Rodolfo Olgiati: un pionero de la ayuda humanitaria internacional



         ¡Salvemos a los niños de Madrid!

Capítulo II

Luis Manuel Expósito Navarro (UNED)


          Sin embargo, las noticias europeas inquietaban más que avalanchas en los Alpes a Olgiati: en la región de los Sudetes, en la actual República Checa, gran parte de la población era de ascendencia alemana, y el Partido Alemán de los Sudetes deseaba la incorporación de aquella región al imperio alemán. Las negociaciones de los países europeos en torno a esta cuestión no convencían a Olgiati; se temía lo peor. De hecho, el episodio, preludio de una guerra, abocaría en 1938 a la anexión de “Sudeteland” por parte de Alemania, con el beneplácito del Reino Unido y otros países occidentales.

            La extensión de la ideología fascista iba en aumento, y en la propia Suiza existía un partido pro-nazi. El peligro de confrontación bélica aumentaba, y Olgiati pertenecía a una organización pacifista con sede en un país neutral. Había que hacer algo, pero ¿el qué? A finales de septiembre marchó a Paris, y se reunió con Pierre Ceresole, presidente del SCI, con John W. Harvey, presidente de la Sociedad de Amigos británica, los cuáqueros, y con Alfred Jacob, un profesor de Oxford de Historia Medieval Española y destacado cuáquero norteamericano nacionalizado inglés y residente en Barcelona[1]. Los cuatro se desplazaron al sudoeste francés y visitaron Pau, Bayona, Dax y Toulouse, donde pudieron contemplar de cerca las necesidades vitales de estos primeros y numerosos refugiados españoles desplazados desde el País Vasco.

            Estaba claro que algo había que hacer, pero la Francia del Presidente Albert Lebrun no estaba por la labor, y de momento no se podía justificar una operación de ayuda internacional a gran escala. Así que con esa conclusión, y el consiguiente mal sabor de boca, se volvieron a casa. Y mientras Alfred Jacob volvía a Barcelona, Rodolfo Olgiati, de camino a Suiza, se compraba un libro para aprender español y comenzaba a recibir clases de conducción de automóviles, pensando en que era muy probable que ambas cosas las necesitara en esa España que no se podía quitar de la cabeza.


            En noviembre de 1936, mientras se hallaba en Inglaterra, Olgiati recibió informes alarmantes de España, así como la noticia de que Madrid acababa de ser bombardeada. Fue el 30 de septiembre y en días posteriores cuando varios aviones Junker, pertenecientes a la Legión Cóndor alemana, bombardearon los barrios pobres del sur de Madrid, y siguieron haciéndolo en días posteriores, sin duda, como afirma Gabriel Jackson, para intentar “aterrorizar a los habitantes de la ciudad y obligarles a la rendición con un bombardeo indiscriminado”[2]. De hecho, un grupo de parlamentarias inglesas de distinta adscripción política, que conformaban una comisión paritaria nombrada para evaluar los efectos de la guerra, y presidida por la condesa de Atholl, estaba en Madrid en el momento en que se iniciaron los bombardeos. Hospedadas en el hotel Florida, en la Gran Vía, sintieron en sus propias carnes el terror, pues una bomba cayó en el hotel. Al volver a Londres, corroboraron con creces el significado terrorista, en el sentido lógico del término, el de sembrar el terror, de aquellas bombas lanzadas contra la población civil.[3]

El informe de la comisión parlamentaria inglesa era “espeluznante”, en expresión de Olgiati, y hacía hincapié en que era necesario organizar algún operativo que permitiera evacuar a miles de mujeres y niños de Madrid, pero también precisaba que no se disponía de medios adecuados de transporte para semejante operativo. Además, no estaba claro cómo proceder legalmente, porque el Gobierno conservador inglés, presidido por el primer ministro Neville Chamberlain, había apostado por mantener la neutralidad a través del Comité de No Intervención, creado por su antecesor en el cargo, el también conservador Stanley Bladwin, mediante un pacto con Francia, como principal impulsor, y otros veinticinco estados europeos, incluidos Alemania, Italia y la Unión Soviética, que hicieron caso omiso de la promesa de no ayudar con armas y soldados al bando de los rebeldes (Alemania e Italia) y al Gobierno legal de la República (Unión Soviética).

¿No se podía hacer nada, entonces? Años después, al recordar estos sucesos, Olgiati escribiría sus impresiones sobre los inicios del conflicto civil español: A los pacifistas nos pareció, por el contrario, no sólo una oportunidad única para ofrecer algún tipo de ayuda destinada a aliviar el sufrimiento de las víctimas de la guerra, sino también, que podía significar un componente importante para sentar las bases de la futura reconciliación. Sin embargo, aunque la idea directriz tomaba cuerpo, la forma en que la ayuda internacional tendría que organizarse aún no estaba definida.

            En todo caso, las reuniones de Olgiati con los cuáqueros se prolongaron durante casi dos meses, hasta que el 24 de diciembre se produjo la definitiva, con Fred Tritton en representación del Friends Service Council.[4] Una semana después, el último día del año, se reunió en Basilea la cúpula del Servicio Civil Internacional, preparatoria de la asamblea general que se tenía que  reunir en Berna días después. En Basilea, primero, y en Berna, después, ante la asamblea presidida por el fundador del SCI, Pierre Ceresole, que ya había vuelto de la India, Rodolfo Olgiati presentó un informe en el que mostraba el proyecto del plan de actuación en España, un plan que contemplaba la ayuda en los territorios controlados por ambos bandos, el republicano, que representaba la legalidad vigente, y el controlado por los rebeldes, liderado por el general Francisco Franco.

El plan consistía en instalar una o dos bases de operaciones en España, en la retaguardia, y viajar a las zonas de conflicto, sobre todo a las ciudades, en particular Madrid, para que, mediante camiones de transporte, se pudieran llevar alimentos adquiridos en Suiza y en otros países mediante colectas y donaciones, así como prendas de vestir y medicinas. Y luego, en el viaje de vuelta desde Madrid a la base en la retaguardia, cargar los camiones con niños para su evacuación a zonas más seguras. La asamblea del SCI estaba dividida, pues la acción directa que pretendía Olgiati conllevaba muchos riesgos, resultaba muy costosa y, sobre todo, rompía con los principios de no intervención directa, dado que el SCI siempre había actuado hasta entonces en lugares donde la ayuda se facilitaba a posteriori, no en el momento de producirse el daño (guerras finalizadas, avalanchas, terremotos, inundaciones). De hecho, ese cometido, de acción directa en zonas de conflicto, era una de las especialidades de otro organismo con base en Suiza: La Cruz Roja. Así se lo hizo saber Ceresole a Olgiati y al resto de asambleístas:

Estimado Rodolfo [Olgiati], la acción propuesta [para España] es el trabajo social, y debe ser realizado por la Cruz Roja, no por nosotros. Debemos atenernos a nuestros principios [fundacionales].

            En ese crucial momento tomó la palabra Alfred Bietenholz-Gerhard[5], voluntario de gran ascendencia sobre los demás, pues pertenecía al grupo de fundadores de SCI. Tratando de llegar a un acuerdo le preguntó a Ceresole que si él había estado en España para evaluar bien si era necesaria la ayuda del SCI, y si no era así, que fuera y que viera la dramática situación de la población civil con sus propios ojos. Hélène Monastier,[6] una de las más estrechas colaboradoras de Pierre Ceresole y su primera biógrafa, narra este hecho y la contundente respuesta que trajo Ceresole tras su viaje a España: “¡Al diablo con los principios si se trata de salvar vidas humanas!” Con este visto bueno del fundador del SCI, el secretario general, Rodolfo Olgiati, tenía las manos libres para actuar en España conforme a su plan inicial. Él mismo, en sus memorias, no comenta esta anécdota, y tampoco tenemos constancia documental de que Ceresole viajara a España. En cambio, cita que mientras se estaba discutiendo en la asamblea sobre la intervención humanitaria en España, llegó un telegrama urgente de Barcelona, enviado por los cuáqueros ingleses Alfred Jacob y miss Edith Pye en el que clamaban por la urgente intervención humanitaria, ya que la guerra estaba afectando a todas las capas de la sociedad, sin distinción de edad, sexo o condición, sobre todo en las ciudades y, en particular, en Madrid, debido a que estaba muy cerca de la línea de frente[7].

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[1] Sobre la figura de Alfred Jacob y la introducción del cuaquerismo en España véase: HALE, F.: Waging peace in the Spanish Civil War: The relief efforts of the British Quaker Mission, Universidad de Stellenbosch, Sudáfrica, 2005.

[2] JACKSON, Gabriel: La República Española y la Guerra Civil; 1936-1939, Editorial Crítica, Madrid, 1999, pág. 342.

[3] Se trata de una comisión paritaria de parlamentarias inglesas, presidida por la conservadora duquesa de Atholl (Katherine Marjory Murray-Stewart), y compuesta además por Eleanor Rathbone, Ellen Wilkinson, y Rachel Crowdy. Arturo Barea, que ejerció de guía de las parlamentarias, narra el episodio en su trilogía conocida como La forja de un rebelde, y compuesta por La forja, La ruta y La llama. Existe edición completa: Barea, Arturo, La forja de un rebelde (estuche 3 vols.), Debolsillo, Barcelona, 2006

[4] Creado en 1927, Friends Service Council es el comité permanente para misiones y ayuda humanitaria en el extranjero de la Sociedad Religiosa de Amigos de Gran Bretaña e Irlanda, los cuáqueros. Frederick “Fred” J. Tritton era la mano derecha de la presidenta del Friends Service Council en 1936

[5] BEST, Ethelwyn y PIKE, Bernard: International Voluntary Service for Peace 1920-1946, IVSP, Londres, 1948

[6] Hélène Monastier(1882, Payern - 1976, Lausanne) fue una activista del socialismo cristiano, luego convertida en cuáquera y una de las primeras pacifistas de Suiza. Con una pierna afectada por la poliomielitis infantil, participó en todos los eventos y campos de trabajo del SCI, del que llegó a ser su presidenta internacional en los años cuarenta 

[7] OLGIATI, Rodolfo: Nicht in Spanien hat’s begonnen, editorial Herbert Lang & Cie, Berna, 1944, págs. 10 y 11

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2 Comentarios

  1. Me acuerdo del documental de la BBC de Londres que vimos con mi padre cuando yo tenía 12 años; todavía estoy por recuperarme.
    Pero los republicanos españoles siguieron adelante: liberaron París de los nazis, y en México y Uruguay, tomaron las calles como si fueran ágoras: mucha gente se inició a la vida política escuchándolos, como en una cátedra abierta.

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    1. Pues sí, Mónica; ustedes los latinoamericanos tuvieron la buena y gran suerte de contar (sobre todo en México y en la Zona del Mar de Plata) con todo ese caudal de cultura y libertad que los republicanos se llevaron consigo, exiliados, y no pudieron aportar a las generaciones de españoles de esa época...

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