Grecia
es un capricho de la geografía. Su posición estratégica en el mar Mediterráneo
ha hecho de esta península uno de los principales proveedores de historia. Fue
en esta montañosa región donde surgió ese voraz invento llamado Europa, cuna de
civilizaciones, de pensadores y de la misma democracia que hoy mismo se ha
corrompido hasta convertirse en una triste parodia de su glorioso pasado. Desde
esos tiempos pretéritos envueltos en el mito más que en la historia hasta
nuestros días, Grecia ha sido un vasto laboratorio donde las injerencias de las
potencias extranjeras han hecho y deshecho a su antojo obviando las necesidades
y las inquietudes de todo un pueblo orgulloso y consciente de su papel protagonista
en todo lo que hoy significa Occidente.
En
1941 la segunda guerra mundial es ya un hecho y toda Europa se ve azotada por
el ímpetu invasor germano. En ese contexto, Italia, bajo los designios expansionistas
de Mussolini al grito de “el jefe siempre
tiene razón”, quiere rememorar viejas glorias imperiales mediante la
anexión de Grecia. Aunque la incapacidad italiana obligaría a Alemania a
intervenir para tratar de enmendar el desastre griego. Se inicia la invasión
nazi del país que se prolongará hasta 1944, cuando la resistencia articulada en
torno al ELAS (Ejército Nacional de Liberación Popular), bajo la batuta del
Partido Comunista Griego (KKE), expulse definitivamente a los alemanes sin que
las tropas aliadas intervengan.
Dentro
del proceso que llevaría al fin del III Reich, las tropas aliadas jugarían un
papel decisivo en la liberación de los territorios ocupados por los nazis: en
el oeste, el protagonismo recaería sobre los ejércitos de los Estados Unidos y
de Gran Bretaña; en el este, el ejército soviético encabezaría una vertiginosa
marcha que les llevaría directamente hasta Berlín. Sin embargo, este proceso
tuvo una característica diferenciadora en los Balcanes. Aunque con diversos
apoyos de los aliados, principalmente fueron los propios movimientos nacionales los que sostuvieron todo el peso de la lucha
contra las tropas nazis. Es el caso
de Yugoslavia, donde los partisanos liderados por Tito se impusieron a las
fuerza alemanas, o de Bulgaria, donde las tropas soviéticas entraron en un país
ya libre. Lo mismo sucedió en Grecia cuando en 1944 el ELAS logró expulsar a
los alemanes. El protagonismo del partido comunista en los movimientos de
resistencia hizo temer a las potencias occidentales que Grecia cayese bajo la
órbita de la Unión Soviética. Así, la llegada de tropas británicas ese mismo
año a suelo griego sólo se puede entender como el intento de establecer un
régimen helénico de carácter conservador y bajo el mando del rey Jorge II,
quien había encabezado el gobierno griego exiliado en El Cairo.
La
guerra no había finalizado y el mundo ya se había dividido. Las sucesivas
reuniones de las potencias triunfantes habían certificado la bipolarización de
un nuevo escenario internacional en el que las naciones europeas veían
disminuido su papel dominante. Gran Bretaña, la antigua metrópoli colonial, se
había embarcado en una aventura insensata en Grecia, apoyando un régimen de
corte autoritario para tratar de frenar el ascendente de los comunistas. Su
implicación militar en la guerra civil
que sacudió al país hasta 1950 fue insostenible, lo que aconsejó el cambio de
testigo y la entrada masiva del apoyo logístico estadounidense: asesores,
armamento, recursos financieros… El resultado fue la aniquilación de cualquier
signo de resistencia comunista a pesar de algunos triunfos iniciales. De hecho,
se desató una cruel ola represiva que supuso la muerte de miles de griegos bajo
la sospecha de comunismo o pertenencia al ELAS a manos del ejército monárquico
y de las muchas bandas pro-fascistas armadas por los Estados Unidos.
Grecia
fue la primera pieza. En la lógica post-bélica de los poderes norteamericanos,
el país helénico se convirtió en el ensayo de la llamada “doctrina Truman”. Ante la imaginaria amenaza de un “sobrevalorado”
comunismo acechando en cada rincón del planeta, los sucesivos gobiernos de los
Estados Unidos no dudaron en sostener regímenes despóticos y asesinos en una
irrisoria lucha por el bien que pretendía demonizar a todo aquello que sonase a
internacional comunista. Y el primer saldo de esa doctrina se saldó con cerca
de cien mil muertos, la mayor parte de ellos antiguos combatientes que sí lucharon
por una libertad que nunca llegó.
Luis Pérez Armiño ©
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