Liderazgo mundial, una vieja historia de persuasión y algo de seducción

 

La marcha de Merkel del gobierno alemán dejando una exitosa etapa de liderazgo, tanto local como internacional, abre el debate sobre el liderazgo mundial. Fuente de la imagen 

Puede combinarse perfectamente el ser temido y el no ser odiado.
(Nicolás Maquiavelo, 1469-1527)


  Al frente durante más de quince años de la potencia europea perdedora de la Segunda Guerra Mundial, Angela Merkel dejará el gobierno alemán en los próximos meses con un índice de aprobación en su país que roza el 70%. Un notable para sus cuatro mandatos en Alemania y una excelente nota también en cuanto a liderazgo mundial, teniendo una imagen exterior muy positiva frente a otros cuestionados líderes con los que ha compartido el poder internacional en estos tres largos lustros. La canciller alemana consolidó a su país como la «Locomotora» económica de Europa, con un crecimiento del 15% en términos reales desde que ella asumió la cancillería federal.En la cara internacional su reconocimiento -y el de Alemania- mejoró incluso en países siempre recelosos del Estado alemán cuando decidió ejercer la política de «puertas abiertas» ante la crisis de refugiados de 2015 generada por las guerras e inestabilidad de Siria, Afganistán y Libia. 

   * Fuente de los datos  ↕                         

Los historiadores y politólogos se han preguntado por los ingredientes del liderazgo. La reflexión está en la misma línea que el debate sobre si la Historia queda marcada por las circunstancias de cada momento o por las personas que «escribieron», lideraron, esas etapas históricas. Aunque «los hechos son los hechos», éstos quedan configurados y dirigidos hacia diferentes facetas según sean las decisiones personales de sus protagonistas. Sería el supuesto o el ejemplo clásico de la toma de decisiones de un líder, que afecta al devenir  histórico de su país. Ahora sabemos que la decisión de atacar a la Unión Soviética fue un error de liderazgo de Hitler. El hecho de su papel dominante en 1940 de la Europa central y occidental, consecuencia también de sus decisiones, se habría desarrollado de otra manera si no hubiese cometido el error del ataque a Stalin.


La historia será generosa conmigo, puesto que tengo la intención de escribirla.
(Winston Churchill, 1874-1965)

En los intentos de enumerar las cualidades de un líder mundial, de los que luego pasan a engrosar las listas de líderes -personajes- históricos, se han llegado a emplear desde teorías antropológicas hasta la metodología de dirección empresarial. Rasgos como la inteligencia, el carisma o la seducción en la personalidad de estos individuos eran aceptados como algo «natural» para explicar su capacidad de liderazgo. Sin embargo, la historia está llena de casos donde esas personas apenas contaban con estas cualidades. Es cuando volvemos a reflexionar acerca de la importancia de los contextos, de las circunstancias que rodearon a esos líderes. Sería la conducta ante estas circunstancias lo que les daría esa cualidad de líder y no los «supuestos» rasgos de liderazgo de su personalidad.

El actor Bruno Ganz interpretando a Hitler

 También es habitual hacer la clasificación entre liderazgo bueno y malo. Como si existieran cualidades innatas de líder perverso y cruel contrapuestas a las también «naturales» del líder bondadoso y magnánimo. Una vez más el análisis nos obliga a enfocar a las circunstancias y a los actos de estas personas para entender mejor su liderazgo. Siguiendo el tratado de Maquiavelo con quinientos años detrás de sus teorías, el buen líder es aquel que sabe cuándo emplear la fuerza y cuándo la benevolencia. Dictadores que emplearon la crueldad y la violencia (la fuerza) podían justificar esos medios porque las circunstancias obligaban y eran lo mejor para su país. A ojos de sus seguidores, los pretendidos beneficiados de esos actos, esas cualidades eran aceptadas como las del óptimo liderazgo. Por eso, al confundirse la «distinción» entre el mal y buen liderazgo cuando existe una perspectiva ética, la historia debe convertirse muchas veces en estudiosa de la naturaleza humana y sus «personalidades» 

Lo único que aprendemos de la historia es que nadie aprende de la historia.
(Otto von Bismarck, 1815-1898)

Una de las tendencias estereotipadas es que la Historia la escriben únicamente los protagonistas y más si cuentan con liderazgo. Los actos y los hechos que propiciaron Napoleón y Julio César serían suficientes para historiar sus épocas. En realidad es una perspectiva ya superada, pues en el fondo son las «personas» (en plural) supuestamente dirigidas por esos liderazgos las que acaban definiendo -en toda su complejidad- a la historia de su tiempo. Eso sí, en la actualidad siguen las ambigüedades sobre las cualidades que debería tener un «buen líder». Parece que los únicos buenos son los que ya tienen la categoría de «líderes mundiales históricos». Es decir, que la historia les ha dado ya -no tienen que esperar el veredicto- el visto bueno como líderes óptimos

Sentado en la Conferencia de Yalta el liderazgo mundial (1945)

Quizá por eso hemos visto en la historia más actual patéticas actitudes de liderazgo que se querían prestigiar equiparándose a hechos claves del pasado. Ha sido el caso de la mayoría de las administraciones de EEUU, empezando por George W. Bush, con las invasiones de Irak y Afganistán. Al comparar los ataques del 11 septiembre de 2001 con el ataque a Pearl Harbor, que motivó la entrada estadounidense en la Segunda Guerra Mundial, estaba justificando su decisión de estado (su liderazgo) como una estrategia de «guerra justa» cuando era, en realidad, una cuestión de seguridad nacional y terrorismo internacional. Sustraer las cualidades notables de liderazgo del pasado y atribuirlas al liderazgo presente es un ejercicio de perversión de la historia; que la falsea y la hace más confusa a todas las «personas históricas».   



Gustavo Adolfo Ordoño ©
Historiador y periodista

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