![]() |
El Palacio Nacional en Santo Domingo, República Dominicana |
La República Dominicana está en primera línea de la actualidad informativa porque puede ser el país que esté acogiendo al rey emérito, Juan Carlos I, en esa especie de «autoexilio» que se ha impuesto para evitar el acoso mediático sufrido en España tras las investigaciones sobre los supuestos casos de corrupción en el cobro de comisiones. Una información que genera, obviamente, una crisis política e institucional en España que afecta al actual sistema de Estado: la monarquía constitucional. Buscar un lugar donde la «Corona emérita» se “deposite” con dignidad y discreción resulta complicado, aunque en el caso de la República Dominicana existe cierta idoneidad por una curiosidad histórica. Los dominicanos aborrecieron de su independencia y quisieron volver al “regazo” de la Corona española.
En 1860 comenzó a surgir entre parte de la clase política y de la población dominicana la idea de volver a ser españoles. Después de cuarenta años de desastrosa independencia, en los que la mitad de ellos habían estado bajo el dominio haitiano, perdiendo guerra tras guerra contra sus vecinos, antiguos esclavos negros de la parte francesa de la isla, se plantearon buscar la seguridad que todavía podían ofrecer la armada y el ejército de la Corona española. Además, aunque en diciembre de 1821 el «libertador dominicano» José Núñez de Cáceres proclamó la independencia del Haití Español, federándose con la Gran Colombia fundada por Bolívar, los haitianos del lado francés invadieron a los pocos meses, en febrero de 1822, al nuevo país. Creando con ello el «Gran Haití», donde se prohibió hablar español y la Universidad de Santo Domingo fue clausurada.
La verdadera guerra de independencia dominicana no fue, entonces, contra España. Sería su lucha para conseguir echar a los invasores haitianos de sus tierras. De hecho, en el «memorial nacional» redactado en 1844 para proclamar su independencia de Haití, los dominicanos se llaman a sí mismos ‘españoles dominicanos’. Fundamentan su soberanía nacional respecto del dominio haitiano en sus derechos históricos como españoles, al ser descendientes de los pobladores de la isla desde el siglo XV. Y sus derechos territoriales los basan en el Tratado de Aranjuez de 1777 que dividió la isla entre Francia y España. Así, en su constitución de 1844, llamada la Constitución de San Cristóbal y que emanaba de la Constitución de Cádiz de 1812, con la que lograba la ansiada independencia de los haitianos “franceses”, se hace constar que la «República Dominicana es una comunidad hispánica y católica».
A partir de esa nueva y verdadera independencia de 1844, la llamada ahora República Dominicana no dejó de sufrir invasiones de los haitianos. Desde un punto de vista geoestratégico resultaba explicable esa ambición haitiana de dominar toda la isla. La antigua parte francesa era menor y con escasos recursos naturales. En Haití superaban el millón de habitantes y en la parte española no llegaban a los ochenta mil. La desproporción resultaba alarmante, en todos los sentidos y en el militar más. A pesar de las victorias dominicanas en las principales batallas que provocaron las sistemáticas invasiones haitianas, las incursiones y “robos” de territorios en la frontera eran frecuentes y la sociedad dominicana consideró el buscar el protectorado de una potencia.
![]() |
El 31 de mayo de 1976, Juan Carlos y Sofia realizaron su primera visita de Estado como reyes de España a la República Dominicana. Fuente de la imagen |
Algunos próceres de la nación, como Tomás Bobadilla, pensaron en ofrecerse a Francia como país bajo su protectorado. Sin embargo, los partidarios del general Pedro Santana, el héroe de todas las recientes guerras (1845-1855) ganadas a los haitianos eran mayoría. El general Santana deseaba a toda costa el «protectorado español», incluso no descartaba una anexión formal del territorio dominicano a la Corona española. Así se sugirió en una embajada dominicana a Cuba, pero las autoridades españolas de la isla caribeña no tenían potestad para realizar esa “anexión hispana”; pues se pretendía unir la República Dominicana a una federación semi-autónoma caribeña con Cuba y Puerto Rico. Finalmente, el Tratado de Paz, Amistad, Comercio, Navegación y Extradición firmado por Isabel II y los partidarios de Santana en 1855, encubría una intención legalista de una futura «reincorporación» dominicana a España.
La incorporación de la República Dominicana a la Corona española, a España, fue un hecho consumado y real en 1861. En ese año comenzaba la Guerra de Secesión norteamericana y las potencias, Francia y Gran Bretaña, que se hubiesen opuesto a esa recuperación española de territorio americano estaban centradas en el conflicto estadounidense. El «seudo protectorado» español sobre la República Dominicana a raíz del ‘Tratado de Amistad’ de 1855, se convertía en anexión oficial en 1861 con un “virrey” en la figura del general Santana, nombrado marqués de Las Carreras. El pueblo dominicano aceptó con pragmatismo ese retorno español, única manera eficaz de evitar nuevas invasiones haitianas.
Aunque en 1865, acabada la guerra civil en Estados Unidos, se revirtió ese estatus español de la Dominicana, por presiones de Washington, Londres y París, la influencia histórica del Tratado hispano-dominicano de 1855 permaneció en posteriores acuerdos de colaboración y amistad entre la vieja metrópoli y los dominicanos. Hay que recordar que ese tratado daba la doble nacionalidad a los dominicanos y permitía a los españoles seguir con plenos derechos en la isla, como si el lugar siguiera siendo España. Elementos del articulado de ese tratado que pasaron también a varias constituciones dominicanas o se copiaron literalmente en los acuerdos entre dos dictadores del siglo XX para sus países, hablamos de la España de Franco y la República Dominicana del dictador Trujillo. La doble nacionalidad se adquiría en cuanto un dominicano pisase España o un español suelo dominicano.
Durante la transición democrática, los lazos de empresarios españoles, personas influyentes de la política y la misma monarquía española, siguieron siendo muy estrechos con la República Dominicana. De hecho, el primer viaje de Estado de Juan Carlos I como rey de España fue a la República Dominicana. Sería curioso que ahora fuera su último viaje como monarca, aunque sea emérito.
Gustavo Adolfo Ordoño ©
Periodista e historiador
0 Comentarios