El secreto de la existencia no consiste solamente en vivir, sino en saber para qué se vive
(Fyodor Dostoyevsky, 1821-1881)
l inicio de la década de 1930, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) había iniciado un arriesgado proyecto de colectivización de las tierras agrícolas. Las autoridades de Moscú, con Stalin a la cabeza, arriesgaban su producción agrícola para potenciar la industrialización del antiguo imperio zarista. Colectivizar toda la producción agrícola convirtiendo latifundios, minifundios y granjas pequeñas en campos de trabajo estatales. Ucrania ya era un granero de cereales en época de los zares y su territorio estaba configurado por todo tipo de parcelas agrícolas. Sería la república soviética donde más se aceleró esta colectivización y cuya economía sufriría muy rápido el fracaso de esa pésima reestructuración agrícola. Stalin ordenó solicitar a todas las capitales de las Repúblicas Soviéticas, incluidas las de regiones poco agrícolas como Siberia, unos cupos –impuestos en suministros- sobre la producción de todos los nuevos distritos a colectivizar. Fueron unos cupos que sirvieron a los líderes soviéticos locales para medrar y aspirar a llegar a ocupar cargos centrales en Moscú. Para agradar y satisfacer a los jerarcas de la capital se comprometían a incrementar esos cupos cada ejercicio agrícola anual. Entre los más ambiciosos políticos locales estuvieron los dirigentes de Ucrania, aprovechando el potencial agrícola que tenía esa república soviética. En 1931, Kiev ya había logrado colectivizar para el soviet ucraniano todos sus campos. Conseguir «capital» rápido con la colectivización total de la producción agrícola para desarrollar el proceso de industrialización soviético parecía, en teoría, una buena idea. Sin embargo, los fallos de ese plan aparecieron pronto. La tasa de los cupos era muy alta, desproporcionada para la producción media de cada distrito de cultivos. La presión que ejercían los dirigentes agrícolas locales en esa competición absurda por incrementar cada cosecha los cupos, llevó a la hambruna severa a toda Ucrania y las regiones adyacentes. En 1932 la situación era insostenible, no se podía cumplir ni con el cupo estatal ni con la producción para una mínima subsistencia. El hambre llegó a ciudades como Járkov que dependían absolutamente de la llegada masiva del grano, dejando cadáveres de personas muertas de inanición en sus calles.
En este contexto, los antiguos campesinos ucranianos propietarios de granjas medianas, los kulaks, provocaron algunas revueltas que preocuparon a Moscú por recordar a las revueltas campesinas ucranianas de la guerra civil de 1917. Stalin reaccionaría con más control y represión sobre esos distritos de producción agrícola. Represiones que sumaron muertes a las provocadas por la hambruna extrema y que en la actual Ucrania llaman la época del Holodomor, expresión en ucraniano que significa «matar de hambre» y que equiparan a un genocidio. De hecho, la gravedad del asunto llegó hasta la vida doméstica del hermético líder soviético. Nadezhda Alilúyeva, segunda esposa de Stalin, fue conocedora de unos informes estremecedores sobre la penosa situación agrícola, agravada por una larga sequía, que se habían pedido a los inspectores de producción en Ucrania. Un reputado historiador como Timothy Snyder en su libro Tierras de sangre. Europa entre Hitler y Stalin (2011), argumenta como probable un «suicidio político» por las fuertes desavenencias entre Nadezhda y Stalin. Sin insinuar el posible asesinato de su esposa por el dictador comunista, otra de las teorías, Snyder expone que la joven esposa se veía muy frustrada tanto por el desprecio íntimo como político que le hacía su marido. Ella tuvo una experiencia personal directa sobre la tragedia de hambruna en Ucrania. Sus inquietudes culturales la llevaron a cursar estudios de ingeniería industrial en la Academia de Moscú. Allí conoció a otros jóvenes estudiantes de origen ucraniano que le dieron testimonio directo de la extrema hambruna, dato contundente del fracaso de la política de colectivización de Stalin.
Es decir, la esposa de Stalin estaba bien informada, tanto por esos testimonios directos como por los informes que sabía hacerse llegar. Todo ello conformaba su distinta perspectiva desde el socialismo sobre la problemática industrial y agrícola de la naciente potencia. Muy diferente a la de su marido y motivo de constantes discusiones. Que fuera motivo también de una crisis existencial que la llevase al suicidio es sólo una hipótesis más. Otras teorías sobre su muerte recuerdan el carácter atormentado e introvertido de Nadezhda Alilúyeva, con migrañas frecuentes y ataques de celos por los devaneos mujeriegos de Stalin.
Teorías o hipótesis aparte, el hecho es que este mes de noviembre se cumplen 90 años del suicidio de esta mujer llamada Nadezhda, la segunda esposa de Stalin. Era el 8 de noviembre de 1932, tenía solamente 31 años, y habían pasado pocos días de la llegada al Kremlin de los informes sobre el fracaso rotundo de las requisas de cupos agrícolas de la colectivización agraria soviética. Había escogido el día después del decimoquinto aniversario de la Revolución de Octubre para dispararse un tiro en la cabeza Gustavo Adolfo Ordoño © Historiador y periodista |
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