Papables, ya no es lo que era...



Hay acontecimientos que tienen algo más de históricos que otros. La elección de un Papa es uno de ellos. Lo que ocurre es que no estamos ni para elecciones papales ni para mucho ruido, solemnidades o grandes ceremoniales. Los medios de comunicación de todo el mundo (cristiano, sobre todo) se han empeñado en remarcar el “momento histórico” que vivimos... sin embargo, ¿no sienten un gran vacío? ¿no notan frío como si una puerta hubiese quedado abierta en la vacante Santa Sede?

Quizás todo sea por una cuestión obvia: el Papa no ha muerto. El auto cese de Benedicto XVI, el ya Papa emérito, ha quitado solemnidad al historical event porque no es lo mismo morirse que jubilarse, claro está, y más si eres el vicario de Cristo en la tierra. Pasa con el común de los mortales, que cuando fallecemos pasamos a ser fecha registrable de la intrahistoria, pues con los Papas ocurría más aún; en cambio, cuando nos jubilamos como mucho quedamos registrados en las listas de la seguridad social como pensionistas. No hay “color” histórico.

Sobre la elección de un Papa tengo dos recuerdos o vivencias. Una fue en la casi adolescencia, cuando falleció el  Papa Juan Pablo ‘el breve’; ese Juan Pablo I que no duró ni mes y medio. Iba montado en un autocar de línea escolar, me dirigía casi de madrugada (había muchos escolares que recoger) al colegio de curas donde cursaba la educación básica. El revuelo comenzó en las primeras filas del autobús, pronto se propagó hasta el final. El Papa había muerto. Aunque el más mayor de nosotros tendría 15 años, todos sabíamos que era una noticia “bomba”, no hacía mucho que estrenábamos Santo Pontífice. El profesor que nos cuidaba subió la radio, no pidió que rezásemos porque era el profesor de lengua y literatura, que militaba en el PCE (Partido Comunista de España) de forma clandestina, como muchos educadores en colegios de religiosos.

La otra vivencia es la película “Las sandalias del pescador” (1968) de Michael Anderson y protagonizada por un estupendo Anthony Quinn. La primera vez que la vi sería con motivo de la elección de Juan Pablo II y supongo que la emitieron en la “Sesión de Noche” de la televisión pública de aquellos días de octubre del 78 porque parecía una premonición de lo ocurrido. En la película, rodada diez años antes, se elige a un Papa ucraniano (países del Este), en la realidad se eligió a un Papa polaco (también del Este); además se hacía en ambos casos por las repentinas muertes de sus predecesores. La verdad, la película se puede ver cien veces que las cien creerás estar viendo la biografía de Juan Pablo II. ¿Por qué? Pues porque el Kiril Lakota de la ficción resulta un hombre que inicia el acercamiento con el mundo comunista y porque su pontificado transcurre, como el de Wojtyla, en medio de grandes “hechos” históricos como fueron la caída del Muro de Berlín y la desintegración de la URSS.

Los futuros Papas, los PAPABLES, vendrán a este mundo como vicarios de Cristo entre la monotonía histórica de la crisis mundial y entre sus arduas tareas, dice la curia, estará la de dar renacimiento a la evangelización. Uno de los más “papables” es el arzobispo de Nueva York, el cardenal Dolan. Tiene “solamente” 62 años; un chaval para ese oficio de octogenarios. Encantó con su oratoria y su vitalidad al Colegio Cardenalicio. La baza norteamericana gana enteros, porque en los elegibles también cuentan mucho el canadiense cardenal Ouellet y otro estadounidense que llaman el “cardenal senador”, por sus dotes políticas de comunicador, el arzobispo de Washington, Wuerl.

No sé si estas predicciones serán fiables, de serlo alejan la esperanza de un Papa latino, africano o asiático; opciones que parecían estar guardadas en el “cajón”, como un pacto acordado con la línea Ratzinger, para salir tras el periodo de transición de Benedicto XVI... era eso de que después de un Papa del Este tocaba un Papa negro. Quizás como se pensaba en la Edad Media, el mejor Pontífice sería un Papa ciego. El que no ve, percibe y siente mejor. Bueno, esperemos al hecho histórico que sí será de facto: la fumata blanca.


Gustavo Adolfo Ordoño ©
Periodista e historiador

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