Ramón y Cajal es el joven con taparrabos de la derecha. Archivo Legado Cajal, a través de El País |
Si existe una biografía intensa y rica en matices esa es la del Premio Nobel español, Santiago Ramón y Cajal. Se publica ahora una nueva biografía donde se pretende ahondar en todas las facetas de un hombre excepcional. Sin embargo, escribir sobre la vida de Ramón y Cajal cuando existen sus magníficas memorias puede parecer innecesario si no se aborda con ojos desconcertados. En el fondo, Cajal se describía como un anciano desbordado por los nuevos tiempos, al que le costaba reconocer ciertas ventajas del progreso. Como cuando se quejaba de que la “celeridad suprime el encanto de la contemplación… Lo más desagradable del automóvil es el escamoteo del paisaje”. Curioso, alguien que puso las bases del progreso científico en neurociencia, se quejaba de la revolución tecnológica del siglo XX.
En
mi opinión tiene que ver con la incapacidad del genio para reconocer su «propia genialidad». Algo así como no poder reconocer lo extraordinario que era
ponerse un taparrabos en su juventud y hacerse fotos como si fuese un
hombre prehistórico cazando; muestras de un espíritu inquieto e ingenioso. En sus memorias él mismo se asombra ante ese “culto” al
cuerpo que vivió en su juventud, al músculo, como una pasión que solo conduce
al “matonismo” (brutalidad violenta). Un hombre que dedicó su vida a descubrir
el mecanismo vital del cerebro, uno de los mayores logros científicos en la
historia de la humanidad, pero que no quería reconocer la genialidad de ponerse
un taparrabos en 1872. Taparrabos que simbolizaba todo un carácter de energía y
capacidad para investigar o experimentar, rasgos de genialidad que encerraba la
personalidad de Ramón y Cajal desde niño.
El
mismo año que recibió el Nobel, en 1906, el presidente del Consejo de
Ministros, Segismundo Moret ofrecía a Ramón y Cajal la cartera del
Ministerio de Instrucción Pública, actual Ministerio de Educación y Cultura.
Don Santiago la rechazó, y no sería la primera vez. Un año antes el mismo Moret
le había tanteado en sus encuentros frecuentes en el Ateneo de Madrid. El
Nobel nunca quiso responsabilidades políticas al cien por cien, aunque
fuese senador durante muchos años de las primeras décadas del siglo XX. Nótese
que el Senado en esas fechas era una cámara de prohombres que no recibían una
peseta por ser senadores (¿por qué no volvemos hoy a esa fórmula?). Cajal aceptaba
ser senador porque no tenía que adscribirse a ningún partido y no era una
carrera política en sí. Lo hacía por su compromiso sincero con su patria, según
sus propias palabras en sus memorias.
Presidente hasta su muerte de la institución científica más importante creada en el siglo XX, la JAE
Y
sería una mezcla de patriotismo honesto y de prestigio científico
internacional, lo que hizo de Ramón y Cajal una figura pública estimada,
querida, respetada y seguida por toda la sociedad española del momento. Desde
el más humilde de los campesinos al catedrático de ciencias más soberbio,
colega del científico aragonés. Ese compromiso sincero con el desarrollo del
progreso y bienestar del país, sí que le llevó a aceptar la presidencia de la Junta de Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (la JAE creada en
1907). Este organismo se ajustaba mucho más que un ministerio a la idea que
tenía Cajal de estar en política y hacer servicio público. De hecho, esta
institución es la matriz de toda la estructura futura en España de lo que hoy
llamamos I+D institucional (investigación + desarrollo de un Estado).
Sin
duda, esta figura de prestigio nacional y mundial, comprometida con el progreso
y el desarrollo de su país, venerada por todos, que se mostraba libre y
honesta, sería la razón escogida por la organización anarcosindicalista de la CNT
(Confederación Nacional del Trabajo) para ofrecerle en 1925 la presidencia de
la “futura” República federal española. Ramón y Cajal, ya anciano, se negó
por las mismas razones que no aceptó el ministerio que le daba Moret. Su
compromiso era cívico y social, más que rigurosamente político. De todas
formas, aunque vivió para ver la proclamación de la República (1931), al morir
en 1934 se libró de ver que esa república no pudo ser federal y que España
entraba en una oscura época para la investigación científica. La dictadura de
Franco iba a cerrar la JAE (Junta de Ampliación de Estudios) en 1939, único
cargo político (público) que ostentó Cajal hasta su muerte.
Gustavo
Adolfo Ordoño ©
Historiador y periodista
Historiador y periodista
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