Entrada tropas franquistas en Madrid |
Capítulo X
Rodolfo Olgiati y los voluntarios suizos no olvidarían nunca Madrid
Luis Manuel Expósito Navarro (UNED)
Volvería
a Madrid Olgiati en algún momento entre principios de abril y finales de mayo.
Allí se encontró con viejos amigos, seguramente los Fliedner, y se hospedó en
su casa “de manera segura”. Entre todos, en unas cajas grandes, envasaron los
archivos generados durante todo el trabajo humanitario en Madrid durante los
últimos dos años. Esas cajas se enviaron a Suiza y forman parte hoy del Archivo
del Servicio Civil Internacional. Rodolfo Olgiati, en esos momentos
finales, con un Madrid devastado aunque en paz, con un Madrid con un nuevo
Gobierno autoritario, tan distinto al que emana de los ideales democráticos de
todo el pueblo suizo, se dedicó a pasear más allá de las posiciones enfrentadas
de los dos bandos combatientes en las afueras de Madrid, desde donde durante
aquellos dos últimos años habían volado los devastadores obuses. El aspecto que
ofrecía Madrid, lleno de ruinas por todas partes, no fue lo más sorprendente, y
sí lo fue la desoladora imagen de todos aquellos madrileños que tenían que
vivir de nuevo en su ciudad… o lo que quedaba de ella.
Recuerdo
a un hombre de más de 70 años de edad y su esposa. En "su" montón de
escombros en Carabanchel, estaban contentos porque habían logrado, una vez más,
hacer funcionar su cocina y, después, cocinado en una vieja lata de sopa[1].
Así podría
terminar la historia del Comité de Ayuda Suiza a los Niños de España. Pero no
fue así. En verdad su trabajo no había terminado; tan sólo había finalizado la
guerra, o, mejor dicho, los combates, los bombardeos indiscriminados sobre las
ciudades, porque, en realidad, no había un paz verdadera. En opinión de Rodolfo
Olgiati, en las primeras semanas cruciales después de la guerra se perdió, por
parte de los vencedores, un buen momento psicológico. Del mismo modo que en la
zona republicana durante los primeros meses de la guerra se inició una
revolución social que sembró numerosas mentes con las semillas de la discordia,
las cuales, brotaron con el tiempo y se convirtieron en derrota, los vencedores
perdieron, mediante sus actos de venganza, sus ejecuciones sumarias y su
negativa a perdonar “la oportunidad para una paz verdadera, que sólo puede ser
fruto de una verdadera reconciliación”.
Tal vez una
gran parte de la población, tras el final de la guerra, habría estado dispuesta
a hacer esto, perdonar, olvidar y reconciliarse, pero la idea directriz del
vencedor era la de la aniquilación del vencido, y sólo después, la de la
reconstrucción, una reconstrucción en la que, precisamente, estaba
especializado el Servicio Civil Internacional desde que comenzó a dar sus
primeros pasos en la zona de Verdún justo después de la Primera Guerra Mundial.
Pero no se le dio la más mínima oportunidad de demostrarlo. Era ese el precio a
pagar por haber ayudado, aunque fuera de manera neutral, a los niños, ancianos
y mujeres que habitaban en la zona republicana.
Los
dos o tres voluntarios que habían quedado en Madrid, Reto, Elsbeth Kasser y
quizá alguno más, viajaron hasta Hendaya y cruzaron la frontera con Francia. Lo
que vieron con sus propios ojos les sirvió para darse cuenta de que allí había
mucho más trabajo que realizar… En una entrevista que
hicieron a Raph Hegnauer en 1992, éste afirmaba que la segunda generación de
voluntarios del Servicio Civil Internacional, liderada por su secretario
general, Rodolfo Olgiati, cambió para siempre en España el rumbo de la
organización humanitaria:
Fue entonces
cuando Olgiatti introdujo la democracia [en nuestra organización]. En el trabajo social estuvo muy lejos de
mantener un estilo de liderazgo militar. Las decisiones se tomaban en grupo y
había numerosas reuniones caseras e improvisadas. El líder era el primero entre
iguales y quien negociaba con las autoridades o era consultado en caso una
emergencia.
Afable, simpático y con don de
gentes, Rodolfo Olgiati nunca trató de destacar por encima de los demás. Cuando
se le ofreció un cargo nuevo en algún organismo dedicado a la paz, a la
reconciliación o a la ayuda humanitaria, aceptó, pero no dejó en la estacada a
sus antiguos correligionarios. Jamás se vanaglorió de haber sido uno de los
primeros objetores de conciencia del mundo, ni del año que tuvo que pasar en la
cárcel por negarse a cumplir el servicio militar en las fuerzas armadas
helvéticas. Tras finalizar la guerra en España, continuó como secretario
general del SCI y como máximo responsable de Ayuda Suiza a los niños de España,
que siguió operando en los campos de internamiento del sur de Francia con una
nueva denominación. Al inicio de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), para
adaptarse a las nuevas circunstancias, Ayuda Suiza pasó a denominarse entre
1940 y 1943, ‘Ayuda Suiza a los niños
víctimas de la guerra’, siempre con Olgiati a la cabeza. Ese último año,
esta organización pasó a quedar englobada dentro de la estructura de la Cruz
Roja Suiza, como Ayuda a la Infancia.
Después de una estancia en los Estados Unidos,
y tras finalizar la Segunda Guerra Mundial, por petición del Consejo Federal
Helvético, aceptó el cargo de director de la Donación Suiza (1944-1949),
organismo de ayuda humanitaria a las víctimas de la guerra que canalizó los
esfuerzos de la ayuda humanitaria suiza en dieciocho países europeos, y se
convirtió en 1948 la Ayuda Suiza a Europa. Un año después fue elegido miembro
del Comité Internacional de la Cruz Roja con sede en Ginebra, cargo que
continuaría desempeñando hasta 1970, si bien a tiempo parcial desde 1958. Desde
ese año, compaginó su cargo en la dirección de CICR con el de director del
Centro Evangelista del Este de Suiza en Wartensee. En ese cargo permanecería
hasta 1971. En 1955 fundó, junto a Regina Kägi-Fuchsmann y setenta personas más
de diferente origen conceptual, el Fondo
de la Asociación Suiza para las Zonas Extra-europeas, desde 1965 denominado
Helvetas. En 1959, la Universidad. Basilea le concedió un doctorado honoris causa en Medicina. Falleció, a
la edad de 80 años, en 1986.
Elisabeth Eidenbenz en una de sus últimas fotografías
A día de hoy, no queda vivo ninguno
de los voluntarios internacionales que vinieron a España a partir de la última
semana de abril de 1937. Elisabeth Eidenbenz fue la última en abandonar este
mundo. En la memoria de todos ellos quedó su experiencia en España hasta el
punto de que les marcó toda la vida, y casi todos ellos siguieron colaborando
en acciones humanitarias en diversos organismos internacionales, desde el
Comité de la Cruz Roja Internacional hasta la UNESCO, pasando por el Servicio
Civil Internacional, Helvetas o la Donación Suiza. Ahora lo que sería justo es
que ellos también quedaran en la memoria colectiva de Madrid, Valencia,
Barcelona, Burjassot, Reus, Mora de Ebro, Segorbe, Xátiva y tantos otros
lugares que fueron su escenario de paz en un país en guerra.
[1] OLGIATI, R.: Op. cit., pág. 130.
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