El «sacrificio» de las generaciones jóvenes, una historia compleja dentro de la Historia

 

Jovencísimos estudiantes del elitista colegio Eton, con su famoso uniforme, hacen instrucción militar ante una previsible invasión nazi de las islas británicas (1940)
  
El supuesto sufrimiento y «sacrificio» generacional de los jóvenes es una idea preconcebida que suele tomar protagonismo en épocas de crisis socioeconómicas agudas

  El concepto y la percepción del periodo vital llamado «Juventud» no ha sido el mismo a lo largo de la Historia. En muchas sociedades antiguas, el sacrificio literal –en ocasiones la misma muerte- de la juventud, de una persona joven, era un instrumento socializador. El caso más conocido, para los que nos hemos educado en la cultura grecolatina, es el de Esparta. Apartando los tópicos y prejuicios, la idea de una «educación espartana» ha conseguido fijarse en nuestra cultura como sinónimo de severo sacrificio desde edades tempranas por el bien colectivo. El espartano al cumplir 7 años acudía a una especie de escuela-cuartel (el agéle) donde el paidónomo, un magistrado tutor, le instruía ayudado por los monitores adolescentes en las tres fundamentales «enseñanzas públicas»: lectura y escritura, gimnasia, y sobre todo lucha militar (manejo de armas).

De esta manera, será en Esparta donde encontremos un precedente remoto de la «instrucción pública»; es decir, de la enseñanza gestionada por el Estado y no por una clase social o confesión religiosa. Las niñas espartanas recibían también esa estricta formación, aunque se sustituía la lecto-escritura por el atletismo. Su objetivo formativo era el de constituirse en sanas y fuertes madres de futuros espartanos recios, que heredarían los valores de «sacrificio» de sus progenitores por el bien colectivo de la ciudad-estado. En su vecina Atenas y en las otras ciudades griegas, la educación a los jóvenes era impartida por preceptos de prestigio (filósofos) y se incluían enseñanzas que para los espartanos eran inútiles, como la retórica (hablar bien en público). Era una formación más individualista, promocionada por las elites para perpetuarse en el poder o dentro del ámbito religioso, para formar parte de la clase sacerdotal.

No obstante, esa «enseñanza pública» de Esparta a su juventud no tenía un fundamento basado en exclusiva a la formación de las personas jóvenes en su tránsito a la edad adulta, como existe desde época contemporánea. Era una perfecta «máquina de socializar» que utilizaba a los jóvenes como piezas bien engrasadas del «sistema espartano» de Estado. El concepto de juventud* en nuestros días ha acabado explicándose como 'grupo social' más o menos definido (compuesto por varias edades). Un concepto que no cobró importancia hasta la modernidad. En la Edad Media y en gran parte de la Edad Moderna no existía una clara distinción entre la infancia y otras fases de la «vida preadulta». Además, en las clases populares (campesinos, servidumbre) los niños a partir de los siete años –como en Esparta- seguían entrando de forma brusca, sin transición, en la sociedad adulta de “los hombres”.


Leónidas, el legendario rey de Esparta, en las Termópilas; cuadro de Jean Louis David (1812)


También los términos empleados para matizar ese nuevo grupo social en sus diferentes etapas de edad, como adolescencia o pubertad son, históricamente, muy recientes. La adolescencia ha llegado a establecerse en algunas culturas no por criterios biológicos, sino sociales o incluso religiosos. Son muchos los científicos sociales que ponen la obra de Jan-Jacques Rousseau, Émile (1796), como origen de toda la «ideología» social sobre la juventud y su terminología. Aunque sería en el plano académico, por G. Stanley Hall y ya en el siglo XX (1904), que estos términos como púberes se comienzan a emplear en las investigaciones. Son parámetros de carácter físico-biológico y psicológico-emocional para delimitar las edades de pubertad-adolescencia-primera juventud y juventud plena, considerándolas etapas problemáticas por sus implicaciones de transformación. Con los estudios de Freud y sus seguidores, esta idea de la juventud como una fase «problemática», de desorden emocional, de confusión interna y de reacción rebelde ante la incertidumbre, cobrará gran protagonismo las primeras décadas del siglo. Una percepción que se mantiene a día hoy.

Los teóricos marxistas no se ocuparán de la juventud como una «clase social» definida aparte. Más bien recogerán parte de esa concepción «física-psicológica» de la juventud como potencial rebelde, idea predominante en la época, para convertirla en una potente fuerza social a favor de la Revolución. De todas maneras, los estudios sociológicos que desarmaban ese carácter emocional y biológico de la juventud aparecieron pronto, en la década de 1920. El intelectual español José Ortega y Gasset sería uno de los autores destacados que comenzaron a incluir el concepto de generación para definir con un encaje de cariz «sociológico» a la idea de juventud. El contexto histórico y socioeconómico en el que una generación vivía la juventud sería fundamental para definir a esa etapa de la vida. Llegó el «Funcionalismo» de Talcott Parsons y la «juventud como entidad social» comenzó a tener una función positiva, como parte de las estructuras sociales que lograrían la estabilidad social. El funcionalismo parsoniano reconocía la complejidad de la cultura juvenil, la diferencia generacional, pero establecía como positivo que esa dialéctica fuese la acción social que procurase los cambios sociales

Sin embargo, los críticos al funcionalismo sociológico destacaban su faceta «clasista». Esos análisis sociológicos funcionalistas de la juventud, como motor de cambio social, eran sobre los jóvenes de clase media-alta urbana en el mundo occidental con diferentes realidades a las de la mayoría de jóvenes de las otras tres cuartas partes del planeta. Considerar a la «Juventud» como un concepto universal o con exclusivas características biológicas y psicológicas, no ha servido para analizar su verdadera significación social e histórica. Los estudios de campo de las revoluciones juveniles de los años 1960 han desmentido teorías como tener las causas en conflictos generacionales o en las luchas políticas contra la desigualdad social. La mayoría de los jóvenes del mayo del 68 eran de clases favorecidas y tenían progenitores con estudios medios. Los antidisturbios que se les enfrentaban eran de su misma franja generacional. 

Así, con estas «contradicciones sociológicas», se percibe la necesidad de continuar analizando un concepto complejo, «Juventud», que es, según el mayor consenso ahora en las ciencias sociales, una construcción social y, por tanto, una construcción histórica. Factores socioeconómicos han prolongado en las sociedades desarrolladas la franja de edad joven hasta los 45 años. En cambio, en otros lugares del mundo esa edad es la media de la esperanza de vida. Y, por otra parte, lo que sí tiene un parámetro común en casi todas las sociedades es el alto nivel de sacrificio exigido a la juventud en momentos cruciales o en determinadas circunstancias históricas. Como los protagonistas de la fotografía que encabeza el artículo, los jóvenes estudiantes de Eton apremiados por las circunstancias vividas en su sociedad a hacer instrucción militar. Dejar sus «prerrogativas» juveniles y acelerar su actuación como adultos en un contexto crítico (la II Guerra Mundial), excepcional. Algo que los espartanos antiguos tenían como forma «natural» de vida. 


*Bibliografía consultada

Souto Kustrín, Sandra; Juventud, Teoría e Historia: la formación de un sujeto social y objeto de análisis. Instituto de Historia del CSIC. Publicado en HAOL, Núm. 13 (Invierno, 2007), 171-192


Gustavo Adolfo Ordoño © 

Historiador y periodista 

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