No considero necesario extenderme en la presentación de un personaje como Robespierre, uno de los principales protagonistas para entender un fenómeno de tal trascendencia histórica como la Revolución francesa. Un proceso que desmontará las bases del Antiguo Régimen abriendo el camino para la instauración de los regímenes liberales – burgueses por toda Europa.
Robespierre, nacido en 1758 en Arras, se formó en leyes. De hecho, antes de dedicarse a la política, su actividad profesional se centró en la abogacía. Ferviente defensor de las ideas de Rousseau, pronto empieza a destacar como hábil político. El inicio de su carrera se puede datar en el revolucionario año de 1789, cuando es elegido diputado por el Tercer Estado por los Estados Generales, destacando por un radicalismo de tinte democrático y liberal cada vez más exacerbado.
Sin embargo, uno de los datos más curiosos de este periodo de juventud, es el ferviente ataque de Robespierre contra la pena de muerte. No deja de resultar irónico que, una vez en el poder, ésta fuese una de sus principales armas políticas.
La Revolución llega a un punto culminante en 1793. El rey, Luis XVI, ha intentado huir y las revueltas en París fuerzan la radicalización de las fuerzas políticas en la Convención Nacional, la asamblea legislativa revolucionaria. Ese mismo año se crea el Comité de Salvación Público, órgano que al poco tiempo estuvo totalmente controlado por Robespierre y que se convirtió en el ejecutor del llamado “periodo del Terror” (1793 – 1794). Cualquier persona sospechosa de oposición a los principios radicalizados de la Revolución podría ser acusada y, por lo tanto, ser ejecutado en la guillotina. Aunque es difícil estimar las víctimas de la represión, las cifras más optimistas hablan de diez mil ejecuciones; las más pesimistas, de cuarenta mil. Para Robespierre, cualquier método era válido para defender los principios de la República revolucionaria, y "El terror no es más que la justicia rápida, severa, inflexible"
El uso del terror encontró su justificación en la “amenaza” (sería fácil establecer relaciones evidentes entre estos parámetros – terror y amenaza- a finales del siglo XVIII y a principios del XXI). La amenaza se concretaba en la hostilidad de las potencias europeas, amenazadas por las ideas liberales de los revolucionarios; y la amenaza interna, de mano de elementos reacciones de la sociedad francesa. La eliminación de esa amenaza sirvió de pretexto para extender de una manera brutal el terror en defensa del nuevo régimen revolucionario.
Precisamente, el fin de la amenaza, tanto externa como interna, supuso el final de Robespierre. El clima de temor extendido en todo el espectro político francés facilitó el complot de todos los sectores que dominaban el panorama político francés contra Robespierre (la reacción termidoriana), quien sería ejecutado el 28 de julio de 1794. Moría así uno de los principales líderes revolucionarios, el liberal más radicalizado, nacía el mito, muchas veces denostado, a veces considerado “el demócrata más auténtico de la revolución” y crecía la leyenda negra de una historia de una Revolución bañada en sangre.
Luis Pérez Armiño©
Fotografías fuentes:
1.- Retrato de Robespierre, realizado por Louis – Léopold Boilly (1761 – 1845), en torno a 1791
Palacio de Bellas Artes de Lille
2.- Ejecución de Luis Capeto (Cerámica)
Réunion des Musées Nationaux
Fuente de ambas: commons.wikimedia.org
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