Al menos así debería ser. Siria,
cuestión europea. No es que como europeo quiera acaparar la atención y las
valoraciones sobre un conflicto que afectará, evidentemente, a la paz y a la
seguridad mundiales. Es una cuestión de principios geopolíticos y por
añadidura, sociopolíticos. La zona siria no está vinculada a Europa sólo por la
proximidad geográfica, lo está por razones tan prosaicas como las militares,
económicas e históricas... y por algo tan elemental como por cuestiones
humanitarias.
Conozco a un matrimonio sirio,
integrado de forma perfecta en la vida de Madrid, propietario de un
restaurante de comida árabe. Sus hijos son tan españoles como sirios. Él se
muestra incrédulo ante las acusaciones internacionales contra “su presidente” Al
Asad. Es el cabeza de familia y es partidario del orden y de la seguridad, no
le importa que el régimen de Al Asad sea visto en Europa y EEUU (Occidente)
como tiránico, carente de libertades y violador de los derechos humanos. Él
sabe, está convencido, que “su presidente” batalla de forma resolutiva contra
el “terrorismo internacional”. Ella, una mujer muy habladora (como todas las
musulmanas cuando cogen confianza), se pone colorada no de vergüenza, de ira,
cuando escucha a su marido. Ella quiere democracia, libertad. Ella piensa que
los rebeldes traerán esas cosas que disfruta en Europa (por mucho que nos
pongamos críticos, gozamos, con sus defectos, de democracia) a su tierra. Los
hijos “pasan” de todo.
En definitiva, aunque sea para que
no me sirvan fría y cocinada sin ganas la Muhammara
(crema de pimientos con nueces), tengo ganas de intervenir, de frenar esas
discusiones familiares, de poner paz en... Siria. Tan estúpida ironía me sirve
para llamar la atención sobre mi reflexión. Es Europa quien debería estar a pie
de calle, en la casa siria, recriminando el comportamiento de todos cuando se
ha llegado a los extremos más extremos. Pero no la Europa que, otra vez, va de
la mano de Estados Unidos y del marco de la OTAN, sino la Europa democrática
con Parlamento e instituciones cívicas.
Algunos analistas de clara línea
‘antimperialista’ (en América Latina, sobre todo) sacan del armario los
vestidos más negros del pasado de Occidente, como su intervención militar en
Irak en 2003 en pos de buscar una armas químicas que no existieron nunca. No
habría que irse tan lejos y acordarse de Kosovo. Al final fueron los aviones
imperialistas de la OTAN los que frenaron los horrores contra la población
civil de ese conflicto, a pesar de lo horrible y singular que es arreglar
matanzas provocando otras... aunque sean “selectivas”.
La escenografía que se está
preparando parece indicar que habrá una intervención militar del poder
geopolítico más poderoso de la región: la OTAN. No podía ser otro. Aunque esta
vez, en la conciencia de los europeos, incluso de la mayoría de los políticos
europeos, está la idea de que cualquier decisión o medida que se tome no será
la buena ni la más adecuada. Pero peor sería NO hacer NADA. Si queremos ser
cada vez más civilizados hay que demostrarlo. El mundo debe regirse por el
Derecho Internacional amparado en la ONU y no por las “visiones” del Mundo que
cada Cultura tiene.
Reprobar a los Estados
autoritarios, a los regímenes criminales o a los rebeldes, actitudes salvajes
es de recibo; evitar que las vuelvan a hacer es responsabilidad de las naciones
que quieren vivir en paz y justicia. Ahora bien, una vez que pidamos nos hagan
la Muhammara con amor y calma.
¿Volveremos a preocuparnos del restaurante sirio?
Fuente de la fotografía y derechos de:
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