Mundiales, Olimpiadas; ¿eventos deportivos que sustituyen a las guerras?

Selección de la Unión Soviética en 1988, una de las últimas selecciones antes de la disolución de la URSS


 En un contexto de guerra fría, como fue casi toda la segunda mitad del siglo XX, los eventos deportivos a escala mundial parecía que sustituían a las guerras o confrontaciones entre países. La geopolítica en conflicto se llenaba de simbolismo con las victorias o derrotas en el campo de fútbol o con las medallas de oro conseguidas en unos Juegos Olímpicos frente a los eternos rivales en el tablero diplomático. El mundo estaba en paz para contemplar deporte a escala universal pero, en el fondo, los enfrentamientos deportivos eran pequeñas replicas de batallas épicas o guerras eternas entre los participantes.


 Hubo incluso sonados boicots en las Olimpiadas de 1980 y 1984, cada uno promovido por las respectivas superpotencias de cada bloque.  Más de 60 países de la órbita occidental se negaron a competir en los Juegos Olímpicos de Moscú 1980 como protesta por la invasión soviética de Afganistán. Este boicot redujo a 81 países participantes, la cifra más baja desde 1956. Como represalia, la Unión Soviética y la mayoría de sus aliados del bloque del Este boicotean los siguientes Juegos, los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 1984. El pretexto que alegan es que temían por la seguridad de sus atletas, al denunciar que en Estados Unidos existía un fuerte sentir antisoviético.

Hoy día, con el fin del mundo divido en dos bloques y la globalización como factor principal de las relaciones internacionales, estos enfrentamientos deportivos mundiales parece que han bajado su nivel de inquina. ¿Seguro? Si nos atenemos al actual Mundial de Rusia en curso, podríamos afirmar que existe una nueva metáfora de la confrontación geopolítica. Esta vez se aprecia en una faceta nada grata: la violencia de los hinchas radicales de aficiones como la rusa, anfitriona del Campeonato Mundial del 2018.

Los vídeos donde se les ve entrenándose para pelear contra otras hinchadas resultan de un belicismo insultante. Se entrenan como unidades paramilitares que fuesen a una acción de guerra. Esta actitud permitida, de forma maniquea por las federaciones de fútbol de muchos países, atenta contra el espíritu de un evento deportivo donde debe reinar la cordialidad entre contendientes. La rivalidad es en el juego, no entre los países y sus ciudadanos. Con bastante banalidad se está acostumbrando a la opinión pública mundial que es normal que estos cafres hinchas rusos se partan la cara con ingleses, franceses o alemanes, con el mismo odio que empleaban en las guerras del pasado, porque es algo “establecido” (natural) en el ordenamiento geopolítico mundial.

Sea exagerado o no transmutar en la actualidad los grandes eventos mundiales del deporte en las viejas rencillas de guerra, ahora nos sirven como observatorio del estado de las relaciones internacionales y como laboratorio sociológico sobre los niveles de desarrollo socioeconómico y cultural de los países. Ejemplos de conducta tan cívicos o civilizados que han dado hinchadas como las de Japón y Senegal, recogiendo la basura que ellos han generado en las gradas mientras apoyaban a sus selecciones, nos informa de que el retrato de los tópicos no sirve para conocer la realidad de los países. En este caso vemos que la educación no la garantiza el nivel de desarrollo económico, que los factores son más que nada culturales. Que los Mundiales y Olimpiadas sirvan para los “buenos ejemplos” resulta mejor que para simbolizar conflictos, ¿no?



Gustavo Adolfo Ordoño ©
Historiador y periodista 

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