La "mirada humana" de los cerdos |
En España nos comemos del cerdo
hasta los andares, porque es verdad lo que el dicho dice: “del cerdo me gusta
hasta el andar”. Pero esa preponderancia del porcino en nuestra gastronomía
tiene también que ver con el “ser” de nuestra civilización. Durante la Baja
Edad Media la tolerancia inicial entre las tres religiones, cristiana, judía y
musulmana, se fue quebrando a medida que el poder de las coronas, de los reyes,
iba aumentando en detrimento del burgos (ciudades) y nobles terratenientes. Si
el poder iba a recaer en una sola mano, el monarca, el resto de facciones debía
conseguir el mayor favor posible de esa cabeza reinante. Por eso, en el camino
a los favores reales, se debía ir eliminando o poniendo obstáculos al mayor
número de rivales.
En las ciudades los comerciantes
y artesanos más prósperos solían pertenecer a la comunidad judía. Los maestros
albañiles, escayolistas y carpinteros de mejor oficio eran mayoría entre la
población mudéjar, los musulmanes asimilados a la vida cristiana. Las envidias
y rivalidades con la comunidad cristiana llegaron a los extremos menos
deseados, de violencia y robos contra esas comunidades. La idea de expulsarles
de las urbes y los campos cristianos se propagó publicitando que eran “el otro”,
el extraño; en definitiva, el infiel.
Los reinos cristianos a finales
del siglo XV estaban a punto de culminar lo que su imaginario político más
anhelaba: la reunificación en un solo reino cristiano, como antaño lo fue el
visigodo, de toda la península expulsando a los musulmanes...y detrás a los
judíos. Estos dos últimos pueblos podían mantener su fe y costumbres cuando
permanecían en territorio cristiano, aunque la realidad obligaba a que si
deseaban prosperar y llevar una vida más integrada debían convertirse al
cristianismo.
Cuando los Reyes Católicos instauraron en sus respectivos reinos, castellano y aragonés, a la Inquisición
como tribunal que juzgaba la moral cristiana, la opción de convertirse a la fe
de Cristo se convirtió en cuestión de vida o muerte. Ser judío converso significaba
ser sospechoso de mal cristiano; por sistema se les acusaba de “judaizar”
(seguir practicando a escondidas su fe), sin resquicio para la presunción de
inocencia. Comer cerdo e incluir en la gastronomía de sus hogares a este animal
(impuro) prohibido para ellos, al igual que para los musulmanes, les servía
para mitigar las sospechas y completar su papel de auténticos nuevos
cristianos.
La producción y el consumo del
cerdo a partir del siglo XVI experimentó un ascendente progreso que se mantiene
hasta nuestros días. Ese animal forma parte de la tan, en la actualidad, apreciada
gastronomía española (llevamos más de una década logrando los premios a los
mejores cocineros del mundo). El jamón ibérico es una bandera patria allí donde
está o donde va. El cerdo en su variada preparación alimentaría, la piara de
cerdos que espera nuestro “consumo cultural”, proviene de nuestro andamiaje
como Cultura, como civilización. Los partidarios del “choque”, del
enfrentamiento entre civilizaciones como motor de la humanidad dirán que es
otra prueba más que ratifica a sus teorías.
Bueno, en Pax augusta preferimos pensar que toda esa intolerancia religiosa
ha servido en definitiva para “unir” y crear civilización, porque todos esos
hijos de conversos (tanto judíos como musulmanes) aportaron su “genética”, su
particularidad en la preparación de los platos regionales por toda la
península. Además, fueron ganados para otra “fe verdadera”; la que todo ser
humano, agradecido y bien nacido, experimenta cuando apura entre sus muelas un
trozo de jamón ibérico o un chorizo de Cantimpalos.
En la elaboración de este último se necesita pimentón de calidad, una especia que se trajo en el siglo XVII de América; lo que avalaría a las teorías que preferimos, esas donde la humanidad se desarrolla a base de aportaciones entre civilizaciones y no por rivalidades eternas. Y que nos llamen ingenuos, que con un jabugo nos resbala.
Gustavo Adolfo Ordoño ©
En la elaboración de este último se necesita pimentón de calidad, una especia que se trajo en el siglo XVII de América; lo que avalaría a las teorías que preferimos, esas donde la humanidad se desarrolla a base de aportaciones entre civilizaciones y no por rivalidades eternas. Y que nos llamen ingenuos, que con un jabugo nos resbala.
Gustavo Adolfo Ordoño ©
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