Los proyectos de armamento nuclear más singulares de la Historia

 

El proyecto de armas nucleares de Corea del Norte es una realidad, en gran medida gracias a China

  En varias zonas de las regiones españolas de Badajoz y Salamanca existen reservas naturales de mineral de uranio, suficientes para el autoabastecimiento. Lo que ocurre es que se extrae en una calidad bruta y enriquecerlo supone contar con una tecnología muy costosa. Mucho más en los años 1963 a 1965 que se desarrolló el conocido como Proyecto Islero, el «Proyecto Manhattan español». Siguiendo con la comparación, el Robert Oppenheimer español fue el comandante Guillermo Velarde que tenía formación académica en Física por la Universidad Estatal de Pensilvania (EEUU) y luego por el laboratorio Argonne de Chicago. Cuando su superior el también militar José María Otero Navascués, presidente de la JEN (Junta de Energía Nuclear), le requirió regresar a España estaba estudiando en una empresa energética estadounidense cómo construir un reactor de agua pesada en suelo español. Todo dentro del programa nuclear que España había iniciado con fines exclusivamente de producción energética. 

Pero cuando Velarde aterrizó en Barajas, se encontró con unos planes promovidos desde las más altas instancias del franquismo para conseguir armamento nuclear. Parece que el comandante Guillermo Velarde acabó siendo el principal escéptico con el proyecto. Sabía que la bomba atómica de Hiroshima había usado uranio y que aunque España tenía reservas de ese mineral, enriquecerlo iba a ser imposible con los medios del país. El otro camino, utilizar plutonio como la bomba de Nagasaki sería más factible. ¿Por qué? Era evidente que ninguna potencia nuclear iba a vender plutonio tratado con fines militares a Madrid, aunque eso se salvaba con algo que todo el mundo sabía.  

La futura planta energética nuclear española, que ya estaba en proceso, generaría residuos de plutonio de las barras de uranio. En principio suficientes para construir al menos cinco bombas iniciales, que incluirían a España en el exclusivo «Club Atómico» de las potencias nucleares. No obstante, el equipo de Velarde y el ministro de Industria Gregorio López Bravo, supervisor general del proyecto, sabían que cualquier actividad extraña en el entorno de las instalaciones nucleares españolas sería investigado y descubierto por la CIA o los servicios secretos británicos. El proyecto español de conseguir la bomba atómica tendría más obstáculos políticos que técnicos. 

La primera central nuclear para energía eléctrica en España, la Vandellós I (Tarragona)

A pesar de los escepticismos del comandante Velarde, este científico cumpliría con disciplina militar la elaboración del «Informe de viabilidad de armamento nuclear» que entrega a finales de 1964. El proyecto no debió ser considerado como realizable porque se quedó en un cajón. Parece que se hizo caso a los inconvenientes económicos que expuso el ministro López Bravo, más realista en los cálculos. Una cifra desorbitada para el presupuesto estatal, muy dependiente en gasto de los acuerdos bilaterales con EEUU y el gobierno de Franco temió el bloqueo económico. Pasaron casi diez años y un nuevo requerimiento al ex comandante Velarde, ahora catedrático de Física en la universidad española, le provocaría mayor sorpresa: el presidente Arias Navarro quería recuperar el Proyecto Islero

Era el año 1974 y visitaba España el por entonces vicepresidente de Irak, Sadam Hussein. Su perfil emergente como líder de una también emergente potencia militar en Oriente Medio pareció interesar al presidente Arias Navarro y al mismo Franco. Sabían del interés iraquí por modernizar su ejército y comenzaba en esos años la «rumorología» de la capacidad de Irak de armarse con armamento nuclear, para contrarrestar a Israel y sus ya conseguidas bombas atómicas. No es posible asegurar que se tantease al líder árabe sobre las posibilidades de cooperación técnica entre los países, pero tampoco es improbable por la tremenda coincidencia de su viaje a España y el interés del régimen franquista de recuperar su proyecto de armas nucleares. 

Sadam Housein visita España en 1974 y se le tantea para una posible orientación en el «asunto armas nucleares»

Como la primera planta nuclear española, la central eléctrica de Vandellós I (Tarragona), llevaba ya años funcionando el problema de cargas de plutonio estaba solucionado. Las cuestiones que impedían prosperar el proyecto seguían siendo la necesidad de una tecnología muy cara para conseguir los detonadores de fisión y las presiones extremas de Washington para que España permitiera a la Agencia Internacional de Energía Atómica la supervisión de todas sus instalaciones nucleares. Era una condición inexcusable para seguir recibiendo apoyo en el desarrollo nuclear español. El permiso se dio ya en democracia con el presidente Calvo Sotelo en 1981, por lo que cualquier aplicación nuclear con fines militares hubiese sido descubierta. 

De todas formas, el proyecto no fracasó por ser inviable. Documentos desclasificados de la CIA reconocen que España era en esa década de 1970 el único país europeo capaz de sumarse a Francia y Reino Unido al reducido club de países con su propio armamento nuclear en el viejo continente. Consolidado el país como democracia occidental, el gobierno socialista de 1987 firmó la adhesión de España al tratado de No Proliferación

Proyectos de armamento nuclear casi realizados y los que llegaron a ser reales

América Latina no tiene bombas atómicas... que se sepa. Los intentos más serios vinieron de las potencias económicas del Cono Sur, Brasil y la Argentina. Esta última vivió entre el rumor y la sospecha de un proyecto de armamento nuclear en los gobiernos de militares en la década de 1970. Los argentinos tuvieron un programa de energía atómica desde muy temprano, en el primer gobierno de Perón que se creó la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA). En 1950 se realizaban pruebas nucleares a niveles de laboratorio que indicaban avances y convertían al país suramericano en una posible potencia nuclear. Oficialmente estos proyectos siempre fueron para fines pacíficos, desarrollos energéticos. 

Las dudas comenzaron cuando el poder recabó en manos de los golpistas «cívico-militares» de 1976 (gobierno del general Videla) y se planeó construir una planta de reprocesamiento de combustible nuclear. Eso permitía obtener el plutonio suficiente para el «uso dual», militar y energético. Pero ni Brasil, que llegó a tener una planta nuclear industrial con posibilidades de enriquecer uranio, ni Argentina lograron zafarse del control y la presión de Estados Unidos. Kissinger declaró algo que resultaba humillante para los suramericanos, «no quiero armas nucleares en el “patio trasero” de los EEUU». Los posibles planes fueron olvidándose a principios de la década de 1990, cuando la región se adscribió también al Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares. 

Videla rodeado de otros generales argentinos 

Un caso curioso y diferente en cuanto al éxito del proyecto estuvo en Sudáfrica. El país había conseguido armarse con bombas atómicas en un osado intento de ser respetado como Estado. Desprestigiado y criticado internacionalmente de manera casi unánime por su sistema del Apartheid, discriminación racial, bloqueado a nivel comercial en muchos mercados, decidió contar con un potencial de armas atómicas que al menos le hiciera ganar “respeto” por el miedo. Su programa militar nuclear fue más sencillo de concretar al ser Sudáfrica el tercer productor mundial de uranio. De hecho, los sudafricanos serían los suministradores principales para los proyectos de armamento nuclear de EEUU y Gran Bretaña. Así que contaban con tecnología y recursos de uranio más que de sobra, algo confirmado por un satélite espía soviético en 1977 que logró fotografiar las instalaciones donde se llevarían a cabo las pruebas de la bomba atómica sudafricana. 

Si a finales de esa década de 1970, Sudáfrica se sentía «atacada por todos» y tomó esa aparatosa decisión de armar a su ejército con armas nucleares; a inicios de los años noventa, el presidente De Klerk reconocía (discurso de marzo de 1993) la posesión de un arsenal nuclear y la intención unilateral de su país de desarmarse. Una decisión de desarme atómico que pensaban en Pretoria ayudaría a rebajar la «hostilidad» y la antipatía mundial sobre su país. Las políticas reformistas iniciadas desde 1989, que llevaron a la supresión del sistema de segregación racial -apartheid-, y el desarme con la destrucción de su armamento nuclear, lograron un efecto de 180º sobre la imagen de Sudáfrica. 

Después llegó el gobierno de Mandela y la República de Sudáfrica se convertiría, de manera ejemplar, en la potencia regional y económica de esa zona geopolítica. Es decir, este país que sí tuvo éxito en su proyecto de armamento nuclear, proyectos que se desarrollaban para obtener «posición en el tablero mundial», consiguió la consideración de prestigio y de potencia regional de una manera muy distinta. Muestra de los nuevos tiempos, las décadas finales del siglo XX donde el reconocimiento internacional se midió por el éxito económico. 

 

Gustavo Adolfo Ordoño ©

Historiador y periodista 

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