La vacuna Sputnik-V generaba prejuicios y recelos en Occidente hasta la publicación de un informe técnico en la prestigiosa revista médica The Lancet. Fuente imagen |
Dentro de unos días, el 22 de febrero, se cumplirán 75 años del conocido como «Telegrama Largo» que envió a Washington el encargado de negocios de la embajada de Estados Unidos en Moscú, George F. Kennan. Era el invierno de 1946 y para muchos historiadores el hito que daba forma a los inicios de la Guerra Fría. Una inteligente réplica al discurso que quince días antes había dado Stalin confirmando su decisión de romper con sus antiguos aliados. Una declaración belicista llena de recelos y rencores, que en cierta forma permanecen en las relaciones actuales entre Rusia y Occidente. Unos recelos que Kennan supo interpretar con acierto al describirlos como signos de debilidad del que se pensaba sólido régimen soviético
Se ha visto en el caso de la vacuna rusa contra el coronavirus Spuntnik-V, donde la desconfianza, los prejuicios y el orgullo patriotero han tenido más protagonismo que las valoraciones científicas. Por el lado occidental ese recelo que ha dado la espalda a una vacuna que parece eficaz ha sido evidente, pero también provocado de manera nada sutil. Cuando alguien le pone a su vacuna como nombre el célebre «icono de la Guerra Fría» Spuntnik, es porque está lanzando un claro mensaje. Los recelos y temores rusos a verse supeditados a Occidente en el concierto internacional regresan en forma de viejas glorias del éxito científico soviético en esa llamada Cold War: el Spuntnik fue el primer satélite artificial puesto en órbita por la humanidad.
George F. Kennan (1904-2005) en febrero de 1946, cuando la Segunda Guerra Mundial llevaba apenas seis meses acabada, interpretó la «salida de tono» en un discurso del líder soviético Stalin, en enero del primer año de la posguerra, como en realidad una señal de fragilidad del bloque comunista. Ese informe de la situación posbélica tuvo un primer esbozo en el telegrama de 5000 palabras que envió de urgencia y que luego fue desarrollado en la revista Foreign Affairs (1947) por el propio Kennan firmando con un Mr. X. De esta manera, el «Telegrama Largo» pasó a conocerse como el Articulo X aunque de todos era conocida la autoría del diplomático estadounidense. Ocultaba su nombre no sólo por cuestiones diplomáticas, respondía también a la idea principal del ensayo que proponía la discreción y no caer en las amenazas soviéticas reaccionando de la misma forma.
George F. Kennan. Imagen de dominio público |
Así, primero en el «Telegrama Largo» y luego en el Articulo X que desarrollaba las «fuentes del comportamiento soviético», se pusieron las bases de la doctrina de contención. En el gobierno de Washington preocupaba no solamente el tono amenazante de Stalin para exponer su posicionamiento de privilegio en la Europa del Este. Estaban desconcertados ante decisiones de Moscú a contracorriente del parecer mundial, como no suscribirse al Fondo Monetario Internacional. Necesitaban pautas de orientación para la política exterior que debían asumir en Europa y el informe de Kennan resultó clarividente, aunque en su momento tuvo bastantes detractores. Son los que veían en la antigua Unión Soviética una fuerza comunista homogénea y consolidada que podía conquistar todo el mundo con facilidad.
Sin embargo, George F. Kennan tuvo la capacidad de saber distinguir entre «lo ruso» y lo soviético. Buen conocedor de la cultura eslava, sabía de la idiosincrasia rusa tendente a la desconfianza secular sobre la Europa occidental y de cierto complejo de inferioridad respecto a ella desde la época de los zares. Las amenazantes «bravuconadas» rusas no eran exclusivas de la época soviética y ocultaban con su vehemencia serias debilidades del entonces imperio ruso. En 1946 ocultaron la fragilidad latente en esa expansión comunista de los soviéticos por Europa que era fruto de las circunstancias bélicas. Kennan intuyó que esos europeos no tardarían en cuestionarse lo de «ser comunistas a la fuerza» de esas circunstancias.
El autor del largo telegrama, George Kennan, vivió 101 años. Tiempo más que suficiente para comprobar en persona como las ideas esenciales que expuso en ese cable de urgencia desde la embajada de Moscú se cumplieron todas. Nunca mejor dicho, el tiempo puso a cada uno en su sitio.
Historiador y periodista
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