Jóvenes austriacas enarbolan banderines nazis dando una calurosa bienvenida a las topas alemanas. Hitler entra en su Austria natal el 12 de marzo de 1938. El pasado 2013 escribía un artículo en el 75º aniversario de ese hecho histórico en la sección de Historia del Siglo XX de una Web. Parece que este febrero-marzo de 76 años después nos traerán la efeméride de otra posible anexión, la de Crimea, península ahora ucraniana, a Rusia. El texto sobre la anexión de Austria por Hitler en 1938 se transcribe debajo de la imagen que le muestra entrando a su tierra natal cual emperador romano por la Vía Augusta.
En los albores de la II Guerra
Mundial el sueño pangermánico de
Adolf Hitler se cobraba su primera pieza sin disparar un solo tiro. Al menos
eso parecía, sin embargo el proceso de anexión fue largo y se forzó con el asesinato
del canciller austriaco en 1934 y una invasión militar en marzo de 1938. Ante
el entusiasmo de la población, que no rechazó a los soldados alemanes, se
celebró un referéndum en abril de 1938 que consultó a austriacos y alemanes si
deseaban la “unificación”, considerándose natural esa anexión entre los dos
pueblos con raíces germanas más “puras”.
El resultado fue una rotunda
victoria del Sí. El 99,7 % del votante austriaco y el 99% del alemán rubricaron
con su voto positivo la anexión política y administrativa de Austria al III Reich.
Una oportunidad única
En el clima político de Europa en
esos años
pre bélicos todo estaba a favor de los propósitos expansionistas de
Hitler que miraban a Viena. Francia sufría la desunión política y Gran Bretaña
se mostraba indiferente, Italia acercaba posturas con Hitler y se alejaba de la
hasta entonces aliada Austria. También la sociedad austriaca daba señales
claras de desear la unión con Alemania. La oportunidad era excelente y única.
Hitler no la desaprovechó, el 13
de marzo de 1938 entró por su pueblo natal, Braunau, a Austria, siguiendo el
viaje “nostálgico” por Linz, la ciudad de su adolescencia donde el recibimiento
fue apoteósico. Las fotos del momento no dejan lugar a dudas, el pueblo
austriaco en su mayoría daba la bienvenida al Führer. Los mismos jerarcas nazis
que acompañaban a Hitler en su entrada triunfal a Austria se sorprendieron de ver tantas banderas con la esvástica y
retratos de Hitler en las manos de la muchedumbre que les vitoreaba.
Un golpe frustrado y un asesinato
El asunto austriaco no fue tan
sencillo como ese paseo militar hace ver. Durante todo 1934 el dirigente alemán
intrigó con las fuerzas nazis de Viena para presionar al canciller de Austria,
Dollfuss, que era su obstáculo más sólido en el camino de anexionar el
territorio que le vio nacer. El canciller austriaco Dollfuss era el centro de
las burlas en la jerarquía nazi, un hombre muy bajo, apenas un metro y medio,
que era insultado por el mismo Hitler con el apelativo de Milimetternich. Pero
esa corta estatura no se correspondía con el carácter valiente y fuerte del
líder austriaco.
Durante el asalto en julio de
1934 a la chancillería por miembros de la SS austriaca se mantuvo firme,
combatiendo en la refriega. El golpe de estado no cuajó al no contar la
conspiración nazi con sólidos apoyos entre la guardia austriaca y el ejército
de la capital. Muchos participantes en el ataque fueron detenidos, otros
huyeron a Alemania. Cuando encontraron desangrado y muerto a Dollfuss, las
autoridades provisionales austriacas amenazaron con pedir ayuda a su aliado
italiano. Mussolini, que esperaba en vano a Dollfuss en el balneario de Riccione,
determinó mandar cinco divisiones a la frontera norte con Alemania. Hitler
reculó, aún no se sentía fuerte.
Un plan “vital” postergado cuatro años
Aunque parezca mentira, en el
verano de 1934 el ejército nazi aún no era esa invencible máquina de guerra de
finales de la década. A Hitler le causa incertidumbre y gran malestar ese
movimiento de fuerza italiana, además no está seguro de la reacción de
británicos y franceses. Finalmente, usando la capacidad diplomática de su
vicecanciller Von Papen que era partidario de hacer ver que Austria no era tan
importante, logra tranquilizar la tormenta. La estrategia ahora era fortalecer
su poder en Alemania, la muerte de Hindenburg estaba próxima. Había que seguir
rearmando al ejército. La anexión austriaca sería cuestión de tiempo.
El arma más poderosa para
conseguir la anexión estuvo en la actividad
semiclandestina de las SS austriacas y del partido nazi de Austria.
Una de las obsesiones de Hitler es que el sucesor de Dollfuss, el nuevo
canciller Von Schusschnigg, legalizase a todas las agrupaciones nazis que
proliferan en Austria. La presión fue tal que en una reunión forzada de
ambos, en febrero de 1938 en Obersalzberg, el líder nazi fue tan despectivo y
colérico que el encuentro se asemeja más a una amenaza de muerte. Von
Schusschnigg tuvo que firmar un documento garantizando la legalidad del partido
nazi austriaco y la entrada de tres ministros nazis en su gobierno.
Von Schusschnigg, de regreso a Viena, aún intentó jugar una última baza. Convocar un referéndum. Hitler irritado no tardó ni un día en amenazar con la invasión, no quería dudas de última hora en su plan “vital” de anexión. El canciller Schusschnigg no encontró apoyo para su idea de consulta popular, dimitió. El 13 de marzo Hitler entra a Austria por su pueblo natal.
Gustavo Adolfo Ordoño ©
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