El petróleo de Sudán. La independencia del sur

Salva Kiir, presidente del último país creado en el mundo, Sudán del Sur


El desastroso historial de fracasos que ha tenido en África 
el mundo desarrollado horroriza y avergüenza a nuestra civilización
(Tony Blair)


 La historia de África, en muchos aspectos, puede considerarse una historia de derrotas. Y estos fracasos, es cierto, pueden avergonzar a nuestra civilización. Entiendo que esa civilización a la que Tony Blair se refiere es la europea. Puede incluso que Blair entienda la civilización como un patrimonio exclusivo del excluyente mundo anglosajón. Esa misma civilización que durante años ha esquilmado el continente africano sin ningún tipo de reparo moral. Esa misma civilización que decidió crear un horror cartográfico en toda África como forma efectiva de mantener sojuzgado a todo un continente para beneficiar a los grandes intereses del capitalismo occidental más amoral y pusilánime. Es cierto, África debería ser motivo de vergüenza ante la desafortunada actuación de la civilización que ha hecho del continente el escenario por excelencia del horror con mayúsculas.
Durante el pasado mes de abril de 2012 los enfrentamientos se reprodujeron en la frontera que separa Sudán del nuevo Estado conocido como Sudán del Sur. Este país accedió a la independencia después de un referéndum el 9 de julio de 2011 (Sudán había logrado de la independencia de los ingleses en 1956). Culminaba así un agotador proceso que había caracterizado una de las guerras civiles más largas de África, en la que sería más fácil contar los escasos periodos de tregua y paz que los de enfrentamiento abierto entre tropas regulares del Gobierno sudanés y el llamado Ejército de Liberación del Pueblo de Sudán.
Sudán del Sur es el Estado 193 de la Asamblea General de las Naciones Unidos, el más joven del planeta y, posiblemente, el más propicio para acabar siendo con todas las letras un “Estado fallido”, sumido en una pobreza extrema, en continuo conflicto bélico con su vecino del norte y azotado por numerosas luchas internas de carácter étnico y religioso.
 En Sudán del Sur se concentran de forma dramática todos los vectores que ayudan a comprender la delicada situación del continente africano. Ocupa un territorio en el centro del continente extremadamente pobre, azotado por cíclicas sequías y consecuentes hambrunas; sometido a numerosos conflictos internos, a los que ya nos hemos referido, y a los vaivenes de las luchas que viven sus países vecinos, como la República Democrática del Congo o Uganda; por otra parte, posee importantes yacimientos petrolíferos precisamente en la zona disputada con Sudán, en las provincias que hoy constituyen la frontera entre los dos países. Los litigios por el control de estos recursos son fuente constante de tensión y violencia efectiva entre Jartum y Juba (capital de Sudán del Sur); y precisamente son esas importantes fuentes petrolíferas las que hacen que en la zona se concentren poderosos intereses internacionales, muchas veces contrapuestos, dedicados a jugar sus cartas en beneficio propio: Estados Unidos, China, Francia…
El petróleo, de nuevo, se interpone como obstáculo para el progreso del país. Tras la independencia, Sudán del Sur controla los principales yacimientos petrolíferos de la zona. Sin embargo, Sudán posee la infraestructura necesaria para permitir la comercialización del crudo. Considerando que el petróleo supone uno de los principales recursos económicos para ambos países, es fácil comprender que el control de los yacimientos petrolíferos se esgrime como uno de los principales y potenciales detonantes de un nuevo conflicto en la zona. Teniendo en cuenta el historial bélico de Sudán, con una guerra civil en la que se llegaron a sumar dos millones de víctimas, se comprende la urgente necesidad de frenar cualquier conato de enfrentamiento bélico, asegurando la protección de la población civil, la más afectada por la violencia.
Durante mucho tiempo, la cruenta guerra civil sudanesa pretendió entenderse como una lucha atávica entre un norte musulmán y árabe frente al sur negro y de religión cristiana y animista. Sin embargo, parece más evidente entender este enfrentamiento como una mera cuestión económica que trata de dirimir el control sobre importantes yacimientos petrolíferos. A las disputas internas se han sumado los intereses extranjeros, con una potencia como China, que extrae el petróleo sudanés y lo comercializa, y Estados Unidos, impaciente para otorgar su apoyo al joven Gobierno de Sudán del Sur.
Mientras tanto, y como han denunciado organizaciones como Médicos sin Fronteras, Intermón Oxfam o ACNUR, el número de refugiados y desplazados crece sin cesar. La población civil huye de los combates y del hambre. De nuevo somos testigos de uno más de los ya tradicionales fracasos africanos.

Luis Pérez Armiño ©

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