Pedir perdón a los indígenas de América y todos los que deberían hacerlo

Militares argentinos durante la 'Conquista del Desierto' (1878-1885)

 Pedir perdón a las víctimas es un gesto que se ha puesto en relieve como ‘políticamente correcto’ y necesario para cicatrizar cualquier herida del pasado que siga abierta. Más allá de las modas, el gesto en sí es lo que importa. El valor sincero del gesto, no el acto ya casi protocolario al que se ha reducido esta declaración de principios. Por ejemplo, la Iglesia ha pedido perdón por los tribunales inquisitoriales, por las Cruzadas y hasta por el holocausto judío (por su nula actuación en contra como entidad poderosa). Ha pedido perdón también “por los crímenes contra los pueblos originarios durante la llamada conquista de América”. Claro que se debe matizar; ya antes se habían reconocido las ofensas a los indígenas de América (Juan Pablo II), pero el ruego de perdón más contundente ha sido de un Papa latino, el Papa Francisco, de origen argentino. 

Años atrás hubiese sido improbable ese gesto claro y sincero, ya que una de las muestras de orgullo de la Iglesia católica es su labor de “colonización” evangélica por todo el continente americano. Labor crucial en su razón de ser, algo que nunca se cuestiona y se matiza. Es por eso que el gesto del Papa Francisco adquiere más valor, sin que se pueda cuestionar su sinceridad más allá de los analistas de intrincado análisis que hablan de una necesidad del catolicismo de recobrar terreno en una región donde eran líderes y ahora están perdiendo “cuota de mercado”. Las conversiones a confesiones evangelistas y protestantes están resultando “en masa”, en muchos lugares de América Latina

El matiz que hace el Papa es importante, porque se habla de perdón por los crímenes durante la conquista y de los abusos de los colonizadores, en general, sin limitarlo a los realizados en el nombre de la Iglesia. En ese caso, considerando que la autoridad moral de la Corona española en los siglos de conquista y colonización era la Iglesia católica, la monarquía hispánica habría pedido perdón de manera subrogada.

Para los españoles que sentimos que la Hispanidad no es la mera conquista y la colonización, es natural que nos moleste que se utilice el 12 de octubre como una postura política proclive a la demagogia. Lo que no quiere decir, desde luego, que seamos “negacionistas”. Barbaridades y crímenes (demasiados) se cometieron contra los pueblos indígenas durante ese periodo iniciado en esa emblemática fecha para la historia universal. Ahora bien, también desde “el minuto uno” se generaron y crearon otras realidades positivas que se hicieron con actitudes similares a las que desde la ética actual se juzga como criminal la época de la conquista.

El "Celta" Roger Casement en el Putumayo (Perú) 

Actitudes de respeto a los derechos básicos, legislación sobre civismo, que incluían a los pueblos nativos. La Corona española administró aquellas tierras con la misma equidad que los reinos peninsulares. Otra cosa es la gran distancia existente entre Madrid y aquellas tierras y, por tanto, la dificultad de administrar justicia amparada en la Monarquía y controlar los abusos, que por otro lado se producían comenzando por los que tenían delegado el poder de la Corona. Con su “adaptación” al nuevo medio, se fueron dando replicas de la sociedad peninsular en las ciudades que se fundaron. Los indígenas y los mestizos, junto a negros y mulatos, ocuparían los estratos más bajos. Eso es criticable desde la perspectiva actual donde la separación por ‘capas sociales’ es “tema tabú”. Sí que es un fundamento negativo, desde luego, en el balance de la historia compartida de España con América Latina. Aunque el mestizo/a acabó siendo el estrato mayoritario, el indígena siguió marginado más allá de la época colonial, durante las independencias y hasta la actualidad.

Los demagogos piensa que el proceso emancipador de la América española fue la independencia de los indios. Sólo se crítica y aborrece el trato que “los españoles” (otra injusta apreciación) dieron a los indígenas. A continuación expongo una breve reseña de ‘Campañas de Conquista y Colonización’ de argentinos, colombianos y peruanos (por poner pocos ejemplos) en sus repúblicas independientes contra los pueblos indígenas:

La Conquista del Desierto, que los contemporáneos argentinos llamaron Guerra contra el indio. Fue una contundente campaña militar ordenada por el gobierno argentino entre 1878 y 1885, para conquistar el territorio de los pueblos mapuche, ranquel y tehuelche. Con la derrota de los indígenas se consiguió la incorporación a la soberanía de la República Argentina de una amplia zona de la región pampeana y de la Patagonia. Ni que decir tiene que se produjo  la extinción de su cultura y de su identidad, junto a la pérdida de sus tierras al ser marginados en reservas indias.

La rebelión de los terrajeros del Cauca (Colombia); al final del siglo XIX el sueño de la ‘Gran Colombia’ (que suponía unir Colombia con casi toda Centroamérica y parte de Venezuela) se había desvanecido. Las políticas territoriales de Bogotá estaban planificadas a consolidar el Estado colombiano. Una ley de 1890 hacía esta política territorial más dura con el reparto de tierras a los indígenas, que hasta entonces gozaban de cierta autonomía. El “indio” Manuel Quintín Lame, lideró una rebelión indígena que entre 1914 y 1918 disputó el poder de la élite payanesa (criollos) en la región de las montañas del Cauca.

La explotación del Amazonas (Iquitos, Perú); desde inicios del siglo XX, el auge del caucho como materia prima industrial causó una explotación criminal de una gran parte del Amazonas peruano, fronterizo con Colombia. El gobierno de la República del Perú vio con buenos ojos esa abundante fuente de ingresos, permitiendo a las empresas caucheras el uso de pueblos indígenas enteros como mano de obra barata y maltratada. Pueblos como el Huitoto, Bora, Ocaina, Resígaro y Andoque, no volvieron a ser los mismos, suponiendo una población marginal (menos de 10.000 personas) en el actual Perú.

El indio Quintín Lane detenido con algunos de sus hombres en 1910. Fuente imagen

En resumen, pedir perdón a los pueblos indígenas de América limitando su efecto a la única responsabilidad del país (España) que por azares de la historia protagonizó el 12 de octubre y sus complejas consecuencias, quedaría en un “acto formal”. Para que fuera perdón sincero, nadie, desde Alaska hasta la Patagonia y desde A Coruña a Cádiz estaría libre de pedir ese perdón.


Gustavo Adolfo Ordoño © 
Historiador y periodista 

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2 Comentarios

  1. Con todo aprecio, mi estimado Gustavo, creo que a estas alturas pedir perdón por sucesos pasados, por mucho que esté de moda el concepto, sale sobrando; es un buen gesto, claro, pero lamentablemente lo practican también personas que no tienen ninguna calidad moral, como Donald Trump, por poner un ejemplo contemporáneo. Esta bien como un "mea culpa", una expresión de arrepentimiento, pero nada más. Quizás esto sirva como deseo de quienes lo expresan, de no volver a cometer los mismos errores, pero como decía el gran pensador francés Miguel de Montaigne: "Los reconocimientos (él hablaba de éxitos, pero yo incluyo los errores) después de muerto no sirven para nada". Un gran abrazo, y como siempre, mi admiración y respeto a tu trabajo.

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    1. Gracias por tu comentario, apreciado Javier, que en cierta forma comparto, pues en mi texto vengo a decir que pedir perdón por pedir, por pura formalidad, queda bastante inútil a estas alturas y por lo complejo del asunto, que se empeñan en politizar de manera superficial.

      Otro abrazo y muy agradecido por tu apreciada lectura.

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