La isla navega en un mar de nadie, sujeta a los vaivenes de las mareas y esperando el siguiente temporal que capear. La historia de Chipre se ha sucedido de forma monótona durante siglos y parece que todos sus esplendores se perdieron en el mismo misterio que envuelve sus antiquísimos ídolos convertidos hoy en objetos de museo que dibujan las riquezas de antiguas culturas ya desaparecidas. La posición geográfica, antaño privilegiada y beneficiosa, vuelve a convertirse en determinante hoy en día. Antes, cuando ni siquiera la historia era historia, Chipre podía dirigir a su antojo los designios del incipiente comercio mediterráneo convirtiéndose en la llave de la cuna de Europa; en la actualidad, podría suponerse que los sentidos chipriotas se han abotargado bajo el excesivo peso de un glorioso pasado que ha convertido a este pedazo de tierra en medio del mar Mediterráneo en terreno de disputas ancestrales y en campo de juego de complejas relaciones internacionales.
En tiempos prehistóricos, cuando los metales se convirtieron en el vínculo que unió bajo un mismo pretexto toda la cuenca mediterránea, Chipre jugó un papel fundamental en la articulación de un incipiente sistema comercial y de un primigenio movimiento de poblaciones. Más tarde, sumergida en la oscuridad de los siglos medievales, la isla recobra su protagonismo cuando los cristianos occidentales, bajo el pretexto de un Dios único y omnipresente, decidieron que había llegado la hora de abrir Oriente, tanto tiempo cerrado en manos de los infieles, a los intereses económicos de la naciente pre – burguesía europea. En dos someros pasos, los principales hitos que han jalonado la historia de una isla sometida a su estratégica posición en el Mediterráneo. A partir de entonces, Chipre se convertiría en moneda de cambio en una enmarañada red de relaciones internacionales que trataba de conciliar el complejo tránsito entre Europa y Asia, entre el este y el oeste.
Durante el descalabro del Imperio turco, en esa rapiña de las antiguas posesiones del Sultán de Estambul que la historiografía denomina con el eufemismo de “Cuestión de Oriente”, Chipre pasó a formar parte de la Corona británica a finales del siglo XIX. En 1960, la isla accede a la independencia afrontando una problemática de especial relevancia que ha decantado toda su historia actual: la existencia de dos comunidades enfrentadas por rivalidades antagónicas: los greco – chipriotas que aspiraban a la unión efectiva con la Grecia continental; y los turco – chipriotas que demandaban la independencia total. De nuevo, la diplomacia internacional accede a una solución de compromiso por la que se declara la independencia de la República de Chipre bajo las directrices de un gobierno democrático dirigido por el arzobispo Makarios. No es menos cierto que la isla vivía una situación de tensa calma, no ajena a las aspiraciones de potencias regionales y de los giros propiciados por el ambiente global de Guerra Fría, que se plasmó definitivamente sobre el terreno en el año 1964 cuando tropas internacionales se interpusieron entre las dos comunidades.
Bajo la inspiración de Atenas, en el año 1974 militares greco – chipriotas dan un golpe de estado cuyo objetivo final pretendía la anexión definitiva y completa de la isla a Grecia. La respuesta turca supuso la invasión del norte de Chipre y la expulsión de todos los greco – chipriotas de los territorios ocupados. Desde el año 1964, la isla vivió un ambiente prebélico jalonado de numerosas escaramuzas que diez años después desembocó en un verdadero escenario de guerra que sólo se pudo evitar por el establecimiento de una auténtica barrera de contención que ha dividido la isla: en el sur, la República de Chipre, de inspiración griega y reconocida internacionalmente; en el Norte, la República Turca del Norte de Chipre, sólo reconocida por Ankara; y en el medio, una fuerza de interposición de Naciones Unidas que vigila el alto el fuego a través de la “línea verde” que divide Chipre.
El 1 de mayo de 2004 la República de Chipre, la griega, ingresa en la Unión Europea (UE) mientras el norte permanece en un absoluto ostracismo internacional que sólo encuentra algo de alivio en el decidido apoyo de las autoridades turcas. Al fin y al cabo, Chipre se supone como uno de los supuestos escollos que imposibilitan el ingreso turco en el club europeo. Pero es en 2012 cuando se empieza a escribir un nuevo y fatídico capítulo en la historia chipriota de consecuencias imprevisibles y en el que ha entrado un nuevo protagonista, Rusia.
Chipre, de nuevo, en medio del mar y a la deriva, esperando nuevos vientos que marquen su ruta. Y otra vez, la isla convertida en campo de enfrentamiento, entre la Alemania del euro y la nueva Rusia convertida en potencia de nuevos ricos que a golpe de rublos pueblan las costas mediterráneas. La última crisis no es más que otro episodio de un pueblo siempre sometido a los deseos de los demás.
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