Hay guerras que son buenas y
guerras que son malas, pésimas. Muchos de ustedes no estarán de acuerdo con la
anterior frase y lo que expone; el autor de estas líneas tampoco está muy
conforme con esa idea. Existe la tendencia del vencedor a denominar la guerra
que acaba de ganar como buena y necesaria. La Segunda Guerra Mundial tiene un
imaginario de buenos y malos muy claro y es el conflicto “necesario”, el
empleado por todos los belicistas para reclamar su derecho a guerrear, un ‘bien’
que por mal no venga, para eliminar al genocida Hitler y acabar con el fascismo
italiano (lástima que de paso no acabasen con la versión española, el
franquismo) y el imperialismo japonés. Objetivos que han quedado como muy
loables en la Historia. No podía ser de otra forma.
El presidente Bush Jr. y sus
aliados fueron los que más usaron esa idea de la guerra buena para hacer el ‘bien’
en las guerras que emprendieron tras el ataque terrorista del 11 de septiembre
del 2001. Lo malo es que la mayoría de las sociedades de esos países creyeron
en esa misma épica del bien bélico como en la II Guerra Mundial para los casos
de las guerras de Afganistán e Irak. Que el concepto de “Bien” es relativo no
es algo que vaya a descubrir ahora. Sin embargo, la ética y/o la religión no
permite relativismo. Lo que es bueno, aquello que representa el bien debe
quedar definido de forma nítida ante lo que supone su reverso, el “Mal”.
El otro día, una tarde de domingo
donde las horas duran 90 minutos, vi una película que me pasó desapercibida en
la cartelera de Cine; se trata de “Mi nombre es Khan”
(2010). Me enganchó porque es ideal para esas sobremesas familiares delante del
televisor. Es un ‘Forrest Gump’ a la India; es decir, una película realizada en
los EEUU por un director y actores indios sobre las vivencias de un emigrante
indio musulmán que padece el síndrome de Asperger. Si Forrest era un inocente,
un hombre con poco intelecto pero gran corazón, Khan era un individuo dotado de
gran inteligencia pero con capacidad sensitiva mermada por su enfermedad.
Parece que la metáfora del conocimiento y del entendimiento del ‘bien’ pasa por
tener afectada la inteligencia emocional; de otra manera, nos viene a decir la
idea de estas películas nuestra percepción del bien y del mal está influida por
el relativismo.
Para los terroristas integristas
islámicos del 11-S estuvieron muy bien los atentados, fueron un acto obligado,
necesario, para el bien de sus creencias y su “conocimiento” de la verdad o de
la realidad. Para el protagonista entrañable de “Mi nombre es Khan” fue el
inicio de todo lo malo, del mal como determinante de su vida, aún compartiendo
la doctrina religiosa de los terroristas. No les voy a contar la película por
si no la han visto, pero sí destacar una frase que es repetida como guía en la
vida del protagonista y como filosofía vital. Su madre le dijo de muy pequeño,
cuando veía las batallas cámpales entre los musulmanes y los hindúes en su
India natal, que tuviera en cuenta una sola cosa en sus relaciones con los demás:
“en el mundo, hijo, sólo hay dos tipos de personas, las buenas y las malas; las
que hacen el bien y las que hacen el mal”.
Nadie dijo que sería fácil.
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