De los sans-culottes al fenómeno de los chalecos amarillos

De los sans-culottes a los chalecos amarillos. Foto-montaje propio

París, la ciudad de la luz, del amor y del arte. Y si tuviera intención de escribir por escribir, París sería todo. ¿Quién no desearía ser parisino y pasear cada atardecer por las aceras del Sena? Da la casualidad (temporal) que hace poco estuve en París como turista y caminé por la avenida Kléber que desde la plaza del Trocadero me llevó hasta el Arco del Triunfo en un agradable y señorial paseo. Quién me iba a decir a mí que apenas tres meses después esas avenidas y plazas iban a ser un “escenario de guerra”. Así lo describían los noticiarios y así se apreciaba en las imágenes que pude ver en televisión. En una de ellas creí reconocer el escaparate roto del restaurante donde comí durante mi visita a la capital francesa. Los ‘chalecos amarillos’ más radicales (2.000 detenidos el pasado sábado) habían destrozado vehículos, comercios y mobiliario urbano.

Pero… ¿quiénes son o qué es el fenómeno de los ‘chalecos amarillos’? Buena pregunta, para hacérsela si editas una web sobre ‘Civilización y Barbarie’ o si te interesa –aunque sea en servicios mínimos- la actualidad socioeconómica mundial. De primeras podemos contestar que ciudadanos franceses contrarios a la subida del impuesto en los combustibles que tenía proyectada el presidente Macron. Ese era el motivo principal dado en las movilizaciones que se convocaron en el reguero de pólvora de las redes sociales.

Leyendo las primeras crónicas sobre esas protestas, la lógica de ciertos argumentos me satisfizo en mi necesidad de entender el fenómeno de los ‘chalecos amarillos’. El movimiento era muy heterogéneo, pero había un grueso de personas que vivían en el extrarradio de las grandes urbes y que empleaban sus vehículos para sus traslados de forma frecuente. Soportar un incremento del precio de los combustibles dañaría más su economía doméstica, muy afectada por la época de recortes. Era una razón sólida para protestar. El gobierno francés no cedió a las primeras protestas, aunque tras los actos de vandalismo y barbarie con proclamas revolucionarias que pedían “la cabeza de Macron” ha cancelado esa subida de impuestos, aumentado en 100 euros el salario mínimo y hasta pedido perdón público por haber sido tan “insensible” socialmente.

Visto así, lo más detestable del movimiento, la radicalizad de la protesta con actos violentos ha triunfado; ha sido quien logró los objetivos iniciales del movimiento. Eso abre una línea de interpretación que debería preocuparnos. ¿El poder no atiende a las reclamaciones sociales si no son exigidas con extrema violencia? Profundizando en el análisis político y social del movimiento no encontramos respuestas satisfactorias a esta pregunta. Es algo que comenzó siendo una pacífica convocatoria en una red social y ahora se muestra tan heterogéneo que encontramos a personas declaradas ecologistas junto a radicales de derecha.

Los 'chalecos amarillos' a su paso por los Campos Elíseos en París

En este caso lo que recomiendan los sociólogos es acudir a los rasgos generales. Parece que el grueso del movimiento procede de las clases medias y populares. Lo que recuerda a la base más pro activa del hito histórico de la ‘Revolución Francesa’ de 1789, los sans-culottes. La burguesía media y alta se aprovechó en el siglo XVIII del vigor revolucionario de estas gentes del estamento más bajo, para derrocar al Antiguo Régimen y a la monarquía. Artesanos, profesionales autónomos, agricultores y obreros, a los que en un principio se les denigró usando de forma peyorativa su atuendo de “sin calzones” (el culotte-calzón era la prenda que llevaba la gente adinerada). Luego ellos mismos escogieron este nombre con orgullo para distinguirse del resto en sus acciones revolucionarias.

Más de doscientos años después, otra prenda ha dado nombre a un movimiento que ha acabado siendo, también, “revolucionario”: el chaleco amarillo –reflectante-. Este atuendo es muy “popular” y usado por el común de los ciudadanos porque es obligatorio llevar en los vehículos en caso de avería. Algunos analistas pusieron el toque de perspectiva histórica al asunto, entre los que me incluyo, diciendo que existía un trasfondo histórico-cultural en este movimiento basado en el “revolucionar por revolucionar” tan propio del imaginario francés. Algo así como el no tener que buscar un motivo racional para entender las acciones revolucionarias extremas que se inician en Francia.

Es evidente que una reflexión desde la politología o sociología política y económica sería “más racional” o ajustada a la realidad. Por ejemplo, no olvidar cómo llegó al poder el presidente Macron a través también de un experimento-movimiento de Internet: su partido En Marcha. Una fuerza política tan heterogénea que va desde los escombros de un Partido Socialista Francés en decadencia hasta el reclutamiento de jóvenes activistas sin experiencia parlamentaria captados en plataformas online de elecciones primarias. Toda la política francesa quedaba en manos del “personalismo” de la figura de Emmanuel Macron. Quizás por eso las protestas contra su gobierno necesitaban de ese componente heterogéneo, pero “vital”, tan francés del “revolucionar por revolucionar”.



Gustavo Adolfo Ordoño ©

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