Independentistas catalanes en Lisboa (Portugal) |
Una opinión más será una gota en
el océano de análisis e interpretaciones abiertas tras la consulta de
participación ciudadana que las fuerzas independentistas catalanas organizaron el día 9 de noviembre (9N),
festividad de la Virgen de la Almudena, patrona de Madrid; recuerdo de la “Larga noche de los cristales rotos” en la Alemania nazi, y conmemoración de la caída del Muro de Berlín, entre otras efemérides. Para la Asamblea Nacional Catalana (ACN), principal impulsora cívica del
sucedáneo de consulta, esta fecha pronto tendrá ya consideración de hito, de efeméride. La independencia es un
clamor de 1.861.753 personas que
contestaron Sí+Sí (a ser un Estado y
a ser independiente, no “asociado”) a las cuestiones de la consulta, donde se
ha computado la participación de 2.305.290 “votantes”.
Como las estadísticas son un arma
que las carga el diablo, cada facción en disputa en esta llamada “Cuestión catalana” de la política
interna española ha interpretado el resultado de la mejor manera para sus argumentos
dialécticos. Un éxito para el independentismo porque de esos 2.305.290 ciudadanos que han
participado en la consulta, más del 80% han elegido el Sí+Sí; poco importa que
haya un censo electoral de algo más de 6 millones de catalanes y que esta
participación sea muestra, también, de una alta abstención, la votación no
llegó al 35% del censo total catalán.
También se puede advertir un
porcentaje a reseñar, considerando el número de ciudadanos que dejaron su
opinión, de personas que buscan una alternativa intermedia, equilibrada en una
tercera vía, la confederal, pues desean un estado catalán pero no
independiente, sería la opción que desde este blog también consideramos de constituir España como unos “Estados Unidos de Iberia”. Como tenemos ‘corazón de iberismo’ (no confundir con nostalgias expansionistas-imperialistas)
nos sentimos cómodos con esa propuesta y muy conformes. En esta línea debería
ir la “resaca” tras el 9-N; me refiero a una línea de hacer propuestas y de
buscar soluciones para un conflicto que se ha complicado por la nula capacidad de tolerancia y diálogo
demostrada por cada gobierno, el central (español) y el periférico (el
catalán).
Urge atender a los agravios
cometidos contra el sentir catalán, desde los recortes y modificaciones al
Estatuto Catalán del 2006 aprobado por mayoría parlamentaria en Cataluña. Desde que esas torpezas del parlamento español se agravaron promovidas por el partido que estaba en la oposición (el PP) y ahora en el gobierno, rubricadas por el Tribunal Constitucional
en 2010, en menos de un lustro el aumento de las posturas independentistas ha
sido incontrolable, de un 20% al 50% de la población catalana. Un país dividido
dentro de otro país mayor que parece condenado a estar dividido eternamente,
entre derecha e izquierda, entre poderes centrales y periféricos. Las
propuestas unionistas deben calar, también, en los sentimientos.
Ya empezamos tarde en la tarea de convencer de nuevo a esos “indignados catalanes” de que unidos y que aunque sintiéndose “completos” en su parte, siendo catalán, se puede ser partícipe de un proyecto digno y renovado, de una nueva ciudadanía española reformada de pies a cabeza. Para ello habría que acudir a las urnas, pero en toda España y así poder desbancar al gobierno actual, conservador y "nacionalista español", que se aferra a una Constitución (1978) ya ineficaz para muchos cuando debe articular a la actual realidad española.
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