carácter laico y se declarase próximo a los postulados marxistas (más que nada para agradar al aliado sirio por excelencia, la antigua URSS, hoy Rusia), no ocultaba la realidad de aglutinar a la minoría confesional alauí, a la que pertenece el clan de los Assad. Enfrente el resto de la sociedad siria, de mayoría suní.

¿El actual conflicto es de raíz confesional? No, no es la causa ni la motivación principal que ha llevado a los rebeldes a empuñar las armas. Es un componente más del descontento social y económico que se vivía en Siria, al igual que en otros países del mundo árabe y que detonaron las rebeliones de la “Primavera árabe”. Para la mayoría de suníes el régimen apoyado por la minoría alauí ha sobrepasado los límites, se ha convertido en un grupo de poder que ostenta el control del estado de forma vertical y que ha favorecido el enriquecimiento del entorno de esa minoría, la única que parece apoyar fielmente al presidente Bashar al-Assad, en detrimento de la gran mayoría que ha visto como empeoraban sus condiciones de vida. Las deserciones en el ejército y las huidas masivas de población corresponden a los suníes.

Que esta rebelión social por el cada vez mayor descontento político y económico de los sirios haya derivado en guerra civil, a diferencia de Túnez o Egipto, se explica porque Assad ha contado con el respaldo del grueso del ejército y con el apoyo popular de parte de la población que se siente cómoda con un gobierno fuerte que hacía políticas sociales. En Egipto, por ejemplo, las Fuerzas Armadas dieron la espalda al dictador Mubarak. Por eso derrocar al régimen sirio de los Assad será más difícil, que además cuenta con el inquebrantable apoyo de Rusia y de la potencia islámica de la región, Irán. Aunque cada día amanecemos con noticias de deserciones en el ejército, incluso recientemente la sorprendente del primer ministro sirio, la realidad es que Bashar al-Assad sigue manejando batallones enteros de un ejército que solo en parte le ha traicionado. La guerra, como vemos en Alepo, se ha convertido en un combate de movimientos, avances y repliegues de los contendientes. Por seguir comparando, el caso sirio empieza a parecerse cada vez más al de Libia. Y… ¿hay democracia en Libia?


Gustavo Adolfo Ordoño ©

Periodista e historiador 

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