El robot de la afamada película de Fritz Lang, Metrópolis (1927) |
En el término «robot» tenemos quizás el mejor ejemplo del dicho: "la ficción supera la realidad". La literatura ha aportado a nuestros lenguajes palabras que luego se han hecho realidades, sobre todo cuando esos entes eran de novísima creación y necesitaban ser bautizados con un nombre para definirlos. Ocurrió con los robots, palabra de raíces eslavas y que denomina a una persona sometida, controlada y esclavizada. Aparecía en la obra de teatro "R.U.R" del autor checo Karel Čapek, estrenada en 1921
Los hermanos Čapek eran dos artistas «bohemios» -en su doble sentido- de Checoslovaquia, el reciente país creado tras el fin de la Primera Guerra Mundial y la caída del Imperio Austrohúngaro. Estaban dentro de ese fulgor cultural que se dio en Europa, sobre todo en el centro del continente, durante el periodo llamado de «entreguerras». Karel Čapek (1890-1938) comenzaba a ser un dramaturgo de éxito y le habían encargado una obra para el Teatro Nacional de Praga. Entre los argumentos que barajaba se le ocurrió uno donde los protagonistas iban a ser «trabajadores artificiales». La idea era «crear» unas máquinas antropomorfas de trabajo inteligentes y darles un nombre que definiese exactamente a esa creación tecnológica.
La tarea fue complicada porque los términos que surgían en su mente le parecían demasiado «humanos». Pensaría en llamarlos Labors, inspirándose en la palabra inglesa labor, que aunque de etimología latina -‘labore’- con el significado de «trabajo», en inglés connota además «trabajo duro y fatigoso». Si lo hubiese tenido claro es probable que ahora a los robots se les conociese por algún nombre más técnico como «autómatas».
Quizás los robots más famosos del imaginario cultural en estos cien años |
Pero no le convencía mucho ese término y consultó con su hermano mayor Josef Čapek su gran duda. Josef era por esa época (1920) un pintor respetado en su país, que también había tenido sus incursiones en literatura de la mano, precisamente, de su hermano escritor Karel. La opinión de cada uno sobre el trabajo del otro resultaba la de mayor fundamento. Karel Čapek contó la anécdota mucho después, cuando ya era famoso gracias al éxito de la obra (6 años en cartel en el Teatro Nacional y giras mundiales durante décadas) y autores de Ciencia Ficción como Isaac Asimov empleaban el nombre de «robots» reconociendo su origen.
“Llámalos Robots”, diría el hermano pintor sin levantar el pincel del lienzo y en apariencia absorto con su trabajo. Explicaría el propio Karel Čapek que el nombre le pareció más que perfecto, que encajaba como un guante para su idea. La palabra es checa de raíz eslava, con el mismo significado que «trabajo» (labor) aunque con un fuerte añadido en su concepto a la idea de servidumbre o esclavitud, a «trabajo en servidumbre». El título completo de la obra era R.U.R (Rossum's Universal Robots) y su estreno «oficial» sería el 25 de enero de 1921 en el Teatro Nacional de Praga. Desde ese día la palabra Robots entraría en el imaginario cultural universal para quedarse.
Sobre la singular obra de K. Čapek se han realizado variadas críticas e interpretaciones. En general elogiosas, aunque desde perspectivas tan dispares como las que sugerían ser una alegoría marxista contra el capitalismo y su explotación laboral; o las que, en cambio, consideraban la obra una advertencia sobre el peligro de las «Revoluciones» (en la trama los robots se rebelan contra los humanos). Asimov, algo más de una década después, sería el auténtico “padre” de la introducción del término en el género literario de Ciencia Ficción. Lo fue porque adoptó el nombre Robots, la excelente idea de los Čapek, al imaginario de los avances científicos del siglo XX. Esos «seres vivientes artificiales», el viejo tema –véase Frankenstein-, una amenaza para los humanos, son ahora con Isaac Asimov también aliados de los humanos. Servidores, no siervos.
Uno de los últimos robots añadidos al imaginario cultural, protagonista de una película basada en la saga de cuentos de Asimov, Yo Robot (1941) |
La robótica forma parte de la tecnología humana más avanzada y son muchos los que se acuerdan, sin frivolizar, cuando se plantean controversias sobre su uso, de las tres leyes que acuñó Asimov en sus cuentos de robots. Unas leyes que son ficción pero que contienen la esencia de los debates éticos sobre el uso de estas inteligencias artificiales. Máquinas complementarias al intelecto y al cuerpo de los hombres en campos tan delicados como los laboratorios médicos o la estrategia militar.
Primera ley: Un robot no puede hacer daño a un ser humano o, por inacción, permitir que un ser humano sufra daño.
Segunda Ley: Un robot debe obedecer las órdenes que le den los seres humanos, excepto cuando tales órdenes entren en conflicto con la Primera Ley.
Tercera Ley: Un robot debe proteger su propia existencia siempre que dicha protección no entre en conflicto con la Primera o la Segunda Ley.
Gustavo Adolfo Ordoño ©
Historiador y periodista
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