No sé a ustedes, pero a mí la Unión Europea me produce contradictorias
sensaciones. Es como esos bellos objetos, caros y refinados en su manufactura,
que adornan un gran salón de una casona; valioso y considerado por todos los
habitantes de la casa, aunque obviado o ignorado en sus funciones que pensamos
meramente decorativas. No obstante, sin ese jarrón azul situado en el centro de
la sala perderíamos la sensación de orden, de acomodo, de que todo esta Ok. Nos
faltaría algo. Es una sensación que todos hemos tenido, prueben a pasar por un
sitio donde existía una presencia fundamental y ya no esté. El sentimiento de
vacío y abandono es mayúsculo, aunque lo que falte sea un modesto reloj de pared
en una cocina.
Lo que hoy es la Unión Europea es muy distinto a lo que era en origen, a lo
que pretendió ser. Para el euroescéptico la anterior frase le parecerá falsa, pues la Unión Europea no
deja de ser un acuerdo de interés mercantil entre socios de un mismo continente,
que no debería inmiscuirse en los objetivos políticos de cada Estado. Pero esto
no es así por una sencilla razón, esa idea es más un deseo que una realidad. A
pesar de los escépticos, Europa es una unidad política; un ente político real y
sólido. Quizás sea ese jarrón azul de porcelana Meissen en
medio del gran salón, en apariencia frágil, como todos los jarrones, aunque
fundamental para el bienestar y la estética/ética del hogar.
Una realidad política que va a celebrar sus elecciones generales al
Parlamento Europeo, algo que nos toca cada cinco años en el viejo continente.
Desde el último incorporado, Croacia, hasta los veteranos franceses e
italianos, deberán hacer el esfuerzo de acudir a las urnas. Y digo esfuerzo porque se prevé una alta abstención. ¿Los motivos? De sobra conocidos, pero no
por ello menos preocupantes. ¿Opción de protesta la abstención? A mi entender
sería un error protestar no votando. Si en la lógica democrática se permite la
presentación de partidos extremistas en su ideología, como la ultraderecha
francesa y los nacionalistas británicos, que directamente defienden la
desaparición de la Unión Europea o los partidos de izquierda radical que abogan
por desarticular cualquier control financiero por parte de instituciones
centralizadas (BCE); por qué quedarse en casa y no ir a votar a estos partidos
que significan la mayor protesta contra algo, su muerte política.
Quizás ese razonamiento no es correcto porque detrás de la abstención
existe más que una protesta una desconfianza hacia la clase política y el
convencimiento de que votar no sirve para nada, que todos los partidos
principales son iguales. Además, en el caso de las elecciones europeas se suma
la indignación en muchos países de cómo la jerarquía de la Unión ha llevado la
gestión de la crisis; no se quiere votar a quien te está poniendo las cosas tan
difíciles en tu vida cotidiana. El hastío, la resignación, la desinformación,
la ignorancia (pocos españoles conocen bien qué es la UE) parecen ser otras
probables causas de la abstención elevada que aluden las encuestas
pre-electorales.
Me cuesta exponer una defensa del voto y llamar a la No Abstención porque es la línea de campaña de partidos que no son
de mi simpatía política, pero quiero defender la necesidad de seguir
manteniendo lustroso y visible el viejo jarrón de la democracia, sugiriendo que
si lo que quieren es protestar vayan a votar, que hablen sus votos. Así podrán
hablar opciones que van contra natura de la misma Europa, ya que la tolerancia
es esencia de la libertad. Por ejemplo, puede parecer paradójico votar a
partidos como Bildu
(independentismo de extrema izquierda vasca) o a los independentistas burgueses
catalanes (Coalición por Europa) porque de triunfar sus objetivos políticos en
el acto dejarían de estar en la Unión Europea, pero sus votantes saben que
protestar pasa por tener la capacidad de expresar, de “parlamentar” (Parlamento Europeo).
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