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REUTERS a través de abc.es |
Tengo la impresión de
que todo sigue igual y eso es lo malo. Porque Escocia ha decidido, de
forma democrática con el voto ciudadano, seguir formando parte del
Reino Unido. Es decir, lo que comenzó de forma oficial hace 300 años
continuará durante este siglo siendo una realidad política. Los que
apelamos a la Historia para analizar la actualidad sabíamos que la
relación de Escocia con el resto de naciones de las islas británicas
no es cosa de tres siglos contemporáneos, su idiosincrasia comenzó
desde el mismo momento que las tierras escocesas marcaron los límites
del 'Muro de Adriano', es decir, la romanización de las islas. Pero
remontarse a tanto pasado no es práctico para el día a día del
ciudadano ni es del gusto e interés de las generaciones jóvenes. La
base social joven de una nación o estado es la “tierra” donde
germinarían nuevas realidades y aunque la escocesa parecía
dispuesta a cambiar de “maceta”, las generaciones plantadas y
maduras del presente y del pasado han decido seguir echando raíces
en la vieja maceta de la Union Jack.
Puede
que me equivoque de pleno y sea sólo una sensación negativa, que en
realidad las cosas empezaron a cambiar desde el momento que el
gobierno de Londres contempló la posibilidad real de que Escocia se
independizase. De una postura confiada en que era algo irrealizable
se pasó al temor por tener que materializar como garante de la ley
algo contrario a sus intereses. El suspiro de alivio de David Cameron en Downing Street debió
escucharse en las antípodas de la Commonwealth,
allá por Australia. Sus primeros discursos han tenido palabras que
hablan de mayor autonomía política-administrativa no sólo para
Escocia, también para las otras naciones del reino unificado: Gales,
Inglaterra e Irlanda del Norte.
La
singular configuración del reino hace que cuatro naciones compartan
monarquía, moneda y lengua oficial; además de ejército y cuerpo
diplomático en una unión que respeta el carácter individual de las
naciones cara al exterior. Las selecciones nacionales en el deporte
rey, fútbol, compiten individualmente, quizás por una tradición
histórica que hunde el origen de ese deporte en las islas
británicas; matizar que en las olimpíadas y otros eventos
deportivos de carácter universal compiten como el Reino Unido.
Queremos decir con esta anécdota que sobre el papel se marcaban
diferencias, individualidades, pero en verdad el sentir de autogobierno de esas naciones no estaba siendo atendido por el
gobierno central o principal de Londres.
El
triunfo del NO a una ruptura total, a la independencia, puede abrir
la puerta al reforzamiento de los unionistas que quieran dejar todo
igual o podría (eso parece) abrir el portalón, más amplio y
aireado de una "tercera opción" o vía, el camino a una unión más
dinámica y acoplada al sentir de toda la sociedad que compone el
Reino Unido. En democracia hablan las urnas que representan al pueblo
y es evidente que un porcentaje del casi 45% (los partidarios del SÍ
a la independencia) debe ser escuchado. La mejor solución para el
inmovilismo es que una sociedad empuje hacia posturas equilibradas y
que no se presione contra una pared (inmovilistas) o contra el borde
de un precipicio (rupturistas). Valga esta metáfora para aplicarse
el equilibrio en el otro debate y conflicto soberanista que permanece
vivo en Europa, el de la posible secesión de Cataluña.
Habría
que replantear todo en el caso español. El derecho a votar algo
trascendente para el futuro de una sociedad debe ser garantizado,
claro está. Pero en Cataluña no se ha dejado espacio a esa tercera
vía, a la posibilidad de “presionar/empujar” por un camino
equilibrado. Ya se sabe la ventaja por una cuestión psicológica que
tiene el que pide votar por algo, los soberanistas han contado con la
ventaja que supone ser los primeros en pedir o plantear un referéndum
sobre algo trascendental, como pasó con la permanencia o no en la
OTAN, o como ha pasado ahora con la consulta escocesa, planteada y
aprobada rápido por Londres (en 2012) porque sabían que su opción
sería ganadora. Borrar y empezar de cero, para partir todos desde la
misma razón de peso y poder convencer sin cerrar el paso a otras
posibilidades (mayor federalismo en España, por ejemplo).
Gustavo Adolfo Ordoño ©
Periodista e historiador
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