La batalla del Ebro, una «línea de fuego» que intentó cambiar la historia

La cuidada planificación de la Batalla del Ebro la hizo precedente
de otras batallas modernas de la Segunda Guerra Mundial 

La Guerra Civil española es todo un género literario. Confirmado. No solamente por las novelas de ficción o incluso las «históricas». Lo es también por el empeño que ponemos todos, empezando por los historiadores, en hacer «literatura» con un conflicto que a pesar de la infinidad de historiografía bibliográfica generada sigue estando muy precariamente investigado. La «memoria histórica» entró a escena en las últimas décadas y, aunque se inició desde la política, pudo abordar temas en la diversa bibliografía que hasta hace poco eran tabú en la sociedad española. Uno de ellos es (y seguirá siendo) el hecho de que los contendientes eran hermanos, amigos, tíos, sobrinos, hijos, padres... de un mismo pueblo. Una intrahistoria que desmonta el simplismo de «luchadores justos» contra «villanos facciosos», puesto que dentro de la «masa reclutada» se daban casos claros de personas "simplemente arrastradas" por las circunstancias. 
 
 Se da la coincidencia de contar con dos publicaciones recientes sobre la Guerra Civil totalmente opuestas que darían razones a mi argumentación de la entradilla del artículo. Por un lado tenemos un libro basado en una Tesis Doctoral «Premio Miguel Artola», Soldados de Franco. Reclutamiento forzoso, experiencia de guerra y desmovilización militar, de Francisco J. Leira Castiñeira, donde se «desmitifica la historia, una y otra vez repetida, de que media España se alzó contra la República por cuestiones ideológicas o políticas». Por el otro lado, un libro que pronto será (si no lo es ya) Nº 1 de ventas en España, la última novela de Arturo Pérez-Reverte. En este caso, aunque comparta una de las tesis del libro del historiador, que «cuando acercas el zoom a la gente, a la trinchera, había gente obligada, otra voluntaria, que la llevaron desde su pueblo», la obra de Pérez-Reverte se limita a recrear desde la ficción la experiencia vital de unos jóvenes soldados en esa batalla. Y lo hace con su habitual estilo de «novela de acción», que aunque te pueda gustar o no es evidente tiene su público.

En nuestro caso vamos a escribir un breve esbozo de lo que fue esa ofensiva y contraofensiva bélica que ha pasado a la historia con el ya famoso nombre de «La Batalla del Ebro». Y lo haremos a un modo «clásico», desde la perspectiva de la historia militar. Creemos que incidir en la intrahistoria y en la memoria está siendo positivo para nuevos enfoques del conflicto, pero también pensamos que no se debe menospreciar y descuidar los aspectos generales políticos, estratégicos y sociales de esta gran batalla. Detalles como el «plan estratégico» de los generales de cada bando, Vicente Rojo y Francisco Franco

→  El 24 de julio de 1938, al filo de la medianoche, tropas republicanas comienzan el cruce del río Ebro por sorpresa. Es un plan militarmente perfecto y llevado a cabo en el más absoluto secreto por el Estado Mayor del Ejército Popular. Se emplearon barcazas de todo tipo, construyeron puentes y se vadeó el río para que los cien mil hombres emplazados en la ribera norte, al mando del coronel miliciano, Juan Modesto, pudieran iniciar la ofensiva que suponía la última oportunidad de sobrevivir de la República. Un "último cartucho" que tenía más de estrategia desesperada que de oportunidad única para revertir el resultado de la guerra.



General Vicente Rojo, en la batalla del Ebro 


 El héroe de la defensa de Madrid, el militar fiel a la República que consiguió frenar el avance franquista, fue el estratega de la operación. El general Rojo era Jefe del Estado Mayor y tras la llegada de los ejércitos de Franco a Castellón, aislando y cortando Cataluña de la zona centro y Valencia, piensa en abrir un nuevo frente que permita recuperar el vital contacto con un Madrid asediado. El lugar elegido por el general Rojo fue la comarca catalana de Terra Alta, una zona montañosa al suroeste de Tarragona. Ese abrupto terreno piensa será el ideal para contrarrestar la mayor capacidad en artillería y aviación del autollamado «Ejército Nacional». 

La bautizada como Agrupación Autónoma del Ebro abrirá una brecha de unos 40 kilómetros, frente a una 50º División del general Yagüe sorprendida ante el inesperado ataque y barrida de la zona en menos de 48 horas. Ese avance victorioso causó estupor entre los generales franquistas, porque no veían al enemigo capaz de organizar esa osada ofensiva. Algo logrado gracias al uso masivo de zapadores, que resultó tan eficaz para cruzar el río.

General Franco,  en la batalla del Ebro


 Existía un «tímido malestar» en el bando franquista porque Franco no se decidía a tomar la debilitada Madrid. En lugar de planificar un ataque definitivo contra la capital, había concentrado sus mejores unidades en el asedio a Valencia, que resistía y no era conquistada. Pensaba que era crucial cortar el acceso marítimo y vía de suministros a Madrid, ocupando la capital valenciana. La ofensiva del Ebro y la preocupación que generó entre los militares golpistas, logró convertir las siempre tímidas críticas al general Franco en quejas algo más consistentes.

Desde un punto de vista puramente militar Franco no se equivocaba, su estrategia era la más acertada aunque la que menos resultados vistosos conseguía. Al otro lado, el estratega militar republicano, el general Rojo, tampoco se equivocaba. La principal apuesta con la ofensiva del Ebro era descongestionar el frente de Levante, insuflar ánimos a los resistentes de Valencia y elevar la moral de Barcelona, temerosa de ser la próxima en caer.

El rápido e inesperado cruce del Ebro en barca de las fuerzas republicanas


Estrategias políticas en una batalla militar


 Pero todas estas estrategias militares tenían detrás una vertiente política que las motivaba. El gobierno de Negrín sufría una crisis interna, la derrota en la batalla de Teruel supuso la desmoralización republicana y la desconfianza entre sus ministros. La ofensiva del Ebro pretendía ganar tiempo y así cambiar el curso de la guerra, conseguir moral y un corredor de suministros y alimentos. Cara al exterior era demostrar que la República no estaba derrotada.

Franco, en cambio, no tenía una sutil estrategia política. Era evidente que anteponía su visión militar y cruel a cualquier planificación política. Desoyendo a sus asesores y, desde luego, despreciando las críticas veladas, el general Franco ordenará llevar al Ebro a sus mejores cuerpos de ejército y concentrar toda su maquinaria bélica, los numerosos aviones y tanques de Hitler y Mussolini, para la total aniquilación del Ejército del Ebro. Entre las particulares «obsesiones» del dictador estaba la de "eliminar" al Ejército del Ebro, fuerza que consideraba la mejor de la República. La tenacidad de Rojo a resistir estaba influida por la necesidad de Negrín de conseguir aliento para una moribunda República. Agarrada a la esperanza de que las democracias se decidiesen a ayudar al gobierno legítimo republicano. Azaña les intentaba demostrar que la guerra de España contra el fascismo era solamente la antesala de una lucha que se extendería por toda Europa.

 Los gobiernos democráticos parecen estar más preocupados por proteger sus intereses económicos en la península que por las implicaciones políticas que les supondría ayudar a la República. Finalmente, el Pacto de Munich otorga, ante la miopía europea, Checoslovaquia a los deseos expansionistas de Hitler. Ahora toda esperanza de ayuda a la República se desvanece, pues prevalecerá la política de «no intervención».

El general Vicente Rojo, estratega de la ofensiva del Ebro, y el presidente Azaña


La batalla del Ebro, una barbarie del siglo XX


 Sin el apoyo logístico que esperaban recibir los cuerpos de ejército republicano la resistencia se presentaba inútil. Durante casi cuatro meses ofrecieron una valiente defensa en inferioridad de condiciones, con constantes bombardeos artillados y de la aviación, sin ser expulsados de la orilla que habían cruzado hasta la voluntaria retirada y repliegue de mediados de noviembre de 1938.

El balance final fue dantesco. El número de muertos en el bando republicano se calcula fue de 12.000 combatientes y en el franquista las cifras estarían en la mitad, unos 6.000. La batalla del Ebro fue la más larga y cruel, la que tuvo más bajas de toda la guerra civil. Las cifras más consensuadas hablan de unas 100.000 víctimas sumando ambos bandos, entre muertos, heridos y prisioneros.



© Gustavo Adolfo Ordoño

   Historiador y periodista 

Publicar un comentario

0 Comentarios