Masacre de bisontes americanos, cuando la acción del hombre contra la naturaleza se convierte en «terrorismo»

 

Una montaña de cráneos de bisontes se apila como trofeo de los cazadores indiscriminados en Estados Unidos a finales del siglo XIX. Fotografía de 1892 (dominio público)

Aunque subyace la idea, nadie lo dice con franqueza. En la reciente cumbre internacional del clima, en Glasgow, se ha llegado a una «conclusión anunciada»: no se hace lo suficiente a nivel global para frenar el calentamiento. Pero ese cambio climático tiene un único responsable, el ser humano y sus acciones sobre los recursos naturales. Los debates deberían partir de esa sencilla premisa, para que las soluciones contemplasen también un radical cambio de mentalidad a la hora de producir y de consumir a todos los niveles, tanto industriales como de usuarios individuales. Inculcar un «no todo vale», que nunca se ha dado a lo largo de la historia de la humanidad. En Pax Augusta os contamos como una serie acciones más que «interesadas» del hombre estuvieron a punto de extinguir a los bisontes americanos


 Se estima que hubo fechas en Estados Unidos donde la población de bisontes americanos, también llamados búfalos, era superior a la de personas en el joven país. Entre 40 a 60 millones de estos animales vivían en grandes manadas por las extensas praderas americanas. Para muchos nativos norteamericanos el bisonte era el recurso natural por excelencia. Su caza reportaba no solamente alimento, también sus pieles eran materia prima para vestidos y calzados. Los cráneos, resto de huesos y cornamentas servían para manifestaciones religiosas, artísticas o incluso como armas. Un animal aprovechado al máximo y por tanto muy cazado desde hacía cientos de años. Sin embargo, el hecho de que a mediados del siglo XIX el número de bisontes americanos se contase por millones demostraba que las tribus nativas no habían esquilmado a ese «animal-recurso» de la naturaleza. Digamos que el respeto al equilibrio entre animales cazados y los nacidos era tenido en cuenta por los indígenas americanos como parte de su cultura. Tenían lo que ahora llamamos la «sostenibilidad» muy interiorizada, por la evidente mayor comunión de esas gentes con la Naturaleza que la tenida por los colonos europeos.

Aunque las acciones humanas sobre el entorno natural se den en un contexto pacífico, como una explotación agrícola o ganadera, acaban alterando de manera «violenta» al ecosistema natural. Por ejemplo, la tala masificada de árboles para la actividad agraria suele causar deforestación. Pero si además esas acciones están realizadas en un entorno de conflicto, la «consecuente violencia» se ejerce también contra la naturaleza. Una guerra supone la acción más radical del hombre. La casi extinción del búfalo de las llanuras americanas tiene en su origen una fecha clara: la Guerra de Secesión entre 1861 y 1865. Resultó una de las primeras «guerras modernas» donde se tenía en cuenta la logística de los ejércitos, la batalla por el poder económico y la propaganda política sobre las sociedades de cada bando. Así se aprendió que una manera eficaz de dañar a tu enemigo era menoscabando a su economía. Un «terrorismo» como política bélica contra los recursos naturales de nuestro «contrario»

Cazadores de búfalos profesionales en EEUU de finales del siglo XIX

Cuando la guerra civil entre los americanos de origen europeo acabó, una forma de vida (socioeconómica) se impuso sobre otra. El norte más industrial y con una economía modernizada se impuso al sur tradicional, productor agrícola y ganadero a gran escala. Se necesitaban nuevos territorios para dar salida al potencial de los nuevos colonos. El apodado "Lejano Oeste" ya no lo estaba tanto. Las grandes llanuras donde pastaban las inmensas manadas de bisontes coincidían con el territorio natural de los nativos americanos. Tribus seminómadas y tan extendidas por el centro y oeste  americanos, como los comanches o siux, dependían para su subsistencia del bisonte. Las estrategias bélicas de perjudicar la economía sudista con la quema de las grandes fincas de algodón y la liberación de sus esclavos, se trasladaron a las llamadas «Guerras Indias» pero con el objetivo de dañar al principal recurso económico de los nativos: los búfalos americanos. 

Así, desde casi el final de la Guerra de Secesión, sobre 1867 se intensificó una presión que combinaba el empuje de la presencia de nuevos colonos con el hostigamiento bélico del ejército para confinar a los «indios americanos» en reducidos territorios -las reservas-. Es un asunto velado en los libros de historia estadounidenses, pero el afamado general Philip Sheridan haría la vista gorda ante la orden oficiosa dada a los militares que protegían a los colonos de matar al mayor número de búfalos. "Cada búfalo muerto era un indio menos", fue algo más que un dicho. Entre los mismos colonos surgieron partidas de voluntarios que hacían razias sobre las llanuras para matar centenares de búfalos en pocos días.

Otro "agente exterminador" del bisonte americano fue el mismo progreso. La extensión de ferrocarril de este a oeste, de costa a costa, se encontraba con miles de estos animales pastando en medio de los territorios por donde se estaban trazando los railes. Las principales compañías ferroviarias de Estados Unidos (Central Pacific y Union Pacific) promocionaron tanto la caza indiscriminada como la profesional de bisontes, dándose la estrambótica escena de pasajeros (cazadores) en los trenes disparando a discreción contra los animales desde las ventanas de los vagones. A finales del siglo XIX, hacia 1895, se estimó en solo unas quinientas cabezas el censo de búfalos en todo el norte americano. Afortunadamente, esa misma «acción radical» (barbarie) del hombre provocó también una reacción en extremis (civilización) que consiguió salvar de la extinción a este emblemático animal. 

Conseguido el objetivo principal de todo este «velado plan» de exterminio del búfalo, que no era otro que confinar en reservas a los indios, los mismos colonos (comerciantes y ganaderos) se dieron cuenta del potencial económico de este animal, del que se aprovechaban hasta los huesos (para hacer fertilizantes). De esta manera, se frenaron las cazas masivas y se procuró llevar al Congreso de Washington la cuestión para conseguir la debida protección de este casi extinguido «recurso natural». Una reacción al borde del precipicio de la fatalidad que recuerda a las tenidas hoy día -con supuesta urgencia- en las cumbres del clima internacionales. 

En la actualidad se ha logrado establecer una población de bisontes que ronda las 300.000 cabezas en EEUU. La mayoría son de explotaciones ganaderas porque el consumo de su carne se ha revalorizado. Unas 30.000, el 10%, se ha conseguido vivan en estado salvaje en una reserva natural, el célebre parque de Yellowstone.  



Gustavo Adolfo Ordoño ©
Periodista e historiador

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