Las posguerras de la Historia que fueron peores que sus guerras

 

Adolescentes y mayores de 60 años fueron reclutados de urgencia para una inútil defensa del Berlín nazi (octubre 1944-mayo 1945)

   Uno de los testimonios más repetidos por los combatientes alemanes que sobrevivieron a la batalla de la Defensa de Berlín fue: «disfruta de la guerra que luego viene lo peor, la maldita posguerra». Era un comentario habitual hecho por los veteranos supervivientes de los distintos frentes a los jóvenes adolescentes y a los ancianos que fueron reclutados de manera desesperada para la defensa de la capital del III Reich. En realidad era una sensación muy extendida entre los alemanes y otros ciudadanos europeos en la Europa de 1945. La guerra había sido, sin duda, un impacto tremendo en las vidas de esas personas. Sin embargo, en muchas fases de la contienda la vida tenía cierta «normalidad» para el que no estaba en el frente. Las familias alemanas salían a celebrar a parques o lugares de recreo las fulgurantes victorias que tuvo su ejército al comienzo de la guerra. 

Tanto para vencidos como vencedores la posguerra abría un periodo de mayor incertidumbre y perturbación. Los países derrotados deben afrontar dos grandes retos: la reconstrucción física (económica) y la recuperación moral de la sociedad. Esta última resulta mucho más compleja que el resurgimiento económico. Uno de los reproches más críticos que hacía la intelectualidad germana de los años sesenta (1960) era a la generación de alemanes que habían perdido la guerra, a los que se les achacaba que únicamente se interesaron por la reconstrucción económica del país y no asumieron la responsabilidad moral de sus acciones como «sociedad nazi». Un cargo de conciencia que no dejaba disfrutar de cierto ocio cultural que estaba muy de moda. El cine de Hollywood había seguido realizando películas de la Segunda Guerra Mundial, que eran evitadas por el público alemán de posguerra. 

Para la generación más joven, que no había sufrido ni la guerra ni la inmediata posguerra por haber nacido esos años o ser niños de corta edad, la democracia capitalista de la República Federal Alemana estaba llena de defectos. Intelectuales como el cineasta Rainer W. Fassbinder (1945-1982), directamente argumentaban que la democracia alemana había sido decretada por la zona occidental de ocupación, como un país apolítico, dirigido al consumismo y protegido -vigilado- por Estados Unidos. Esa dura crítica a su propio país partía de un agrio reproche: el gobierno de Bonn encubría los crímenes de su generación fundadora. Podía pensarse que el alemán medio fue víctima de la barbarie nazi como el resto del mundo, pero la cruda realidad es que hasta el último aliento del nazismo la sociedad germana siguió inmersa en esa «locura colectiva». Esos ancianos que desfilaban a finales de 1944 formando la Volkssturm (Fuerzas de Asalto del Pueblo) no lo hacían la mayoría de ellos de manera forzosa, todo lo contrario.   

Ciudadanos alemanes de entre 16 y 60 años conformaron la Volkssturm a finales de 1944 

Estos ancianos y los jóvenes de 16 años que estuvieron incluidos en esa fuerza defensiva nazi organizada a la desesperada, cuando la guerra ya estaba claramente perdida, podían haber servido para la reconstrucción del país en la posguerra. Sin embargo, los primeros años (mitad de 1945 y 1946), estuvieron en su mayor parte en campos de concentración o en grupos de reeducación. Las tareas más duras de la reconstrucción, incluso el desescombro de Berlín, quedaría esos meses en manos de las mujeres. Se puede decir sin exagerar que la sociedad alemana sufrió menos durante la Segunda Guerra Mundial que en su posterior posguerra. Esta paradoja también se daría a lo largo de la Guerra Civil Española, en la mayor parte del país.
En muchas películas de la Guerra Civil Española se apunta a esa dureza de la vida en las retaguardias que anuncian las penurias de la que sería una larga posguerra. Nada más morir el dictador en 1975, comenzó la realización de una extensa filmografía que ha convertido a la Guerra Civil en un género principal de las películas de época. Ciudades que vivían asedios prolongados como la capital, rodeada por una «eterna» Batalla de Madrid, son las protagonistas de muchas historias donde importa más la repercusión social de la guerra que las «hazañas bélicas». En los lugares ocupados por los golpistas se aprecia la represión ejercida sobre la población ya antes de acabar la contienda, en las retaguardias con detenciones indiscriminadas y fusilamientos que construían los andamios del futuro régimen autoritario. 

Relatos de hambre y miseria los primeros años de la posguerra que produjeron más víctimas que algunas batallas del conflicto civil. Daba igual haber combatido en el ejército franquista, si la posición social del combatiente era humilde o existían dudas sobre su grado de afección al «Movimiento Nacional» no se beneficiaba de las posibles ventajas de la corruptela existente en la Comisaría General de Abastecimientos y Transportes (Comisaría de Abastos). El hambre llegó a ser tan agudo en Madrid, que se cambiaban joyas de oro por un kilo de patatas. El dinero dejó de circular y el estraperlo y mercado negro se apoderó de la dinámica económica. 

La paradoja de «estar mejor» en la guerra se entendía porque durante el conflicto cada zona tenía su flujo de dinero, los negocios estaban suministrados gracias a que la economía de guerra también se ocupaba de las retaguardias. Llegó la posguerra y la dictadura paralizó esa economía en su propósito de tener el control absoluto. Una autarquía que no sirvió para recuperar al país, imposible la autosuficiencia al estar literalmente destrozado. Agravado todo por el bloqueo y aislamiento internacional que sufrió el régimen franquista en su primera década de vida... 
Cartilla de Racionamiento, estuvieron en vigor hasta 1952

«Disfruta de la guerra que luego viene lo peor, la maldita posguerra»

  

Gustavo Adolfo Ordoño © 

Historiador y Periodista

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