Es fácil llegar a una conclusión:
el ser humano necesita expandirse. Si hacemos caso a la repetición de un
fenómeno en la historia de la humanidad como rasgo definidor, podemos
argumentar que al Hombre le es vital explorar, invadir y conquistar nuevos
territorios. Como contraste, algunas culturas hicieron una remota e inicial
expansión y se quedaron asentadas para siempre en su cerrado mundo, sin aspirar
a otra cosa que a adaptarse bien a su entorno inmediato. El mejor ejemplo lo
encontraríamos en las tribus amazónicas. Pero como es un mínimo denominador, no
resta importancia a ese común fenómeno tan propio del ser humano de ampliar
fronteras.
Las inquietudes y la motivación
para emprender esas conquistas han sido muy variopintas. El factor alimentario
es obvio cuando eres cazador recolector, pero cuando eres ganadero, agricultor
y minero asentado los intereses se van ampliando. Quizás una mina gastada nos
obliga a buscar otra virgen más allá del territorio controlado; es probable que
se necesiten más recursos hidráulicos para nuestros cultivos y debamos
encontrar otro río. Motivos para expandirse sobran. Hasta puede llegar un “iluminado”
y decirnos que nuestra fe es la verdadera y que debemos expandirla por el resto
del mundo. Llegó un momento en la historia de la humanidad que las motivaciones
y justificaciones para invadir al vecino o para explorar tierras ignotas (para
unos, para otros eran “sus tierras”) pasaron de ser “vitales”, necesarias para
subsistir, a ser “interesadas”, manejadas por el Poder.
Aún hoy día encontramos
religiones de poder (cada vez menos espirituales y más políticas) que llaman a
la conquista y a la expansión territorial, con el único fin del monopolio de la
fe y de los espíritus y conciencias de los habitantes de esos territorios. Ese
autoproclamado Califato del Estado Islámico de Irak y del Levante (EIIL) se ha configurado en la mente de sus
autores en un hipotético control de todo el Oriente Medio y el sur de Turquía,
pero sus ideólogos más iluminados reclaman una expansión basada en la máxima
que tuvo el Islam por el sur y el sureste de Europa y el norte de África en la
Edad Media. Idea que podría ayudar -usando la misma lógica- a justificar a los
países cristianos “amenazados” la ocupación militar de esa zona para su control
y estabilización, como ya hiciesen los ‘Cruzados’ desde el siglo X.
Pero estas “amenazas fronterizas” provenientes del viejo Oriente Medio
no son “reales ni realistas”, pues cualquier ejército occidental sería capaz de
hacer frente con garantías de éxito a esa supuesta expansión bélica de ese
nuevo califato invasor. Las amenazas expansivas más realistas que podrían crear
nuevos desafíos fronterizos estarían en “las últimas fronteras” de los Polos.
Las regiones polares son las últimas tierras ignotas que le queda al ser humano
por explorar y conquistar; allí vuelven a resurgir las motivaciones de recursos
y riquezas para expandirse. El colaborador habitual de Pax augusta, Luis Pérez Armiño, nos aporta un texto
sobre una nueva guerra fría en lugares helados pero con intereses de por medio “muy
calientes”.
Fuente de la imagen:
http://actualidad.rt.com/actualidad/view/132572-mapa-eiil-conquistar-zonas-planeta-estado-islamico
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