Serbia, la Unión Europea y la losa del pasado

Manifestación en Belgrado contra el acoso occidental que sienten los serbios. Imagen libre derechos (Wikimedia)

Los Balcanes han sido a lo largo de la historia el tradicional tablero de juego de las potencias europeas. Hoy en día, se ha sumado un nuevo factor: Estados Unidos y su peculiar visión geopolítica sobre los antiguos territorios de la órbita soviética desaparecida en los tumultuosos años noventa del siglo anterior. En ese contexto, la antigua Yugoslavia vivió un proceso de desintegración dramático y sanguinario con dos de los peores conflictos bélicos modernos vividos en el continente europeo: la guerra en Croacia y en Bosnia – Herzegovina. Kosovo, en 1999, puso punto y aparte a la cruenta y larga agonía de la antigua república socialista yugoslava. Ahora, y pese a la actual crisis financiera, la adhesión a la Unión Europea se esgrime como futuro irrefutable para todos los países surgidos tras el desmembramiento yugoslavo. En este contexto, Serbia tiene que recorrer su difícil, duro y particular vía crucis para obtener su ingreso en el club europeo.

Los Balcanes constituyen uno de los principales objetivos de la política de la Unión Europea convirtiéndose en asunto crucial si nos referimos a posibles y futuras ampliaciones. Sin embargo, los ritmos de adhesión no son similares para todos los casos. Eslovenia es miembro de hecho, al igual que Croacia. Bosnia – Herzegovina todavía se encuentra lejos de Europa ya que, entre otras cuestiones, debería ser capaz de articular unas instituciones de gobierno internas mínimamente estables y hoy claramente ausentes. Macedonia y Montenegro son candidatos firmes, categoría similar a la adquirida por Serbia en febrero de 2012. Sin embargo, la adhesión definitiva depende de las circunstancias específicas de cada país. Y en este sentido, Serbia debe hacer frente a una casuística muy específica, fruto en gran parte de haber sido declarada por medios occidentales en juicio sumarísimo como principal culpable de las atrocidades ocurridas en los Balcanes en la década de los noventa del siglo XX.

Ministerio Defensa serbio, bombardeo por la OTAN. Imagen libre derechos (Wikimedia)

El principal escollo entre Belgrado y la UE se denomina Kosovo. La provincia serbia declaró su independencia unilateralmente en 2008 bajo los auspicios de buena parte de las potencias europeas y EE.UU. En la actualidad, como declaraba Diana Johnstone (Sinpermiso.info), “El resultado ha consistido en un Kosovo “independiente”, ocupado en realidad por una enorme base militar norteamericana, Camp Bondsteel…”. Serbia, junto a otros muchos países entre los que se incluyen cinco miembros de la Unión Europea (España entre ellos por razones más que evidentes de índole interno) no reconoce la independencia de Kosovo. Por supuesto, existen complejas cuestiones en torno a la legalidad de la vía empleada por los rebeldes kosovares para declarar la secesión efectiva de Serbia que han hecho de esta región un asunto de difícil resolución. Sin embargo, las autoridades de Belgrado han anunciado medidas que implican un reconocimiento entrecomillado de la independencia de la provincia con el mero objetivo de acercar sus posturas a las imposiciones europeas.  

Hace tiempo, el diario macedonio Utrinski Vesnik recogía un artículo de Erol Riazov en el que hacía referencia a esa curiosa política europea que establece unas determinadas exigencias a los países candidatos. A medida que estos las van cumpliendo, la UE exige otras medidas aún más draconianas. Esta actitud, como es de suponer, hastía cada vez más a la opinión pública serbia. Si hacía unos años los serbios decidían dejar atrás su pasado de nacionalismo radical y exacerbado abrazando con ímpetu las opciones europeístas, en la actualidad este entusiasmo es cada vez menor y se observa a la Unión como una entelequia cada vez más lejana y menos atractiva. Mientras, la diplomacia serbia, pese a tener puestos sus ojos en Europa, no descarta nuevos frentes que incluyen a potencias como EE.UU., Rusia, China e infinitas relaciones bilaterales con otros países “no alineados” (artículo de Antonio R. Rubio Plo publicado por el Real Instituto de Estudios Elcano).

Los medios de comunicación occidentales y las clases dirigentes europeas y de los EE.UU. hace años decidieron adjudicar el papel de villano a Serbia en el complejo laberinto balcánico. En la actualidad, la flagrante situación ilegal de Kosovo planea como una pesada losa sobre el futuro europeo del país a la espera de una benevolencia injustificada de las autoridades comunitarias que pase por la necesaria rendición y humillación de los serbios. Las autoridades de Belgrado han de penar durante largo tiempo unas culpas pasadas que todavía han de ser matizadas y revisadas a la espera de consideraciones futuras más juiciosas y objetivas. Mientras tanto, Serbia ha de aguardar, resignada, la magnanimidad mal entendida, como siempre, de Europa que con mirada altanera y soberbia espera el momento propicio para conceder su gracioso perdón al turbulento pasado serbio.

Luis Pérez Armiño ©

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