![]() |
Cuadro del pintor español Juan Carreño de Miranda (1614-1685) titulado El embajador Piotr Ivanovich Potemkin, pintado hacia 1681. Fuente de la imagen: Museo Nacional del Prado |
Cuando se contempla a este retrato del embajador Potemkin de cuerpo entero apreciamos con facilidad que está vestido con un traje de gala de su país. Esa era la intención principal del pintor Carreño, transmitir toda la sensación de asombro que producía en la sobria corte española la llegada de un embajador de tierras lejanas con su vistosa y colorida vestimenta. Piotr Ivanovich Potemkin (1617-1700) viajó a España como embajador del Gran Duque de Moscovia, Fedor II, en dos ocasiones. La primera en 1668 y una segunda misión diplomática más larga entre 1681 y 1682, que es cuando se fecha el cuadro pintado por el pintor Carreño de Miranda, el mejor retratista de la época.
En su primera visita entró a España por el puerto de Cádiz, donde se ha erigido un busto en su honor por ser este embajador el histórico iniciador de las relaciones hispano-rusas. Vino a tantear a la ya decadente Monarquía hispánica del último Habsburgo, Carlos II y su madre la regente Mariana de Austria, para posibles alianzas contra el Turco. Este embajador Potemkin también fue militar al servicio de los zares y había participado en las guerras contra polacos y turcos en la expansión de la Gran Rusia. Contar con los barcos españoles en el Mediterráneo oriental y en el Mar Negro, zonas en disputa con el Otomano, aunque fuesen de una potencia a la baja, merecía tan largo viaje.
También las legaciones de Potemkin tuvieron como misión establecer y consolidar relaciones comerciales entre los dos países y sus territorios satélites. Para ello no reparó en vistosidad y suntuosidad en sus llamativos trajes de boyardo y en la escenografía del séquito que lo acompañaba. Desde luego era una manera acertada y efectiva de deslumbrar y seducir a la pacata corte española, todavía habituada al vestir negro y sobrio que impuso el «gran abuelo» de la dinastía, Felipe II. A la vista está que lo consiguió, porque para nuestro patrimonio histórico-artístico ha quedado este magnífico retrato del embajador Potemkin como huella del efecto que causó.
Y quizás, en la actualidad, se necesite de un buen embajador-boyardo ruso que nos logre ilusionar y seducir con intenciones de recuperar y normalizar las relaciones internacionales de su país. Porque en esto de la diplomacia las formas también cuentan. El presidente ucraniano Zelenski se ha mantenido desde el comienzo de la guerra con una vestimenta caqui, representando que está al pie del cañón. En todas sus reuniones de carácter diplomático ha dejado claro ese mensaje de «representar a un pueblo en lucha por su libertad» que dan sus ropajes.
Sin embargo, el mandatario ruso, el presidente Putin, siempre aparece con traje de estilo occidental, como el de cualquier político de Europa o los Estados Unidos. Confunde ese mimetismo, con el que esconde sus verdaderas intenciones. Si apareciese con un porte flamante, tocado con un gorro de la estepa, barbas pobladas y una túnica roja con bordados en oro, en las posibles mesas de negociación de la paz, seguro que le prestaríamos mayor atención y credibilidad.
Porque sí, lo confirmo para el lector que le sonase el nombre de Potemkin. Este embajador Potemkin es el antepasado del príncipe Grigori Potemkin, conquistador de la península de Crimea un siglo después, en el XVIII, dejando el apellido de esta familia aristocrática inscrito a lo grande en la historia de Rusia. Además de dar nombre a un barco acorazado de principios del siglo XX y a una película homónima del cine soviético, toda una obra maestra del cine mudo: El acorazado Potemkin (1905) del cineasta Eisenstein.
0 Comentarios