La historia del empleo contemporáneo y la crisis post-pandemia

 

Fotografía de la Gran Depresión (1930) que muestra la desesperación de un padre de familia, veterano de la Primera Guerra Mundial, por conseguir un empleo 

«Conozco 3 oficios, hablo 3 lenguas, combatí por 3 años, tengo 3 hijos,  y no trabajo desde hace 3 meses, pero lo único que quiero es un empleo»


Las crisis económicas mundiales tienen en común provocar profundos cambios en las estructuras laborales y en los mercados de trabajo. El empleo tal y como se conoce desde época contemporánea ha supuesto el factor económico que más sufre en cualquiera de estas crisis. Y han sido muchas desde que la revolución industrial y antes la mercantil (siglos XVIII y XIX) expandieran sus dinámicas laborales a escala mundial. La misma introducción de la maquinaria (de vapor) en las primeras décadas del XIX introdujo desconcierto entre los trabajadores de manufacturas y los artesanales. El empleado sustituido por una máquina es un viejo temor en la historia del trabajo. Aunque no sería la única y más temeraria de las incertidumbres a las que se enfrentaría. Esta sería, sin duda, el mismo hecho de tener o no tener empleo

Así, esta premisa de tener o no tener trabajo se convierte desde el siglo XX en un existencial «ser o no ser» para cualquier persona en edad de trabajar. Y esa edad, al comienzo del siglo, podía ser la de diez años en muchos lugares del planeta. El trabajo infantil y su erradicación en las economías desarrolladas será uno de los logros mayores y más llamativos, considerando que es una lacra social todavía en muchos países pobres o en vías de desarrollo. Parece que la lógica del desarrollo capitalista que busca producción masiva y a bajos costes se imponía frente a la «humanización» del trabajo. De esta forma, serían las luchas sociales por las mejoras generales en las condiciones de vida de los trabajadores las responsables de enviar a los niños a las escuelas y subir la edad mínima del trabajador a los 14 años. No se podía esperar a una «autocrítica» del mercado laboral, porque siguiendo las estrictas pautas del capital-trabajo nunca se hubiesen logrado esos cambios. 

No existe eso que se llama sociedad. Existen hombres y mujeres como individuos... y existen familias. (Margaret Thatcher, 1925-2013) 

Esa frase tan directa y contundente de la líder neoliberal por excelencia, la premier Thatcher, ejemplifica la manera de afrontar la grave crisis económica -llamada Crisis del Petróleo- de principios de los setenta y que en la década de los ochenta tuvo como reacción principal abandonar la política económica neokeynesiana que procuraba conseguir sociedades económicamente estructuradas en «Estados del bienestar» desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Reconversiones industriales, privatizaciones de empresas públicas, fueron el baluarte en todos los países (en cierta manera también en los del bloque comunista) para conseguir la recuperación económica. Eso supuso la pérdida de miles de empleos en todo el mundo y la necesidad de reajustes en los mercados laborales. Las generaciones de la explosión demográfica de posguerra estaban llegando a más de la mitad de sus ciclos vitales y el desempleo aumentaba. ¿Cómo se costearía su jubilación? 

Trabajo infantil en una fábrica textil a principios del siglo XX


Al final, en las décadas de 1980-1990 se siguieron a rasgos generales las políticas neoliberales económicas que aunque aumentaron las tasas de desempleo generarían índices positivos de crecimiento económico en la mayoría de los países. Los trabajadores de la industria pesada acabarían en empleos de inversión privada en la construcción o en el sector servicios. Sería el gran reajuste del empleo de finales del siglo XX y que marcaría aún el presente siglo. En 2008 surge una crisis que aun cuando estaba tan interrelacionada con esas políticas liberales, no se supo (o no se quiso) afrontar teniendo en cuenta esas relaciones. Una crisis sistemática y que afectó a las estructuras financieras. Los créditos a la inversión privada y a las empresas (tanto privadas como públicas) colapsaron y estallaron «burbujas económicas» que dependían del sistema financiero.  

En España, por ejemplo, estalló la burbuja inmobiliaria y la extensa mano de obra que contenía la construcción debió reajustarse en empleos autónomos o en el sector servicios de la industria turística. El camino del autoempleo resultaba complicado de tomar ante la falta de financiación y se pensó en otras vías como las nuevas tecnologías, que ofrecían trabajos con costes de producción más económicos. Dentro del llamado «trabajo digital» también se dieron opciones novedosas de financiación como el crowdfunding o el minicrédito. Cuando se comenzaba a ver los resultados de las medidas económicas tomadas contra esta crisis, basadas de nuevo en la intervención estatal (medidas keynesianas) pero con una mayor austeridad en el control presupuestario y del déficit, estalló en 2020 la crisis sanitaria de la pandemia de Covid-19.

Aunque la actual crisis no es sistémica, inherente al sistema económico, es un profundo parón de la actividad económica -trastornando al empleo- que la hace ser como una «crisis cíclica» de la economía, esta vez más inesperada y con un origen perturbador: una pandemia mundial. De esta forma, estando la crisis social y económica tan imbricadas todos los defectos que tenía la recuperación de la pasada crisis financiera de 2008 se agudizan. Así se aprecia la precariedad de muchos de esos trabajos digitales surgidos desde la década de 2010 (trabajo colaborativo, taxi alternativo, repartidores plataformas comida domicilio...), que han tenido un desarrollo complejo durante y -lo tendrán- después de la pandemia. 

La mayoría de los analistas fían la recuperación económica al fin de la pandemia, al buen progreso de las vacunaciones en el mayor número posible de países. Una obviedad que no por eso deja de ser una argumentación menos válida. La economía se sostiene con políticas de incentivos y estímulos de instituciones supranacionales (la UE, los bancos centrales, el FMI...), para proteger al empleo ahora «congelado» (ERTE) y que no acabe «muerto» (desempleo). Sin embargo, tras la polvareda dejada por las batallas más duras contra el Covid-19 se pueden ver algunos carteles como el de la imagen del titular: 

«He tenido 3 ERTE, hablo 3 lenguas, soporté por 2 años la pandemia, tengo 3 hijos,  y no trabajo desde hace  23 meses, pero lo único que quiero es un empleo»

La guerra -crisis- no ha terminado


Gustavo Adolfo Ordoño ©
Historiador y periodista

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