A cien años de la momificación de Lenin; el 21 de enero se cumplió el centenario de su muerte

 



 Lenin fallecía el 21 de enero de 1924 en la mansión rural de Gorki en la que residía de manera ocasional desde el atentado sufrido en 1918. Las heridas producidas por los tres balazos que le propinó la anarquista rusa Fanni Kaplán al salir de dar un discurso en una fábrica, afectarían a su estado de salud general y supondrían parte de la causa del derrame cerebral que sufrió en 1922. Sería en ese año que el matrimonio Lenin fijaría su residencia definitiva en ese palacete de campo que tanto ayudó al líder comunista a recuperar su salud tras el intento de magnicidio. De estilo neoclásico, fue confiscado por los bolcheviques nada más iniciarse la Revolución Rusa en 1917. Se cuenta a los visitantes de esa ahora casa-museo que Lenin ordenó cubrir con fundas los muebles, demostrando así que no pensaba «disfrutar» de los lujos de esa mansión burguesa.

Su momificación comenzó allí mismo, en la bañera de uno de los dormitorios principales con el baño más grande de la casa. Los mismos médicos vigilantes de su frágil salud desde el derrame cerebral que le paralizó su brazo derecho, comenzaron el proceso de embalsamar su cadáver en aquel cuarto de baño. Luego fue trasladado a Moscú para completar la momificación con unas técnicas punteras, realizada por un comité de científicos auspiciados por Stalin. Fue el sucesor de Lenin en el poder soviético quien decidió conservar su cuerpo como momia para su exhibición, desoyendo la misma voluntad del artífice principal de la Revolución que deseaba ser enterrado en San Petersburgo junto a su madre.   

Aunque el cuadro médico de Lenin en sus últimos dos años de vida son esclarecedores de la causa de su fallecimiento, se llegó a sospechar de un posible envenenamiento maquinado por Stalin. No existen pruebas médicas o documentación contrastada de tal suposición; además, el nuevo hombre fuerte del Kremlin ya lo era desde que un nuevo derrame cerebral postrase a Lenin en una silla de ruedas y limitase su capacidad de hablar. No venía a cuento maquinar un asesinato cuando se podía controlar y manipular a un hombre que con el simple paso de los días era cada vez más una débil sombra de lo que fue. A Stalin le interesaba un Lenin vivo. Convertir al creador del primer Estado socialista surgido en el mundo en un icono que siguiera abanderando la Revolución... por eso decidió momificarlo y ese estandarte estaría «de por vida» en la Plaza Roja de Moscú: el mausoleo de Lenin


Lenin permaneció en la mansión de Gorki, a las afueras de Moscú, sus últimos años de vida. Pocos meses antes de morir ya solamente podía moverse en silla de ruedas


 No obstante, las teorías conspirativas sobre su muerte surgieron también llevadas por el ocultismo y el caos administrativo que se dieron durante su autopsia. Lo evidente, una muerte derivada de sus problemas vasculares en un cerebro considerado excelso, se manipuló también por deseo de Stalin de convertir al fallecido en un hombre perfecto en vida; un mesías del más puro espíritu soviético. Por eso, las posibles evidencias de una muerte derivada por una mala cura de la sífilis que sufrió siendo joven, en 1895, serían ocultadas y descartadas. Incluso las causas evidentes, que indicaban una enfermedad de herencia genética, la arterosclerosis motivo de la muerte de su padre y dos hermanos, fueron resumidas en una fatalidad de «infarto cerebral» en el informe final y oficial de su muerte. 

A pesar de que Nadezha Kruptskaia, la viuda de Lenin, se negó a cualquier acto de convertir a su marido muerto en un «icono santificado» de la Revolución soviética, Stalin convenció al politburó de crear ese símbolo para el pueblo. Visto el éxito inmediato que un mausoleo (de madera) improvisado en la Plaza Roja tuvo entre los obreros y campesinos de toda la Unión Soviética, se organizó un grupo de científicos especializados en bioquímica para mantener «viva» la figura de Lenin. Sin duda lo consiguieron. Desde ese mismo año de 1924 hasta hoy día, la momia del líder comunista se pude visitar en Moscú y su conservación es tan magnífica que parece una persona dormida. 

Rusia no ha celebrado nada el pasado 21 de enero que se cumplía el centenario de la muerte de Lenin. Quizás esperen a la fecha de su calendario ortodoxo. Sin embargo, no parece que vaya a ser así. Algunas encuestas recientes entre la población rusa datan en un 60% los rusos que desearían cerrar el mausoleo, con un mantenimiento costoso de cientos de miles de euros anuales, y enterrar a Vladímir Lenin de una vez en San Petersburgo o en el muro del Kremlin con los otros dirigentes soviéticos. La situación política actual de Rusia, en medio de la guerra por su invasión a Ucrania, hará que todo ese «peso de la Historia» que todavía soporta en la Plaza Roja de Moscú se muestre en un perfil bajo. 


Por ahora, Lenin seguirá durmiendo en esa gran plaza de la capital rusa sin ser ya estandarte de revoluciones ni símbolo de un «esperanzador sistema» que no llegó a cumplir, a diferencia de su momia, los cien años. Ni siquiera puede ser lo que había sido en Rusia hasta hace dos años, debido a la guerra y su marginación internacional, un destino turístico por excelencia 

 


© Gustavo Adolfo Ordoño
    Historiador y periodista

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