No es necesario olvidar del todo algo para tener que recordarlo. Podemos recordar, súbitamente, un episodio de nuestra infancia al percibir el aroma de un pastel o al escuchar las risas de los juegos de unos niños en un parque. Por eso deberíamos recordar a Japón, al que comenzamos a olvidar hace un par de décadas cuando su economía entró en crisis. Antes, Japón, era ejemplo para el resto del mundo. Se envidiaba su capacidad tecnológica, su competitividad y sus altos grados de productividad. Tanto que en pocos años, desde que el emperador Hirohito firmase sobre la cubierta del acorazado estadounidense Missouri el 2 de septiembre de 1945 la rendición incondicional de su país hasta los años 60, el país del Sol Naciente se había convertido en la segunda potencia económica mundial, sorprendiendo a norteamericanos y europeos.
Desde 1992 la economía japonesa entró en caída, de pasar a un crecimiento
anual del 10% en los mejores años del “desarrollismo”, a no alcanzar en muchas
ocasiones el 1% de crecimiento. Una contracción de la economía que dura dos décadas
y que la situación internacional no ayuda a resolver. A pesar de que a partir
de 2002 consiguió remontar el vuelo y llegar a medias del 2-3% de crecimiento,
la recesión ha aparecido en los balances varias veces y, lo peor, su deuda en
relación con su PIB está alcanzando niveles tan alarmantes, que lo de Grecia
comparado con Japón parece una tontería. Hasta la llegada de la crisis de la
zona euro, Japón era la economía mundial que más tiempo llevaba en situación de
crisis. Parece que vamos camino de igualarles.
La primera década crítica de la economía en Japón fue muy dura, ya no
recordamos las noticias quizás porque, como siempre ocurre sobre Asia, se
dieron con esa sensación de lejanía y de que era cosa pasajera. Sin embargo, la
crisis era tal que la sociedad japonesa tuvo que replantearse sus estructuras
de arriba abajo. Un país ocupado en los años cuarenta y cincuenta por EEUU solo
tuvo que preocuparse de su recuperación y reconstrucción económica, de la política
(Constitución otorgada por el general Mac Arthur) y de la seguridad (militar)
ya se ocupaban los estadounidenses. Ese fue el proyecto social que ofrecieron
los gobernantes nipones a sus ciudadanos, centrarse exclusivamente en la economía
sacrificando muchas cosas.
Por poner un ejemplo, durante muchos años los ahorros de los japoneses estaban en cuentas bancarias con tipos de interés casi al 0% y se emplearon para la reconstrucción material y económica del país. Lo hicieron con la misma capacidad de sacrificio que tuvieron al resistir playa a playa el avance de los marines USA.
El “milagro japonés”, como se bautizó a esta recuperación económica, no
solamente fue un incremento sobresaliente en los ratios económicos de la OCDE y
estadísticas del FMI, también resultó ser un equilibrio notable en el reparto
de la riqueza. Sí, el ciudadano japonés se sacrificó, pero tuvo las garantías
honestas de sus estructuras empresariales y administrativas (el famoso
corporativismo nipón, que fusionó Estado con las grandes empresas) de que se
haría un igualitario reparto de la riqueza de ese desarrollo; tanto que cuando
estalló la crisis en los años noventa, el 95% de los japoneses se consideraban
de clase media, media-alta.
Cuando se tuvo que reformar el sistema socioeconómico japonés, adaptarlo a
los nuevos tiempos protagonizados por la “Globalización”, los dirigentes del país
se encontraron con una sociedad muy acomodada y con dificultades para “reaccionar”.
Sentían el lógico temor de cambiar algo que hasta ahora había dado tan buenos
resultados. Tampoco los gobiernos nipones contaban con coraje político, acostumbrados
a los grandes consensos nacionales políticos en torno a la economía, no estaban
preparados para liderar la transformación socioeconómica del país con
decisiones conflictivas y complejas. Vamos, que no se pusieron a hacer recortes
y ajustes financieros y del déficit como posesos no por miedo a la reacción de
la rica sociedad japonesa sino por incapacidad política para tomar decisiones.
¿Qué ocurrió entonces? Pasados diez años (1992-2002) vimos que recuperaron
la senda del crecimiento, pero en verdad en los primeros momentos no hicieron
nada “excepcional” para lograrlo… se dejaron llevar por la “inercia” de los
acontecimientos externos. Finalmente se ajustaron a las realidades que iban
encontrando. Se abrieron al exterior económico aceptando inversiones
extranjeras, incluso las cerradas grandes corporaciones aliadas con la burocracia
nipona; liberalizaron también al protegido sistema financiero japonés, se
tomaron medidas políticas (por fin) desreguladoras del muy protegido mercado
nipón (por ejemplo, en las telecomunicaciones)… son reformas estructurales, sí,
pero de un calado menor y adaptativo, que no han servido para recuperar la
confianza japonesa de salir con solvencia de la crisis.
La reflexión debería conducirnos a la comparación con la zona euro. Si lo
hacemos con el tiempo de duración de la crisis sólo hasta 2018 ó 2019 se vería
la luz del crecimiento económico… aunque fuese por inercia y no por verdaderas
medidas de cambios y reformas estructurales. En Occidente, y en Europa con más
detalle, no se están haciendo cambios de
las estructuras socioeconómicas; únicamente ajustes, así que la comparación
con Japón se apreciará (como ocurrió con ellos) por la “inercia” de las
circunstancias y acontecimientos…
Gustavo Adolfo Ordoño ©
Periodista e historiador
Bibliografía consultada:
"El nuevo orden internacional en Asia-Pacífico"; Pablo Bustelo, Fernando Delege (Coord.). Editorial Pirámide (2003)
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