Siria y la mala conciencia sobre las guerras civiles


Las malas y las buenas personas de este mundo hacemos mala conciencia sobre las guerras civiles. De todas las guerras es la más absurda, aunque ese superlativo sea en vano porque todas son igual de absurdas. Sin embargo, para el país que la vive sus cicatrices tardan mucho, si es que lo hacen alguna vez, en cerrarse. Una guerra civil puede tener varias facetas o consideraciones, aunque en el fondo no es más que la estúpida sinrazón de prevalecer sobre el otro. Cuando se comparten ciudades, pueblos, campos, mares, cielo y familias, pero no se comparten ideas y sentimientos parece que no queda más remedio que matarse unos a otros.

Siria vive una guerra civil que ya va por su tercer año, como nuestra guerra civil que duró  ese tiempo. Siria ha sido comparada con la guerra civil de los Balcanes y con la guerra de Bosnia. No obstante la comparación mejor sería con la Guerra Civil española, como argumenta un editorialista polaco, Konstanty Julian Gebert, (muchos polacos fueron luchadores por la democracia en las Brigadas Internacionales de nuestra guerra civil); esto es así porque en los Balcanes el sustrato final de la contienda estaba en la pugna entre nacionalismos preexistentes a la antigua Yugoslavia. Las similitudes estuvieron en la indecisión de las potencias europeas en intervenir o no en la contienda. Finalmente, para suerte de los bosnios (que no tuvieron los republicanos españoles), los europeos occidentales, con su superaliado estadounidense, intervinieron para poner fin a esa guerra.


Ahora, con Siria, se deshoja la margarita de la indecisión, sí, no, sí, no... con pasmosa tranquilidad, la que suele dar la “realpolitik”; es decir, el pragmatismo político. El run run de la mala conciencia europea aún no es lo suficientemente denso como para plantearse una intervención armada que frene a los combatientes y les siente a negociar. Están interviniendo agentes externos, mercenarios y brigadistas internacionales como en la guerra civil de España. En cada bando, pues al gobierno de Bachar El Asad le apoya la milicia libanesa de Hezbolá y a los insurgentes numerosos voluntarios provenientes de todas partes del mundo, como se demostró con las bajas de origen británico y estadounidense. Y lo más similar, potencias extranjeras intervienen de forma soslayada dando su apoyo a un bando u otro. Evidente en los casos de Rusia e Irán con El Asad y algo más discreto por una parte de Europa, Turquía y de países árabes (los de mayoría suní) en el caso de los rebeldes.

Los embargos de armas son “toreados”, como ocurría en la guerra civil española, donde cada contrincante se busca la vida para conseguir armamento. El consenso entre las democracias europeas no se da en la forma de actuar, mientras las conciencias de los ciudadanos comienzan a removerse ante masacres diarias, igual de bárbaras e inútiles en cada bando. Una historia que nos suena frente a una guerra civil...

Como en 1936 se pueden entender (no comprender) las dudas, las vacilaciones y las dificultades para tomar una decisión por parte de las democracias occidentales. Entre 1936 y 1939 el anticomunismo de las democracias liberales impidió el apoyo al único gobierno democrático en la contienda española, el de la República. Hoy día, en Siria, el gobierno es el autoritario, pero las fuerzas opositoras no tienen currículum democrático; incluso, lo que es el colmo para la diplomacia práctica, las fuerzas más poderosas que apoyan a los rebeldes provienen del entorno que Occidente ha estado combatiendo: el extremismo suní de Afganistán e Irak.

Mientras, seguimos haciéndonos mala conciencia.


Gustavo A. Ordoño Marín ©


Fuente de la fotografía: Kalanisblog

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