Europeístas y euroescépticos; entre el triunfalismo y el victimismo



Esta idea o reflexión que planteo no debería dejar a nadie indiferente, porque existe en ella tanto de autocrítica (interna) como crítica ajena o externa, pero es probable que pase desapercibida por ser una más de las muchas opiniones que al respecto campean por ahí sobre la crisis en la zona euro y, sobre todo, de la recesión económica aguda de los países del sur de Europa, que tanto están afectando a las relaciones dentro de la Unión Europea. El cartel que ilustra este artículo se puede ver por doquier en las localidades, ciudades y pueblos, de España y es ejemplo nítido de los miles de millones de euros que desde 1986 han llegado de Europa a la península Ibérica, cuando Portugal y España entraron en la Unión Europea (antes Comunidad Económica Europea, CEE).

La gallina de los huevos de oro se llamaba FEDER (Fondo Europeo de Desarrollo Regional) y daba gusto ver esos huevos dorados -véase la película “Huevos de oro” (1993) de Bigas Luna como fuente documental- en cada rincón del suelo patrio... En el trazado de una carretera secundaria entre aldeas de la Castilla profunda, para ampliar puertos en cualquier ensenada andaluza, para abrir un camino a las granjas de montaña vascas, una vía de acceso a las rías gallegas, un túnel para llegar antes a las masías del interior gerundés… vamos que el dinero europeo nos unía como nunca e “integraba” más al país a los niveles de desarrollo anhelados.

Esa parte “buena” de ser europeos, contar con fondos de Bruselas para nivelar el desarrollo en las regiones menos favorecidas, no ha sido bien apreciada- agradecida- por los europeístas y muy poco valorada por los euroescépticos, que consideran beneficio menor frente a todas las concesiones que un Estado debía hacer al conjunto europeo en su integración. En España se dio la paradoja de que el dinero del FEDER se daba en regiones donde, muchas veces, el "Huevos de oro inmobiliario" estaba haciendo de las suyas; ayuntamientos pequeños enriqueciéndose recalificando terrenos públicos para construir mega proyectos inmobiliarios. Euros y euros a las arcas municipales que no revertían en construir esas carreteras y túneles, porque para eso estaba la gallina ponedora, clueca y estúpida de Europa; se prefería con ese dinero "fácil" seguir hinchando la burbuja inmobiliaria y a sus ramificaciones siniestras, la corrupción política y financiera.

Casos como el de Chipre y su “corralito” (porque lo de las ‘preferentes’ ha sido nuestro corralito a la española) dan pábulo a los euroescépticos en sus críticas a la Unión Europea. ¿Esa es la Europa que nos gobierna? ¿Así se ayuda a los ciudadanos? ¿A quiénes benefician estas injustas medidas? Sólo a los poderosos, a los magnates, a los grandes banqueros… es la respuesta más sencilla y que mejor suena a nuestros humildes y trabajadores oídos.

Sin embargo, tan simplistas razonamientos los podríamos encontrar a la inversa y servirían para apoyar la firmeza, grandeza y beneficio que supone contar con una organización política y económica que aglutina a los viejos Estados europeos. Gracias al Tribunal de Luxemburgo, el tribunal de lo social de la Unión Europea, se ha dado a entender, ya era hora, a la obsoleta e injusta legislación española en materia de desahucios que se estaba cometiendo una evidente indefensión y un abuso contra los deudores. Es lo bueno de ser europeos “también”, que así somos “menos españoles” haciendo justicia.

Donde sí somos muy, muy españoles, (y solo hace falta decir “a mucha honra”) es en el uso del victimismo. Ese rasgo victimista, culpabilizando de los males y defectos de uno a los otros, sólo lleva al pesimismo y a la incapacidad de abordar los problemas, esperando la compasión (subvención) del otro. La autocrítica desaparece, pues la culpabilidad de lo que “va mal” siempre es ajena, llega el lamento por el lamento. Ese rasgo tan hispánico, para “lamento” de los latinoamericanos, ha sido heredado como ‘Cultura de la queja’ al otro lado del Atlántico.

Por eso, no nos viene mal ser también europeos; aunque en Europa solamente se quejen de los ‘pesados quejicas’ del sur.

 


Gustavo Adolfo Ordoño ©
Periodista e historiador



 

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