La Ayuda Suiza es expulsada de Madrid por Franco


 Recibimiento a las tropas de Franco en la Puerta de Alcalá de Madrid

Capítulo IX

El final de la guerra está próximo, será el fin de La Ayuda Suiza 


Luis Manuel Expósito Navarro (UNED)


Los comedores suizos de Madrid siguieron funcionando a ritmo constante. El de ancianos y niños, pues también se repartían 600 desayunos y 600 meriendas infantiles, en El Porvenir estaba ya en la línea de trayectoria de los obuses que las fuerzas de Franco lanzaban desde los cañones de largo alcance instalados en el Monte Garabitas, en la Casa de Campo: “Cuando disparaban [obuses] a la ciudad, o nos daban a nosotros o pasaban por encima, hacían un silbido agudo y fuerte que conocíamos perfectamente y que nos hacía estremecer”, porque detrás de ese silbido llegaba la explosión más cercana o más lejana, la destrucción y la muerte de personas inocentes.  Poco antes de Navidad, dos ancianos se pusieron enfermos en El Porvenir y tuvieron que atenderles con los medios de que disponían. El día 24 se repartió, como algo extraordinario, una onza de chocolate, un bollo y un trozo de jabón, tres productos muy apreciados en ese momento por los ancianos.

            Irma Schneider y Rodolfo Olgiati, se marcharon de Madrid el 9 de febrero. El matrimonio había recibido muy malas noticias de Barcelona, ocupada por el ejército al mando de Franco, lo que significaba el fin de la Ayuda Suiza en Cataluña. Su intento de que Ruth volviera a Barcelona quedó en nada, ante la imposibilidad de que permitieran el paso a España las autoridades francesas, Elisabeth Eidenbenz también dejó Madrid en febrero, seguramente sobre el día 15.  A partir de ese día, solo quedaba en Madrid la enfermera Elsbeth Kasser al frente de la delegación de Ayuda Suiza y los conductores Reto y Willy. Sin embargo, por extraño que pudiera perecer, los comedores y roperos de Madrid seguían funcionando gracias a todos los voluntarios españoles, tanto las mujeres refugiadas que regían los comedores y roperos, como los protestantes del entorno de los Fliedner, que seguían defendiendo sus propiedades y su religión dando uso a los colegios y templos, donde proseguía el culto evangélico.

A partir del 12 de febrero se produce una oleada de intensos bombardeos sobre la población madrileña. Los obuses caen a cientos todos los días. En ese contexto, se produce un nuevo cambio en las autoridades el 5 de marzo, tras el golpe de estado protagonizado por el coronel Segismundo Casado el día anterior, y secundado por Miaja y Besteiro, entre otros. El presidente del Consejo de Ministros de la República, Juan Negrín, y los comunistas, han de marcharse, dejando frustrado el plan de evacuación que tenían preparado para Madrid. El día 6 se produce un levantamiento comunista en Madrid que dura varios días hasta que es frustrado. Los combates entre ambos bandos, los comunistas y los anticomunistas del Consejo Nacional de Defensa presidido por el general Miaja y apoyado por los batallones anarquistas de Cipriano Mera, recordaban los sucesos de mayo de 1937, días después de la llegada de los suizos a España, junto al intenso bombardeo que arreciaba desde el aire, motivaron que la asistencia de ancianos al comedor de El Porvenir se resintiera. El 8 de marzo acudieron a la comida tan solo 200 ancianos, la mitad de los previstos. Dos días después ya acudieron 250, y el 11 de marzo, 300. Tras el fin de los combates internos en Madrid y la derrota de los comunistas, se normalizó la asistencia al comedor el 13 de marzo. Unos días más tarde, el 25, y tras unas negociaciones en las que Franco se negó en rotundo a aceptar cualquier condición del Consejo Nacional de Defensa, en la radio del comedor se escuchaba una voz que decía: “Madrid se entrega sin condiciones”. 

            Es interesante conocer la visión que sobre estos hechos tenía Rodolfo Olgiati, que no parece que los viviera en primera persona, sino que más bien le fueron narrados con todo lujo de detalles posteriormente. En todo caso, deja claro que en esos días que van desde el 5 hasta el 12 de marzo, la actividad de los suizos en Madrid se redujo al mínimo, si bien, como hemos visto, los comedores siguieron funcionando, aunque con menor afluencia, debido al peligro que representaba para cualquiera un simple paseo hasta el comedor asignado:

En las últimas semanas previas a la caída de la ciudad, se produjo un fuerte enfrentamiento entre ciertos elementos extremos. La lucha desesperada había proporcionado fuertes combates que se acercaron directamente a nuestra casa [de la calle García de Paredes]. A su alrededor estaban las casas ocupadas por los soldados. Nuestra gente no podía salir de casa, porque de haberlo hecho, ésta habría sido utilizada como fortaleza y saqueada. Una semana completa se vivió entre el fuego cruzado de los combatientes, que a menudo ni siquiera pertenecían a un distinto partido que sus "enemigos" en las casas situadas enfrente. Ese fue el trágico final de una guerra que había comenzado de una manera tan trágica[1].

                                                         Fuente: "Diario de la Guerra de España", M. Koltsov


            Dos días después, Franco ordena la entrada en Madrid, y los soldados del Ejército Popular republicano que defienden la Capital se retiran del frente:

 Fue impresionante. Por la noche empezamos a oír un ruido desconocido; era el rumor que  provocaban cientos, miles de pasos, pasos, pasos. Madrid seguía sumida en la oscuridad. Se notaba que había mucha gente caminando. Nos asomamos a ver qué pasaba. Los soldados, en un silencia total, se retiraban del frente. Pasaron por la calle Bravo Murillo, pues la trinchera estaba al lado e iba al frente directamente[2]. 



            En la mañana del miércoles, 29 de marzo de 1939, miles de madrileños comenzaron a colocar banderas rojas y gualdas en sus balcones. Según el testimonio de Elfriede, “la gente chilla como si estuviera loca”, pero en medio de esa alegría y también de esa preocupación por saber si Franco iba a respetar su promesa de hacer “justicia a quienes no hubieran cometido crímenes”. En cualquier caso, los ancianos poco tenían que temer, y siguieron acudiendo, como cada día, al comedor de El Porvenir. Esa misma tarde entraron las primeras tropas de Franco en Madrid.

            Sorprendentemente, pese a que los bandos de Franco indicaban en cada esquina que no se podían realizar reuniones callejeras de más de tres personas, las gestiones de Juan Fliedner, el patriarca de la familia de protestantes, obtuvo el permiso para seguir celebrando el culto en sus templos el primero de abril.

            Sin embargo, no iba a ser tan fácil. El 17 de abril, recibieron los protestantes un jarro de agua helada: se promulgó un decreto para el cierre de los colegios evangélicos. Por fortuna, Franco había permitido seguir operando en España dos organizaciones humanitarias: la Cruz Roja y la Ayuda Suiza, debido a la contrastada condición neutral de ambas y, al mismo tiempo, quizá por el acicate que había supuesto para el régimen de Franco el reconocimiento por parte del Consejo Federal Suizo, producido en Burgos el 14 de febrero, uno de los primeros reconocimientos internacionales. ¿Podían seguir operando entonces los suizos? En la práctica sí, pues los comedores seguían funcionando sin problemas, pero por poco tiempo. El 29 de abril, sábado, en todos los comedores suizos de Madrid se leyó un comunicado en el que se anunciaba que a partir del domingo se cerraban por orden gubernativa todos los comedores sociales que Ayuda Suiza mantenía.

En El Porvenir tuvieron que despedirse con gran tristeza e incertidumbre de los ancianos las voluntarias sociales que lo administraban. En La Esperanza, Serrano, O’Donnell y tantos otros, las escenas de despedida entre los niños y madres y los voluntarios eran tan emotivas como la anterior. La voluntaria Elsbeth Kasser estaba destrozada, al igual que su buena amiga Elfriede Fliedner. Ambas se habían hecho muy amigas y juntas veían cómo aquella obra social se desvanecía por una decisión tomada en un despacho, cuando las necesidades de los niños y ancianos distaban mucho de desaparecer.

            El último episodio de esta fase conmovedora se produce a partir del 8 de mayo de 1939. Pocos días antes, habían recibido en la oficina de Ayuda Suiza en la calle de García de Paredes una tajante orden gubernativa: en el plazo de diez días tenían que abandonar Madrid y España. El nuevo Gobierno requisó sin ninguna explicación todos los almacenes y sus mercancías, así como uno de los camiones. El otro vehículo, el autobús Zwingli, se lo dejaron a los suizos para que con él tomaran la ruta que les llevara directamente a la frontera Francesa. Los suizos fueron a despedirse de la familia Fliedner el 8 de mayo. Para el 16 del mismo mes, todos los preparativos estaban hechos. Se despidieron primero en la calle Serrano de todos aquellos que de una u otra forma habían colaborado con ellos. Luego, en Cuatro Caminos, se produjo la despedida definitiva.





[1] OLGIATI, R.: Op. cit., págs 128-129.
[2] FLIEDNER, E.: Op. cit., pág. 386.

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