Chiapas, la revuelta zapatista cumple 30 años; cuando los Reyes Magos trajeron escopetas de «juguete» para hacer una Revolución

 

Niños y niñas, jóvenes, del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) portando algunos fusiles y escopetas que eran «juguetes» de madera. Fuente de la imagen


El mundo acababa de iniciar el año 1994 cuando los guerrilleros zapatistas de Chiapas iniciaron su revolución. La primera noticia del año había transcurrido entre la Nochevieja de 1993 y el Año Nuevo de 1994. Las redacciones de los medios informativos recibían el teletipo, todavía no existían las redes sociales, con la nota de un levantamiento indígena en el estado de Chiapas, al sureste de México. Del 1 al 12 de enero de 1994, el subcomandante Marcos y sus guerrilleros zapatistas protagonizaron la escena internacional, hoy una actualidad histórica


 Ese mismo 1 de enero había sido el día elegido para que entrasen en vigor–automáticamente- las garantías acordadas en el reciente Tratado de Libre Comercio de América del Norte, firmado por Estados Unidos, Canadá y México. Fue la simbólica gota que colmó el vaso de la paciencia del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), cuyo activismo político se basaba en una enérgica defensa de los derechos indígenas sobre las tierras y recursos del estado de Chiapas, el más pobre de México. Hasta ese día de Año Nuevo de 1994, que decidieron levantarse en armas y enfrentarse al gobierno federal mexicano. 

Enseguida, su reivindicación atrajo las simpatías de todo el mundo. Aunque se trataba de un levantamiento armado, la precariedad de medios y los componentes de ese heterogéneo ejército popular, formado también por mujeres y niños, consiguió que el interés internacional se centrara en sus justas razones para hacer la «Revolución». Desde el principio se apreció que no supondrían una «amenaza militar» seria para el Ejército mexicano. En verdad, se temió más por la posibilidad de convertirse el conflicto de Chiapas en una masacre perpetrada por los militares mexicanos contra esos singulares guerrilleros. Por eso, pronto se consideró justa su revuelta para reclamar una mejor atención del gobierno de México DF, con mayor justicia y democracia para la población indígena, que es la mayoría en esa región.

 Sin embargo, Carlos Salinas de Gortari, el presidente de México en esas fechas, acusó el 6 de Enero, el Día de Reyes, a ese levantamiento indígena de ser «terroristas», profesionales de la violencia, fomentados por extranjeros con intereses contra México. Había ordenado al día siguiente del levantamiento, el 2 de enero, la intervención militar en el estado de Chiapas para reprimir a los que consideraba insurrectos con la llamada «guerra de contrainsurgencia». Pero esa medida fue contestada en las calles, por la mayoría de la sociedad civil mexicana, con manifestaciones a favor de los zapatistas. 

También la presión internacional sobre el presidente Salinas evitó un enfrentamiento militar abierto y crudo contra los indígenas. De esta manera, el presidente mexicano ordenó la retirada de las tropas y el alto el fuego unilateral el 12 de enero; pues el EZLN había declarado la guerra al gobierno federal de México al iniciarse la revuelta. Las columnas de indígenas que formaban ese Ejército Zapatista de Liberación; zoques, choles, tojolabales, mames y sobre todo, tzotziles y tzeltales, remontaron las colinas y montañas que había bajado para volver a sus «cuarteles» y poblados. Comenzaba la fase de negociación del conflicto de Chiapas.


Una icónica fotografía del «Conflicto de Chiapas»


 Así, se celebrarían del 21 de febrero al 3 de marzo de 1994 los llamados Diálogos de la Catedral, conocidos con ese nombre al tener lugar en la catedral de San Cristóbal de las Casas, una de las capitales del Estado de Chiapas. En la reunión hubo un representante presidencial, el «Comisionado para la Paz y la Reconciliación de Chiapas», Manuel Camacho; un tercero «mediador» entre las partes enfrentadas, el Monseñor Samuel Ruiz García; y una veintena de delegados indígenas del EZLN. Esa delegación zapatista estuvo liderada  por el que fue jefe militar de la revolución, el subcomandante Marcos; el único mestizo de la representación zapatista. Lo más positivo del «Tratado» de paz sería la elaboración de un documento –una declaración- con las demandas principales de los indígenas y las soluciones que pensaba afrontar el Gobierno Federal para atenderlas. 

A esa declaración se la denominó «Compromisos con la Paz». Curiosamente, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional la enviaría a consulta de las comunidades indígenas y en el verano de ese año (1994) las votaciones fueron mayoría al rechazo. En el fondo, estas comunidades indígenas apreciaban que todo se quedaba en puro formalismo y no se cumplían con las demandas esenciales de los indigenistas. Esa sería la línea general, de rechazo e insatisfacción, ocurrida en las incontables reuniones que a lo largo de estas tres décadas tuvieron zapatistas y federales. Chiapas y su persistente conflicto ha quedado como una cuenta pendiente para todos los gobiernos mexicanos. 

El populismo nacionalista usado en México para responsabilizar de todos los males indígenas al periodo hispano del país no ha servido de eximente a los gobiernos federales. La protesta, el grito de justicia e igualdad para los pueblos indígenas fue y es contra el actual México. Unos gobiernos mexicanos que mientras negociaban acuerdos de paz y medidas sociales en Chiapas, armaban grupos paramilitares y financiaban partidos políticos para presionar y eliminar a las fuerzas zapatistas. Ese era el México de finales del siglo XX y de este siglo, único responsable de que a día de hoy Chiapas siga siendo el estado más pobre y marginado del país azteca. 



 © Gustavo Adolfo Ordoño 

   Historiador y periodista

Publicar un comentario

0 Comentarios