Érase una vez una tierra fértil,
bañada por el Nilo, y gobernada por semidioses, que engendró una civilización
excelsa, sin parangón en el mundo conocido. Los faraones divinos eran venerados
por un pueblo obediente y agradecido, pues las tareas más ingratas las
realizaban esclavos, hombres y mujeres que asumían su condición con el
resignado convencimiento de que los dioses bastante hicieron con darles la
vida, cobijo y alimento. Egipto elevó su grandiosidad en forma de pirámides que
asombraron al mundo y... que siguen asombrándonos, en estos tiempos donde los esclavos-ciudadanos pierden la vida,
luchando por un mejor y digno cobijo y alimento.
El Egipto actual tenía por
primera vez en su historia un gobernante civil y elegido en uso de la democracia.
El mandato del islamista moderado Morsi ha durado poco más de un año. En el país
vuelven a detentar el poder los que siempre lo tuvieron, los militares. El ejército
egipcio ha significado en la historia contemporánea del Estado norteafricano el
eje que ha movido su destino. El nacionalista árabe Nasser fue uno de los “Oficiales Libres” que derrocaron al rey Faruk
en 1952; Anuar el Sadat, sucesor de Nasser, otro militar héroe de las
guerras contra Israel, acabaría recibiendo el Nobel de la Paz por los Acuerdos
de Camp David y siendo asesinado como consecuencia de ese acercamiento a los
judíos por integristas islámicos durante un desfile militar en 1981.
El sucesor de el Sadat, Mubarak, fue derrocado hace
dos años y medio en la conocida ‘Primavera Árabe’; en su toma de posesión en
los años 80 juró vengar a su mentor político y su maestro militar asesinado,
tenía un prestigio de héroe de la Guerra del Yom Kipur (guerra contra Israel en 1973) y lo usó para
potenciar su línea cívica y laica dentro de la sociedad egipcia frente al
creciente islamismo. Precisamente, el movimiento islamista ‘Hermanos Musulmanes’
logró la victoria electoral en el proceso democrático, que en teoría, se abría
en Egipto tras las ya célebres revueltas sociales de la Plaza Tahrir que le derrocaron.
El caminar de tortuga, un paso de
caracol camino de verdaderas instituciones democráticas ha desvirtuado al
impulso cívico que supuso la energía de la Plaza Tahrir. En ese movimiento
ciudadano convivieron los que luego votaron en democracia, estuvieron los
islamistas moderados y los egipcios partidarios de una mayor modernidad cívica
y social (con los matices árabes). Ahora no. El país está viviendo episodios
propios de una guerra civil (¿otra más en el espacio musulmán?). La ausencia de
una cultura democrática en ambos bandos ha permitido que el protagonismo vuelva
a estar en manos de los “faraones armados”, los militares egipcios.
El movimiento opositor a Morsi no
ha tenido la paciencia y la tolerancia democrática que se presupone en todo
talante democrático. Una vez investido y aceptado como presidente legítimo vía
las urnas, Morsi, tiene todas las de la ley en su mano para exigir ser
restituido. Que su predicamento islamista moderado no guste a la mitad de la
sociedad egipcia no es motivo suficiente para un golpe de Estado. En democracia
muchos partidos islamistas “de centro” han
llegado al poder; si nos ponemos a observar en casi todos los países que
comenzaron procesos democráticos los triunfadores de las elecciones libres
fueron islamistas moderados.
Que no es del gusto occidental es
hasta razonable pensarlo, pues la visión rousseauniana de la
democracia en Occidente impide que otros poderes, como los religiosos, estén al
frente de los Estados. Pero que ocurra en la misma sociedad civil egipcia, resulta
más complicado de analizar. Es evidente que Egipto es uno de los países
musulmanes más laicos, pero la fuerte presencia de “lo árabe” hace que ese
laicismo sea muy particular o singular. Para el árabe está en su ADN impregnado
lo religioso con lo cívico, con lo político (poder) y, evidentemente, con lo
militar. Mahoma fue el “primer guerrero” de la Yihad. ¿Por qué la mitad de la
sociedad egipcia no tolera al islamismo moderado?
Si la respuesta es tan sencilla
como decir que es una cuestión de lucha de poder, una excusa para no aceptar su
derrota electoral en el tan deseado movimiento democrático de la Plaza Tahrir,
el panorama egipcio “pinta muy mal”. El caminar ya no es de tortuga, ahora los
pasos son de cangrejo y se ha retrocedido tanto o más que a la era Mubarak. Sea como fuese, lo que hay que desear es no ver otra nueva guerra civil, que Egipto vuelva a ser un régimen militar sería el mal menor. A la democracia que retomen el paso de caracol... si no conocen otro.
Fuente de la fotografía:
AP; a través de:
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