El atentado que costó la vida al presidente estadounidense número 35º, John Fitzgerald Kennedy, en Dallas (Texas) durante una visita oficial el 22 de noviembre de 1963, se ha convertido en una tradición mediática. Algo así como las películas de Navidad o el discurso de los jefes de Estado a la nación durante las navidades. El enigma sobre la autoría de su asesinato es tan profundo, es un abismo (más que fondo) de armario, que genera todo tipo de hipótesis llevadas al cine, la televisión y a terrenos más reflexivos como la literatura o la investigación histórica.
Los partidarios del complot, sea del carácter que sea, emplean esta fecha conmemorativa, que para más leña al fuego cumple su 50º aniversario, en el voceo y la promoción de sus teorías. El cineasta Oliver Stone ha sido en su país, Estados Unidos, uno de los más dedicados al misterio del asesinato de Kennedy. Sin dejarlo claro o posicionarse demasiado hacia esa idea, es de los que defienden que a Kennedy lo mató un conjunto de poderes fácticos relacionados con la oscura Mafia y el poder financiero estadounidense. La verdad es que los argumentos de esa teoría son de peso y siempre los exponen de forma apabullante.
Así, las teorías de cariz político pueden ir en un arco tan flexible que se tensa desde la responsabilidad de la ultraderecha más “ultra” norteamericana hasta el autogolpe de Estado de la poderosa clase política de Washington. Por medio estarían los que hablan de un asesinato orquestado por los servicios secretos soviéticos, algo creíble desde la perspectiva de odio que existía en la Guerra Fría entre los dos bloques mundiales, pero bastante ilógico considerando que Kennedy acaba de demostrar que podía “aplacar” a la “horda Roja” sin usar las armas (Crisis de los Misiles de Cuba en 1962) y que al Kremlin no le interesaba acabar con el hombre con el que se podía hablar sin abrirse la cabeza unos a otros.
La figura del presidente Kennedy, del partido demócrata, limita milímetros con el mito, si no lo es ya; con la leyenda histórica, con el estereotipo de hombre dotado del halo glorioso que atrae a las masas, de la benevolencia de los inmortales. Esta aureola no deja ver con claridad su labor como político y estadista en los poco más de dos años como presidente.
¿Hubiese acabado con la segregación racial en Estados Unidos como pareció iniciar en su mandato? ¿Barajó la idea del desarme nuclear? ¿Contemplaba derechos sociales y civiles como la sanidad pública o la igualdad de género? ¿La creación del Cuerpo de Paz (voluntariado) era una sincera ideología de paz y solidaridad?
Todas estas cuestiones parecen realizarse bajo premisas actuales de progresismo, pero son ciertas y se pueden formular a partir de los actos o iniciativas que en ese sentido proyectó Kennedy. Algunas teorías de la conspiración fundamentan las causas de su asesinato como consecuencia de estos “proyectos progresistas”. La realidad es que su muerte inesperada conmocionó a Estados Unidos y al mundo de esa época, haciendo que todas las cuestiones apunten al enigma del magnicidio en lugar de dar a conocer al político.
La comisión que investigó el crimen, la Comisión Warren, dictaminó que el único detenido, un tipo enjuto, solitario y extraño (el haber vivido en la URSS le hacía además de sospechoso casi marciano), Lee Harvey Oswald, era el único culpable. Su asesinato dos días después a manos de Jack Ruby, un mafioso de medio pelo, no hizo más que aumentar la creencia en una conspiración. Llegados a este punto ya es complicado achacar el magnicidio únicamente a Oswald, idea nada descabellada analizando el carácter violento de la historia y la sociedad estadounidense.
El mismo presidente Kennedy, quizás, si hubiese sobrevivido habría concluido que todo era obra de un perturbado, un asocial, que sería necesario regular el uso de armas en los Estados Unidos, puede que hubiera incluido en sus “proyectos de progre” la reforma de la Segunda Enmienda (derecho a portar armas)… por eso no es una estupidez pensar que a Kennedy (el sueño americano) lo mató Kennedy.
© Gustavo Adolfo Ordoño
Historiador y periodista
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