"Europa, despierta!" Foto propia |
No tiendo al pesimismo ni me pongo tremendista, pero el golpe ha sido
tan duro en uno de los corazones de Europa que me venció cierta desazón
pesimista. Los atentados, también en París, contra la redacción de la revista "Charlie Hebdo" en enero de este año resultaron lo suficiente
frustrantes como señal de que las cosas no van bien, que no hacía falta repetir
la barbarie, magnificada, el pasado viernes
13. El terrorismo yihadista está
tomando la forma de un Frankenstein,
un monstruo creado que no es ajeno a nuestras perversiones y errores, al que Occidente le ha “encendido” el cerebro
putrefacto pero olvidó darle humanidad al corazón de carroña que lleva dentro.
El Daesh no es una criatura lejana, venida de otro mundo. El mal
llamado Estado Islámico tiene brazos belgas y manos francesas. Al menos
eso demuestra el ADN de los pedazos de carne, dedos, pulgares, que
del monstruo auto desmembrado, están encontrando los
agentes de seguridad franceses. Hemos creado un monstruo con piezas propias,
personales. Mi pesimismo se acrecentó
al reflexionar sobre esta idea, no lo pude evitar, pues venía ratificado por
una sensación de rabia que flota
ahora, con fuerza, en toda Europa. Emoción mejor contenida por unos que por
otros, pero que hasta en los partidarios de soluciones no belicistas, como es
mi caso, fluye inevitable.
Fuente del dibujo de Frankenstein |
Aux armes citoyens!...
es parte de una estrofa del célebre himno francés. Usado estos últimos días
para consolar, como escudo contra el miedo o de homenaje a los asesinados por
la barbarie, nadie aprecia lo “salvaje”
de su letra, lo radical de sus mejores estrofas. Es un himno revolucionario y belicoso compuesto por un militar, Rouget de Lisle en 1792, pero queda
todo perdonado porque es una proclama popular, para levantar en armas a un
pueblo oprimido por la tiranía. Y así ha sido. Junto al himno, los franceses
han decidido marchar a la guerra de manera unilateral, como hizo el Daesh
contra todo el mundo civilizado. El presidente Hollande ha declarado, ante las
dos Cámaras francesas, de manera solemne que Francia está en guerra.
Mi pesimismo fue casi desde el
minuto uno. Comenté a mis
allegados que Francia reaccionaría al estilo
Bush, como tras los atentados del
11-S en EEUU. Tuve un presentimiento o, quizás, se vislumbraba fácil desde
las primeras palabras de reacción del discurso oficial: la respuesta sería
belicosa...como el himno francés. Una lástima, el mundo está más
incivilizado desde esos atentados y las guerras de Afganistán e Irak que trajeron después y que dieron el “pistoletazo”
(valga la redundante metáfora) de salida al siglo XXI. Usar la misma respuesta
para un problema no resuelto evidencia un resultado: su no solución.
En mi condición de europeo harto
de esta barbarie, estaría dispuesto a una intervención militar sobre el terreno auspiciada y gestionada por Naciones Unidas. Los bombardeos,
selectivos o no, han demostrado mil veces su ineficacia. Una intervención militar es una solución belicosa, lo sé. Pero no
hablo de una “guerra imperialista colonial occidental” contra pueblos libres en
armas, la intervención militar debería estar planificada por la ONU de manera trascendental, como se hizo con el desembarco de Normandía y el avance soviético
a Berlín, que se planificaron para acabar de una vez por todas con el nazismo. Puestos a elegir “belicismo”,
que sea lo más racional posible. Aunque mi propuesta es tan ingenua como compleja de llevar a cabo. Una guerra es una guerra, aunque sólo combatan y mueran militares. Pero quizás el Daesh, cara a cara, no sea tan fiero como parece y se les vencería sin muchas bajas. Ahí lo dejo para reflexión de belicistas.
Mi pesimismo se alimentó por culpa de mi excesivo gusto por la
observación y el cotilleo. En las conversaciones ajenas que estoy escuchando en
cafeterías o en el transporte público de
Madrid (Europa), predomina más que nunca el “ellos no quieren integrarse”; el “quieren refugio y no se integran,
esperan que nos integremos nosotros a ellos”. Para colmo, el lunes
aparecieron unas pintadas de la extrema derecha en las paredes del edificio de enfrente
de mi casa. Algo que hacía mucho no ocurría, desde septiembre de 2001. Son las
fotos propias que ilustran este texto.
Gustavo Adolfo Ordoño ©
Periodista e historiador
0 Comentarios