La última persona guillotinada en Francia fue en 1977

 

Las últimas ejecuciones públicas por guillotina se hicieron en Francia el año 1939. Más adelante, las últimas ejecuciones por este sistema dejaron de ser en las calles y se harían en las cárceles


 Un icono del terror vivido durante las purgas de la Revolución Francesa fue la guillotina. Un artefacto inventado expresamente para ejecutar personas en un acto público. Pero, curiosamente, pensado para llevar «humanidad» a la pena capital. Durante la Ilustración que llevaría en Francia a la revolución social, se debatió la pena de muerte como sentencia capital. Los partidarios de abolirla no lo consiguieron, aunque lograrían «democratizar» las ejecuciones con la «decapitación para todos» gracias al verdugo mecánico perfeccionado por el doctor  Joseph Ignace Guillotin.

Parece ser que existían aparatos similares con ese sistema mecánico de decapitación desde el siglo XVI, por lo que Guillotin no sería en rigor el inventor de la siniestra máquina que al final llevó su nombre. Sin embargo, eran muy raras y poco frecuentes de usar; pensadas para el privilegio de la aristocracia de sufrir una pena capital «indolora». Porque los nobles tenían el privilegio de ser ejecutados de la manera más rápida y menos cruenta con un «corte limpio» de su cabeza; contrastando con las ejecuciones terribles que sufrían el resto de las clases sociales. 

 La mayoría de las veces las penas de muerte del pueblo estaban precedidas de torturas terribles y eran ejecutadas en la horca, hoguera o con el horrible descuartizamiento. Así, a la llegada de la Revolución Francesa con sus valores de «igualdad, libertad y fraternidad» se tuvo que asumir el principio de igualdad también para la pena capital. El mencionado doctor Guillotin y el diputado Luis Michel Lepeletier de Saint-Fargeau, serían los promotores del uso de esa igualdad en la pena de muerte que se recogería en el articulado del nuevo Código Penal de 1791: La pena de muerte consistirá en la simple privación de la vida, sin que nunca se pueda ejercer ninguna tortura hacia los condenados. A todo condenado se le cortará el cuello.

Se pidió al secretario de la Academia de cirugía y prestigioso cirujano de París, Antoine Louis, supervisase la efectividad del artilugio que debía seccionar las cabezas de los reos de manera precisa. Evitar los errores truculentos de verdugos ineptos en el uso de hachas y espadas beneficiaría ahora a todo el mundo, pues se empezaron a ejecutar con este «pulcro sistema» desde condenados por robos a conspiradores contra la Revolución. Una forma de ejecutar usada más allá de la Revolución Francesa; llegando hasta la última realizada en público de 1939, guillotinando a Eugène Weidmann, un sujeto de origen alemán que aterró a París desde 1937 con sus asesinatos en serie.


Un grabado de época donde se lleva a Robespierre a la guillotina (1794)


 Al acabar la Segunda Guerra Mundial se volvería a plantear la abolición de la pena de muerte en Francia. No obstante, el contexto de posguerra europea y la incipiente Guerra Fría con asuntos de gravedad penal relacionados con cuestiones de Estado fue postergando el asunto. Es decir, en esencia continuaba la misma pena capital en el código francés que estableció a finales del siglo XVIII que todo condenado a muerte sería por decapitación. De esta manera llegamos al caso tan truculento como morboso en el siglo XX de Hamida Djandoubi.

Hamida Djandoubi era un emigrante tunecino que según la prensa de la época acabó en la delincuencia menor y en la prostitución. Su historia no se distinguiría de otras tan duras de emigración y discriminación si no fuese por el componente criminal de maltratador que tuvo. Un accidente laboral lo llevó a un hospital donde le amputaron la pierna derecha. Entabló amistad con su compañero de habitación, al que acudía a visitar su hija. La joven se convertiría en la obsesión del tunecino. Aunque conseguiría entablar una relación sentimental con ella, pronto comenzó el maltrato y las violaciones. Apareció muerta en un descampado de las afueras de Marsella en julio de 1977.

Djandoubi tendría un juicio rápido ante la conmoción por el caso de la sociedad francesa. No recibiría la clemencia del presidente francés, Giscard d’Estaing. En la madrugada del 10 de septiembre de 1977 fue guillotinado igual que el primer corte de cabeza ejecutado con las nuevas normas del Código Penal revolucionario de 1791. Pocos años después, en 1981 se confirma la abolición de la pena de muerte y el fin de la guillotina en Francia



© Gustavo Adolfo Ordoño

   Historiador y periodista

Publicar un comentario

0 Comentarios