Jorge Semprún, memoria histórica viva que nos deja


Niño exiliado de la guerra, miembro de la Resistencia francesa, prisionero de un campo de concentración nazi, ministro de cultura, intelectual europeísta


 Todo eso y más, un intelectual comprometido, fue Jorge Semprún. Sin embargo, él se consideraba básicamente memoria viva del siglo XX. En una de las entrevistas que concedió a los periodistas construía una hermosa metáfora sobre la memoria histórica; confesó que le entristecía no poder describir, expresar con palabras minuciosas a pesar de ser escritor, el recuerdo más vivo que tenía del campo de Buchenwald, lo que significaba haber estado en un campo de concentración: el olor a carne quemada. 

Campo de Buchenwald


El mismo Semprún se cuestionaba, “¿pero cómo hablas de eso? ¿Comparas? ¿La obscenidad de la comparación? ¿Dices, por ejemplo, que huele como a pollo quemado?” Por eso se quejaba con tristeza de que ese “recuerdo tan vivo” que no podía explicar se perdería con su muerte, igual que ya había pasado al fallecer otros supervivientes de los campos.

Por eso, queremos en este artículo describir con detalle el horror y la barbarie de ese campo de Buchenwald, en el este de Alemania. Era uno de los más grandes construidos a finales de los años treinta, en julio de 1937. Como vemos fue proyectado mucho antes de comenzar la Segunda Guerra Mundial, dentro de los planes de un régimen opresivo y controlador de su población, como era el Tercer Reich.

Prisioneros políticos y prisioneros “asociales”


En un principio fue concebido como campo de concentración para prisioneros de carácter político y/o asocial (a los que los nazis consideraban imposibles de integrar en su sociedad); entre sus primeros cautivos hubo muchos judíos encarcelados tras los incidentes conocidos como “la noche de los cristales rotos”, una jornada de acoso y violencia contra los negocios judíos y las sinagogas en varias ciudades de Alemania el 9 de noviembre de 1938.

No obstante, también fue lugar de encierro para personas de origen gitano, con problemas mentales o simplemente homosexuales, a los que el régimen nazi consideraba enfermos. Precisamente, en 1941 un médico de la SS, el doctor Carl Vaernet, comenzó una “cura” con horribles experimentos sobre los prisioneros homosexuales con el propósito de “extirparles esa enfermiza" condición sexual.


Trabajos forzados y red de campos


El campo de Buchenwald estaba situado cerca de Weimar, paradójicamente la ciudad que había dado nombre a la democracia constituida en República alemana tras la derrota en la I Guerra Mundial. Aunque los nazis no abolieron la constitución que salió de la Asamblea de Weimar, a todos los efectos, cuando llegaron al poder, sus preceptos democráticos no fueron respetados.

La región y zona de Weimar se convertiría en una red de campos de concentración, teniendo a Buchenwald como “capital” de ese sistema de campos de trabajos forzados. Porque este campo no hay que confundirlo con los ideados o transformados al iniciarse “la solución final” en campos de exterminio, en Buchenwald no hubo cámaras de gas, era un campo principalmente para suministrar mano de obra esclava, forzada, a las fábricas de armamento o a las minas y canteras nazis.

Campo de muerte y esclavitud


Aunque no tuviese la siniestra categoría de “campo de exterminio”, en el campo de Buchenwald y en sus “subcampos” se asesinaron, se calcula, a 56.000 personas. La mayoría a partir de 1942, cuando se endurecieron las condiciones, más si cabe, y la SS aumentó los fusilamientos indiscriminados o la selección de prisioneros débiles para el trabajo forzado, que eran asesinados con inyecciones letales o en una cámara de gas construida en uno de los campos adjuntos al control de Buchenwald donde se realizaron experimentos médicos sobre humanos, que era llamada, eufemismo cruel, “sala de eutanasia”.

El crematorio estaba situado cerca del “bunker”, que era como se conocía a la cárcel del campo de Buchenwald, una prisión dentro de una gran prisión, el último lugar para muchos de los prisioneros antes de las ejecuciones, el lugar de donde provenía el recuerdo imborrable de Jorge Semprún , “el olor a carne humana quemada”.



Gustavo Adolfo Ordoño ©
Periodista e historiador

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