Capítulo V
Los pioneros de la ayuda humanitaria
Luis Manuel Expósito Navarro (UNED)
La noche del 30 de abril, un convoy formado por cuatro
camiones Ford había atravesado la ciudad de Valencia y enfilado hacia el
noroeste, con dirección a Burjassot. Su destino: una casa de la calle Colón. En
concreto, el número 42, que a partir de ese momento se convertiría en su sede
central de operaciones. Allí les estaban esperando dos miembros más del equipo:
el inglés John, experimentado conductor de vehículos pesados, y el suizo David,
un joven de 22 años que, pese a su edad, había vivido mucho mundo, además de poseer
una gran inteligencia y grandes dotes organizativas, en opinión de Olgiati[1].
Una vez instalados en Burjassot, el siguiente paso consistía en viajar a Madrid con los cuatro camiones, descargar los alimentos y ropa que llevaban y tratar de organizar su distribución. Además, estaba pendiente de organización la evacuación de los niños madrileños. El 3 de mayo, Rodolfo Olgiati, junto con varios voluntarios, se presentó en el consistorio municipal de Burjassot; quería despedirse de los miembros del Comité Municipal y agradecerles el trato recibido, ya que él se marchaba a Suiza ese mismo día, con el objetivo de seguir de cerca los preparativos de los siguientes envíos, mientras que parte del equipo marchaba en la madrugada del día siguiente con los camiones hacia Madrid. Les recibió el presidente del Consejo Municipal, Francisco Borredá, que tuvo que salir un momento de la sala de reuniones para atender amistosamente a los miembros de la “Delegación Suiza”[2].
Tras unas diez horas de viaje para recorrer los
aproximadamente 380 kilómetros que había por entonces entre Burjassot y Madrid, llegaron
a la sede de la Legación Suiza, lo que ahora llamaríamos embajada de Suiza.
Allí les esperaba el embajador suizo para España y Portugal, Karl Egger. Les
ofreció hospitalidad en el Club Suizo o en las numerosas casas de suizos que
habían vuelto a su país tras los primeros días de incertidumbre del verano
anterior. Pero los voluntarios helvéticos tenían unas órdenes estrictas, que pasaban por descargar los camiones en el centro de refugiados de la calle García de Paredes número 45. Se trataba del edificio que fuera antiguo convento de los padres Paúles, saqueado junto con su basílica anexa en 1936 y reconvertido en centro de acogida de refugiados, que llegaban desde distintos puntos de España en conflicto, sobre todo de las zonas afectadas por el frente de batalla en torno a Madrid[3]. Ese sería el lugar elegido para pernoctar, y la subsede en Madrid durante mucho tiempo. Internamente se le llamó “El Refugio”[4].
El antiguo convento era ahora un
centro de refugiados en tránsito con capacidad para 4.500 personas. Diariamente
eran acogidos varios cientos, que huían del fragor de la batalla en los frentes
cercanos a Madrid. Pero Madrid no era un lugar seguro, y tampoco se disponía de
plazas ilimitadas para acoger a cuantos precisaran refugiarse. La consigna del
Gobierno, desde Valencia, era clara: había que evacuar Madrid. De ahí que en la
campaña de concienciación a la población civil se usara todo tipo de medios,
sobre todo gráficos, desde folletos explicativos hasta enormes carteles que
ocupaban toda la fachada de algunos edificios. Pero la evacuación no estaba
siendo fácil; algunos autores hablan de “rotundo fracaso”, y mencionan que pese
a los esfuerzos de las autoridades municipales, la Junta Delegada de Defensa y
el Gobierno legítimo, tanto la evacuación de los niños como la de los
habitantes de barrios enteros encontró gran resistencia entre los vecinos, que
llegaron a manifestarse
con pancartas con textos como este: “Los chicos de la cuesta de San Vicente no quieren marcharse de su calle”[5].
Los primeros convoyes de evacuación a cargo de la Ayuda
Suiza se realizaron de inmediato, a partir del 5 de mayo. Una semana después,
Rodolfo Olgiati había vuelto de Suiza y se presentó en Madrid. Era necesario
darse a conocer a la prensa, dar a conocer la labor humanitaria y explicar a la
población que el pueblo suizo, mediante las organizaciones caritativas, iba a
seguir entregando para los niños, las madres y los ancianos españoles numerosas
donaciones en forma de alimentos, ropa y artículos de primera necesidad. La
revista semanal Mundo Gráfico, publicaba el miércoles, 12 de mayo un reportaje
de tres páginas dedicado a la Ayuda Suiza a los Niños de España. Olgiati, que
aparece en una foto junto a uno de los camiones, explicaba al periodista que su
organización quería llevar a cabo tres planes: el primero era el suministro de
víveres para la población madrileña; el segundo, la evacuación de niños, sobre
todo, y mujeres embarazadas o madres con niños de pecho, así como ancianos y
enfermos; y el tercer objetivo, todavía no iniciado como los anteriores, pues
requería una serie de permisos espaciales del Gobierno republicano, era la
evacuación de niños españoles a Suiza, objetivo que con el tiempo también se
cumpliría.
Las explicaciones de todo tipo que dio Olgiati a los
periodistas quedaron plasmadas en la revista. Cabe resaltar el ambiente de
ayuda a España que se había generado en Suiza de manera espontánea.
Hay ahora en Suiza un intenso movimiento en favor de
nuestros chiquillos. Almacenes y tiendas ofrecen víveres al Comité de Ayuda. En
muchos comercios han instalado, a la entrada, una caja con un letrero, en el
que se lee “¿Queréis ayudar a los niños de España?” El público compra en la
tienda lo que quiere —leche condensada, chocolate, harina lacteada, ropa— y lo
deposita en aquella caja de la entrada. Es, de este modo, una contribución
directa a la ayuda a los “chavales” de España. El donativo en metálico es más
indirecto, se pierde más. Sólo llegará transformado en víveres al que se quiere
socorrer. En cambio, aquel bote de leche, aquel chocolate, aquellas galletas,
son los que directamente llegarán al chiquillo. El Comité de ayuda quiere —y
está lográndolo— interesar a todo el pueblo suizo en esto. Los telegramas de la
Prensa no dan nunca bien la idea de lo que hay, en sufrimiento y en dolor,
detrás de la guerra. “Se ha ganado tal batalla, se combate en tal zona”. Es lo
que lee la gente de más allá de las fronteras. Apenas nada más que eso. Pero
hay más, mucho más, que no se refleja en los partes oficiales: esas mujeres,
esos chiquillos hacia los que ahora se vuelve la mirada conmovida del mundo. En
este dolor es en el que se quiere interesar a las gentes de buena voluntad. En
el interés por este dolor es en el que está trabajando, por toda Suiza, aquel
Comité de Ayuda Suiza a los Niños Españoles
(sic).
[1] OLGIATI,R.: Op.
cit., pág. 36.
[2] LÓPEZ RAMÍREZ, María Amparo: Burjassot durante la II República, Burjassot, 2010, págs. 42 y 69.
[3] El convento de los padres paúles (por san Vicente de
Paul) se comenzó a edificar el 19 de marzo de 1883, y finalizó su construcción
el 27 de noviembre del mismo año, fiesta de La Milagrosa. Por ese nombre se le
conocería. En la actualidad se ha convertido en la clínica La Milagrosa.
[4] Actualmente el edifico alberga el colegio La
Inmaculada-Marillac, en la calle García de Paredes, 37-39
[5] MONTOLIÚ CAMPS, Pedro: Madrid en la guerra civil. La
historia, Editorial Sílex, Madrid, 1998, pág. 251.
Las primeras evacuaciones de Madrid a Valencia
La organización de la evacuación a cargo de Ayuda Suiza se
estructuró en base a los medios disponibles. Un mes después de su salida de
Suiza, y tres semanas después de llegar a Madrid, el número de personas
evacuadas hacia Valencia fue de 900, de las cuales, 600 eran niños[1].
Cuatro veces por semana, partían dos
camiones desde Madrid, con unas cuarenta personas en la caja de cada camión.
Subían por la trampilla de los camiones, que disponía de unos travesaños a modo
de escalera, y se sentaban en un banco corrido de madera, a ambos lados de la pared
de madera y lona, y al fondo, tocando la cabina por detrás. Por las ventanillas
que estaban dispuestas por la lona que cubría la mitad superior de la caja y la
techumbre, emergían las cabezas de los niños, muchas veces llorosos,
despidiéndose de sus madres, tratando de tocar por última vez la mano
protectora materna. Algunos padres también se acercaban, y se encaramaban al
camión para dar un beso de despedida a sus vástagos. La sensación debía de ser
muy angustiosa, a juzgar por las imágenes que aparecieron en la prensa. Un
funcionario, con un listado en mano, cotejaba los nombres de los niños, que
llevaban colgado un carné emitido por el comité de evacuación. Junto a los
niños viajaba una maestra o un maestro, generalmente de su mismo colegio, pues
se intentó coordinar las evacuaciones de los escolares por grupos homogéneos,
por colegios, por clases, por edades, salvo en los casos de hermanos, pues se
procuraba preservar el único vínculo familiar que les quedaría en las colonias
infantiles del área mediterránea a donde fueran destinados.
En el verano de 1937, Rodolfo Olgiati visitó un comedor
social recién inaugurado en el Hospital Francés de Madrid. Allí, en una
dependencia aneja, la Cruz Roja Internacional había improvisado con éxito una
cocina y un comedor para satisfacer las necesidades alimenticias de las
personas convalecientes. La idea fue captada rápidamente Olgiati, y pensó que
aquella fórmula bien podía extrapolarse a distintos barrios de Madrid. No sería
fácil llevar a cabo el nuevo plan.
Al interesarse por las mujeres allí
atendidas y dialogar con ellas a la salida, se enteraron de que para algunas de
ellas esta era la única comida que ingerían en todo el día, y que muchas vivían
muy lejos de allí, en lugares muy distantes, por lo que tenían que realizar largas
caminatas a la ida y a la vuelta. De regreso a su sede en el centro de
refugiados de García de Paredes, Rodolfo, Irma y otros voluntarios debatieron
la nueva posibilidad:
Nos impresionó profundamente y la cuestión se suscitó entre
nosotros. ¿Nos sería posible abrir en una zona con más necesidades un comedor
suizo? ¿Podríamos llegar a imaginarnos una utilización más idónea de nuestras
donaciones de alimentos?[2]
El debate prosiguió y así, mientras
unos decían que los comedores suizos “podrían ayudar a mejorar la calidad de
vida de los madrileños”, otros hablaban de que servirían “para salvar a la
próxima generación”. En realidad, lo que se debatía era el sentido verdadero de
la ayuda humanitaria que estaban realizando, el reconocimiento a su trabajo de
socorro a los más necesitados y el éxito en la labor, lo que era igual que
decir que los damnificados se habían beneficiado de todo aquel esfuerzo. Así
las cosas, llegaron a diversas conclusiones: el suministro de comida debería
ser regular, en unos locales permanentes, y estos tendrían que estar bajo su
control directo, porque no es que no se fiaran de la distribución de sus suministros
por organizaciones gubernamentales o locales, pero sí tenían claro que ellos
mismos optimizarían al máximo cada gramo de comida, cada gota de leche. Tras
ardua búsqueda, Olgiati puso sobre la mesa mucha información detallada en
cuanto a los requisitos técnicos necesarios para el establecimiento de un
comedor y su buen funcionamiento, así como las cantidades necesarias de alimentos
que se precisarían diaria o semanalmente y el sistema previsto de distribución
y almacenamiento. Una vez diseñado el nuevo plan, quedaba informar a los socios
miembros del comité en Suiza y pedirles que aceptaran la nueva propuesta lo
antes posible, ante la dramática situación que se estaba viviendo en Madrid.
Una vez recibida la señal de vía
libre desde Suiza, se debía acercar lo más rápidamente posible la distribución
de comida a determinados sectores de la población más necesitada de los barrios
afectados. Rodolfo Olgiati, que cada vez se movía con mayor soltura en
ambientes políticos y periodísticos, movió sus hilos y orquestó una campaña de
prensa a favor el Comité de Ayuda Suiza, de la Ayuda Suiza, que era como
popularmente se conocía. Al poco tiempo, finales de mayo de 1937, ya estaba
dando resultados, pues la ayuda internacional, y a veces nacional, iba llegando
gracias al informe que Rodolfo Olgiati se encargó de suministrar a toda la
prensa española y extranjera, pero, al mismo tiempo, la popularidad entre las
masas necesitadas iba a comportar que diariamente acudieran a esos futuros
comedores muchas más personas de las que con los medios disponibles se podía
absorber. En teoría, tan sólo tendrían derecho a alimentarse en los comedores aquellos
poseedores del documento pertinente, expedido por Asistencia Social,
generalmente mujeres gestantes, niños y ancianos. El problema principal era
encontrar un local adecuado, que dispusiera de una amplia sala comedor y que
tuviera cocina a ser posible. Quizá algunos colegios internos que ahora estaban
desocupados porque los alumnos habían sido evacuados a zonas del Mediterráneo.
Pero muchos de ellos se habían convertido en hospitales, o en centros de
alojamiento de tropas llegadas de otras provincias para colaborar en la defensa
de Madrid.
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