Partiendo de una obviedad se
construyen grandes dramas. Sabiendo que todos engañamos y mentimos alguna vez,
que en la naturaleza humana están presentes los más mezquinos sentimientos junto
a los actos más dignos, podemos componer hondas tragedias y montar las operetas
más infaustas. Que Estados Unidos espía a todo el mundo y que todo el mundo
intenta espiar a EEUU es una obviedad. Ahora bien, un espía arrepentido, que
reniega de su viejo oficio, el joven estadounidense Edward Snowden, reveló a la opinión pública mundial que ese espionaje
era masivo, ya no discriminaba objetivos y se hacía en el ámbito privado de los
ciudadanos de su propio país y de otros países espiados, muchos, casi todos, aliados fieles de
Estados Unidos. Era el colmo, la opereta estaba servida.
El espionaje es un arma antigua
que se sofisticó a raíz de la II Guerra Mundial y que tuvo su época dorada
durante la Guerra Fría. El oficio de espía pasó al imaginario cultural en forma
de novelas, de género fílmico (“vamos a ver una de espías”), de serie de
televisión, de cómic, incluso de mito o icono del siglo XX con la aparición del
célebre agente 007, personaje literario de Ian Fleming convertido en saga de
películas, las de Bond, James Bond.
Durante la tensa guerra fría
entre el bloque comunista y el capitalista, la caza de espías era un deporte más.
Rara era la semana donde no apareciese un titular de prensa con la captura de
un espía de un bando u otro; o con la revelación de un escándalo de espionaje
entre el “mundo libre” y el “paraíso socialista”. Los agentes de la joven nación
hebrea, Israel (1948), pronto se pusieron a la cabeza en el ranking de
espionaje mundial. A su tarea de contener la expansión comunista por Oriente
sumaban experiencia con la captura del nazi criminal, huidos al finalizar la
gran contienda y repartidos por medio mundo. Los servicios secretos de
dictaduras latinoamericanas tendrían en estos nazis “ocultos” buenos maestros
en su oficio de represión y control de la ciudadanía.
Pero llega el año 1989 y se
desmorona el Muro de Berlín y parece que la Guerra Fría tiene un único vencedor,
el autoproclamado como ‘Mundo Libre’. Las nuevas tecnologías ahondan más la
globalización del mundo iniciada con las revoluciones industriales y del
transporte. ¿Qué amenaza toca espiar? Tras algunas dudas que hicieron mantener
los cánones clásicos de espionaje, se produjeron los atentados de las Torres Gemelas y el Pentágono. Ahora el objetivo estaba claro, había que espiar al
mundo global que había permitido que unos turistas y estudiantes musulmanes se
diplomaran en pilotaje de aviones y adquiriesen unos billetes de avión para
estrellar los aparatos que secuestraron contra edificios de Estados Unidos.
La opereta paranoica por la
extrema seguridad estaba compuesta. Se espiaba todo: llamadas de móvil, correos
electrónicos, compra de billetes de avión y tren, transacciones económicas,
navegación por páginas web... Aunque
de forma oficiosa se hacía ver a la opinión pública que ese espionaje era por
el bien de la ‘seguridad nacional’, una entelequia que ha servido de comodín a
todos los gobiernos del mundo. Ahora esa violación de lo privado ha llegado al
máximo extremo y se ha realizado sobre particulares de forma indiscriminada y
sin motivos aparentes de necesidad.
Snowden, al igual que Julian Assange,
ha querido entrar en la escena como principal protagonista. A diferencia de Assange,
el controvertido informático que permanece “autoexiliado” en la embajada de Ecuador
en Londres, Edward Snowden, aunque analista informático también, pertenecía a
una organización militarizada de espionaje, la Agencia Nacional de Seguridad
(NSA), recordando su acción a la época dorada del espionaje, cuando centenares
de espías se convertían en traidores al pasarse al otro bando o cuando,
arrepentidos por sus actos “ilícitos”, desmantelaban todos los programas desarrollados
con su agencia y desaparecían huyendo a algún remoto rincón del mundo.
Pero Snowden es ahora principal víctima
de esa ‘globalización’ de lo íntimo, particular, y no podrá “desaparecer”; sólo
conseguirá mantener la emoción de la opereta mundial, a la que se ha sumado con
fuerza la América boliviariana. ¿Tendrá asilo en Ecuador, en Nicaragua o en la
Venezuela del presidente Nicolás Maduro? ¿Será interceptado por los espías de
su propio país antes? Como en los años 60 y 70 del pasado siglo, está bien
desayunarse todos los días con titulares de “una de espías”.
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