Puerta del Sol, esquina con calle Preciados, invierno de 1936-1937 |
El golpe de estado contra la República a mediados de julio había fracasado y se transformó en una contienda que desde pronto tuvo dos caracteres, civil e internacional. A pesar de los esfuerzos de las democracias occidentales por convertir la guerra en un asunto interno y promover el no intervencionismo y del miedo de Stalin a importunar la política beligerante de Hitler, el conflicto español en las Navidades de 1936 ya era un conflicto «mundial».
Gracias a los voluntarios antifascistas de media Europa y de EEUU, brigadistas internacionales y asesores militares soviéticos, que organizaron a los milicianos españoles para la defensa de Madrid en menos de una semana, se lograron parar a las divisiones golpistas llegadas a la península. Tropas apoyadas por aviones y barcos alemanes e italianos del autollamado «Ejército nacional» (los insurrectos contra la República) en la decisiva batalla de la carretera de La Coruña, aunque el resultado final de la misma fuese el empate técnico.
De esta forma, esa batalla del acceso noroeste a Madrid dejó definido el frente por esa zona a finales de noviembre de 1936. Y las siguientes batallas del Jarama y de Guadalajara dejarían, ya en 1937, delimitado el frente en las zonas sur y nordeste. El 31 diciembre de 1936, la primera Nochevieja de un conflicto largo, en el bando de los sublevados había profundo malestar por no haberse tomado la capital, clave para el éxito de su golpe de estado.
Franco había mandado cambiar el rumbo del avance (por Andalucía occidental y Extremadura) golpista cuando estaban con todo ganado a 90 kilómetros de Madrid, en las afueras de Talavera de la Reina.
Su estrategia tenía que ver con
la lucha por el poder absoluto en el Bando Nacional. Las tropas fueron
desviadas hacia Toledo y así rescatar al Alcázar del «asedio rojo». Franco
aparecería como el salvador de la vieja capital castellana, donde la sublevación
no triunfó y solamente un grupo de cadetes y de guardias civiles apoyó el golpe
atrincherados en la imponente fortaleza que dominaba el curso del Tajo. Se consideraba un estratega al estilo «napoleónico», dar golpes de efecto sentimental le parecían tan eficaces como la estrategia convencional más funcional. Ese cambio
de planes significó retrasar la ofensiva contra Madrid y dar tiempo a la
conmocionada República a preparar una defensa «numantina».
Así llegamos a la Navidad de 1936
y al Fin de Año y a unos artilleros de las tropas golpistas muy aburridos y
cabreados por no haber tomado Madrid, que tuvieron la feliz idea de hacer
coincidir las doce campanadas con el lanzamiento de doce obuses sobre la Puerta del Sol. Desde las posiciones tomadas en Getafe se lanzaron esos doce obuses
para «celebrar el Fin de Año», pero ninguno alcanzó el objetivo de la Puerta
del Sol y sus impactos repartieron su destrucción por la Gran Vía madrileña, la
mayoría en el edificio de Telefónica (uno de los primeros rascacielos de
Europa) y en la plaza Cibeles.
Cuentan algunos testigos que a
Franco no le gustó nada esa falta de profesionalidad y que reprendió en persona
a los mandos de esos artilleros. Puede ser verídica la anécdota, porque el futuro dictador hacía
gala siempre de un profesionalismo militar de academia que seducía a aliados
tan estrictos y serios como los oficiales nazis de la Legión Cóndor; precisamente la muy profesional
fuerza militar alemana constituida para ayudar a Franco a ganar la guerra. La
reprimenda no sirvió para controlar los indiscriminados bombardeos que durante
todo el asedio sufrió la ciudad de Madrid, un precedente de los «próximos Stalingrados»...
2 Comentarios
Estupenda entrada.
ResponderEliminarGracias, Juanjo. Saludos!
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