Cipayos y balas


Sello que conmemora Primera Guerra India de Independencia


La imparable economía industrial británica del siglo XIX exigía nuevos territorios. Se hizo necesario la apertura de nuevos mercados, nuevos espacios donde obtener una materia prima abundante y barata que debería trasladarse desde la colonia hasta la metrópoli para iniciar allí el proceso fabril que finalizaría con la obtención de un producto industrial destinado, de nuevo, a ser vendido en los territorios de ultramar. En definitiva, un sistema económico bajo cuya aparente complejidad subyacía un mecanismo de simpleza básica: 

1) obtención de recursos a bajo precio en los territorios sometidos a las autoridades metropolitanas;
2) transformación en los centros industriales europeos; y 
3) comercialización de estos productos en esos primigenios territorios sometidos a los designios europeos.

En la carrera por obtener y hacerse con el mayor número de mercados posibles a escala mundial se implicaron la gran mayoría de las potencias industriales europeas (posteriormente lo haría Estados Unidos y más tarde Japón). Pero, sin duda, Gran Bretaña encabezaría esa vorágine colonial llegando a configurar uno de los mayores imperios territoriales de la historia. Desde América a Asia, Londres era la capital política y, sobre todo, financiera, del nuevo orden industrial del siglo XIX. En ese entramado de dominios y colonias bajo los designios de la monarquía británica la India se convirtió en pieza fundamental de enorme trascendencia no sólo económica, sino también simbólica. 

La India se incorpora a la órbita económica británica en el siglo XVIII. Una compañía comercial, la Británica de las Indias Orientales, en un lento proceso impone su hegemonía a todos los principados indios. A mediados del siglo XIX todo el subcontinente se encuentra bajo la administración de la Compañía. La India proporcionaba una materia prima barata que reportaba cuantiosos beneficios a la Compañía. Este status quo colonial se articuló mediante una administración del orden sustentado en un ejército compuesto por soldados indios, conocidos como cipayos, sometidos al mando de oficiales británicos. 

La autoridad impuesta por la Compañía en la India no tardaría en ser cuestionada. Los desmanes de las autoridades británicas, los abusos recurrentes de poder, el trato discriminatorio contra la población autóctona o los reiterados intentos de abolición, o al menos transformación, de determinadas costumbres ancestrales provocaron la explosión del sistema colonial impuesto por los británicos. El motivo que en primera instancia desató la violencia fue el trato vejatorio que los oficiales europeos daban a los soldados indios. Y un hecho puntual encendió la chispa que marcó el comienzo de la rebelión, considerada como primera guerra de liberación por los indios. 

Una nueva dotación militar del ejército colonial, un suministro de mejor munición, sería el detonante último de la rebelión. Los cipayos, hindúes o musulmanes, se negaban a utilizar un fusil que les obligaba a rasgar con la boca el papel lubricado con grasa de vaca o de cerdo que protegía la munición. El motín provocado por el asunto de las balas desembocó en una cruenta guerra que enfrentó a los rebeldes indios contra los ejércitos británicos. Las atrocidades por ambas partes se convirtieron en moneda de cambio. Los rebeldes deseosos de vengar las numerosas afrentas que habían sufrido a manos de los europeos; los británicos decidieron responder con la misma moneda y las represalias fueron habituales. 

Desde febrero de 1857 a julio de 1858 la India se convirtió en el escenario de la cruel guerra que supuso un cambio de rumbo fundamental en la historia india. El Gobierno británico se vio envuelto en un conflicto colonial de primer orden que movilizó gran parte de sus recursos militares. Sin embargo, los indios no fueron capaces de hacer frente al empuje británico: las tradicionales divisiones internas se convirtieron en uno de los factores fundamentales que provocaron el fin del motín y la vuelta a la hegemonía británica en la India. Eso sí, esta vez bajo el gobierno directo de las autoridades británicas (la reina Victoria fue coronada como emperatriz de la India) y no bajo la “tiranía” de una compañía comercial.

La actual India despunta como potencia emergente en medio del panorama de crisis global. Después de la violenta rebelión de los cipayos, el país debería esperar hasta el final de la Segunda Guerra Mundial para iniciar un proceso de independencia de la metrópoli británica de un corte radicalmente distinto al experimentado a mediados del siglo XIX. Sin embargo, la esperanzadora vía pacífica abierta durante el proceso de emancipación no fue capaz de solventar las numerosas cuestiones sociales, étnicas, religiosas o políticas que todavía atenazan el florecimiento económico de uno de los países más poblados del mundo.


Luis Pérez Armiño ©

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