La imagen de la mujer en la historia

 

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La actriz italiana Marisa Allasio rodeada por un singular grupo de admiradores, los seminaristas de Roma en 1955. Fotografía de Pierluigi Praturlon, habitual fotógrafo colaborador del cineasta Federico Fellini


  
 
    La imagen de la mujer a lo largo de la historia ha tenido un tratamiento siempre en audaz equilibrio entre lo espiritual y lo material. De diosa venerada a simple objeto de deseo. Su papel en la especie humana es vital para su propia supervivencia, por lo que también ha llegado a ser tratada como una «posesión» en extremo apreciada por el otro género de la especie: el hombre. No son descabelladas las teorías que intentan explicar en el paso de la prehistoria al neolítico (periodo ya histórico) el dominio del patriarcado, que derivaría en el machismo sociocultural. En el paleolítico los grupos humanos no solían sobrepasar de las cien personas y las tareas sociales no estaban delimitadas por género. La sospecha de que existieron «mujeres cazadoras» en la prehistoria ya es algo más que una hipótesis. 

Sin embargo, en el neolítico al multiplicarse el número de personas en esos grupos convertidos ahora en comunidades sedentarias, la mujer comenzó a tener un «valor material» ligado a la supervivencia como lo tenía el ganado y el almacenamiento de víveres. Las estructuras sociales se hicieron más complejas y la organizada para ostentar el poder se jerarquizó colocando en la cima a los hombres -patriarcado- con más recursos materiales, entre los cuales destacaban «las mujeres». Así la imagen de la mujer comenzaría su largo camino de estereotipos en la historia basados en la visión masculina. Camino que ha llegado hasta hoy, ¿se han dado cuenta que en las representaciones de muchos libros de texto y de museos las mujeres prehistóricas aparecen haciendo tareas domésticas? Sin contar siquiera con evidencias arqueológicas, la mujer aparece en esas imágenes como única persona que cuida a los niños o recolecta frutos. Evidentes estereotipos del rol de la mujer construidos en época moderna. 

 Generalizar ideas en el estudio de la historia universal muchas veces resulta contraproducente atendiendo a la variedad de civilizaciones y culturas. No obstante, en el caso del arquetipo femenino podemos encontrar pautas generales que se han usado para construir la «imagen colectiva» de la mujer por todo el planeta. Las ideas de mujer pura-madre, creadora de vida, y de mujer pecadora culpable del mal, tienen una curiosa similitud en culturas alejadas geográficamente unas de otras. La mitología persa de la creación ya en el II milenio a.C. tiene a la diosa solar Mitra naciendo en una cueva del cuerpo de una muchacha virgen llamada Anahita, la «Anaïs» de los griegos, que será la deidad de las Aguas Puras. Al otro lado del mundo, los mexicas, llaman con el nombre colectivo de Tonantzin («Nuestra Señora») a una serie de diosas-madre que surgían de la tierra y del agua, señoras puras de la vida y la muerte. Todas esas deidades femeninas benéficas solían tener su deidad antagonista, símbolo de la «impureza y el mal».


Fotograma de la serie Juego de Tronos. La protagonista Daenerys se dirige a su baño; escenografía acorde a la mitología del cuerpo de la mujer sumergida en «aguas puras», demostrando como pervive en la actualidad esa remota imagen de la mujer en la historia


 Así, recreaciones de «vírgenes» fuente de vida y de «Evas» mordedoras del pecado terrenal las encontramos en el fecundo marco civilizador del Mediterráneo y su entorno. Pasando al judaísmo y al cristianismo este imaginario dialéctico de la mujer, siendo en estas religiones y en la cultura generada desde sus raíces donde entró en juego la moral como juez de la imagen que se debía asociar a la mujer. Una moral dictada por el hombre y que escondía propósitos de perpetuar el dominio patriarcal. Los desnudos mitológicos de mujer servían tanto para alegorías del bien como del mal. El erotismo y la sensualidad de pinturas del Renacimiento con imágenes de mujer se fueron distanciando de ese «juicio moral», pero representaban todavía más arquetipos de belleza, como en el arte de la Antigüedad, que realidades de mujer.

Los hombres miran a las mujeres. Las mujeres se miran a sí mismas a través de cómo son miradas. Esto determina no solo la mayoría de las relaciones entre hombres y mujeres, sino también la relación de las mujeres consigo mismas
(John Berger, pintor y crítico de arte; 1926-2017)

Uso y abuso de la imagen de la mujer en nuestros tiempos


 Términos como «sexualización» y «cosificación» están al orden del día en el actual debate sobre la imagen de la mujer. Sus contundentes definiciones (que pueden conocer pinchando en los enlaces) bastarían para explicar los niveles de abuso cometidos al utilizar la figura de la mujer en la historia más contemporánea, empleada como herramienta de marketing publicitario o como objeto del deseo sexual masculino a «niveles industriales». La paradoja que resulta más hiriente en este tratamiento de la mujer y su cuerpo es su origen «reaccionario». Surgió como reacción a los éxitos de los movimientos feministas y de la llamada Revolución Sexual de la década de los sesenta del pasado siglo.

Las Vanguardias del siglo XX, como ejemplo del inicio de un cambio de «mirada» a la mujer, representaban el desnudo femenino tal cual, sin ser simbología de otras ideas. La imagen de la mujer dejaba de ser «objeto» de alegoría para ser «sujeto» del arte. Esa liberación de la «conciencia femenina» sería mal encajada por el «consciente masculino» dominante, que reaccionó abusando de esa «liberalidad» que se había iniciado con la imagen de la mujer, sobre todo de su cuerpo. 

 Así, vemos como la sexualización extrema de la imagen de la mujer comenzaría en los años setenta a través de industrias como la moda y la estética o productos de belleza. Se marcaron pautas y cánones de belleza femenina muy sexualizados, pensando en el placer masculino más que en el bienestar femenino. De ahí a la cosificación de ciertas partes de la imagen de una mujer había un corto tramo conceptual. Erradicar estos fenómenos culturales supone uno de los objetivos principales de las actuales políticas de igualdad y del fomento de la educación por la igualdad de género.



© Gustavo Adolfo Ordoño
   Historiador y periodista 

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