La División Azul, voluntarios y no tan voluntarios en su complicado encaje de la Memoria Histórica

Fotograma del documental sobre la División Azul, "Extranjeros de sí mismos"



 Los reparos y prejuicios que se vierten sobre la División Azul son comprensibles. Comprobando la documentación de la época, lo que parecía unir a todos esos voluntarios para combatir junto a la Alemania de Hitler fue el fervor anticomunista. Se apreció una disposición de combatir hasta el final contra la que consideraban la mayor amenaza del mundo, según la propaganda fascista: el régimen bolchevique de la Unión soviética y su temido líder, Stalin. Cuando en 1941 en Madrid se hicieron las levas para reclutar voluntarios, los diarios de la época se llenaron de propaganda anticomunista. Las expectativas se cumplieron de sobra. Cerca de 20.000 voluntarios se lograron en apenas dos meses. Ese es un dato que también deberíamos asumir desde una “neutral” memoria histórica de país.

 También es cierto que en su mayoría esos voluntarios estaban influidos por su ideología fascista. Mucha de la tropa y de los suboficiales de esa división que se dispuso para combatir al comunismo fueron voluntarios falangistas ex combatientes de la Guerra Civil. Los oficiales de mayor rango fueron miembros del ejército regular de Franco y algunos universitarios de buena familia, afines al recién creado Movimiento Nacional, de inspiración “joseantoniana”, por José Antonio Primo de Rivera, fundador de la Falange.

 Por tanto, resulta imposible hacer conmemoraciones y homenajes oficiales a un grupo militar de voluntarios que sirvieron a los nazis. En el proceso de asumir su pasado, Alemania optó por prohibir toda simbología nazi. Sería inapropiado hacerlo en España. Otra cosa es hacer memoria "personal", no oficial, desde la libertad de cada uno. Fue el caso de la memoria de personas que participaron en esos regimientos y que por azares de la vida han llegado a ser personajes notorios de nuestra sociedad y cultura.

 Se trata de historias como la de Luis García Berlanga, director de cine; y la de Luis Ciges, actor veterano, secundario de lujo en muchas películas de la filmografía española de los últimos tiempos. Ambos, ya fallecidos, representaban el otro tipo de “voluntario”. El que se dio más en los siguientes reemplazos, cuando la dureza de la campaña nazi en Rusia empezó a cobrarse vidas y a generar mutilados de guerra. A finales de 1941 ya no era tanto el fervor y el voluntariado surgió más como “obligado” que como de libre elección. Luis Ciges soportó un drama familiar durante toda su vida, un trauma que marcó su destino.

 Su padre, Manuel Ciges, gobernador republicano de Ávila, fue acribillado a balazos delante de sus ojos por un grupo falangista en 1936. Luis contaba solamente 15 años. Hasta que acabó la guerra estuvo internado en un monasterio de frailes, luego fue obligado a alistarse a los requetés y poco después, sugiriendo que “lavaría” el honor familiar, a la División Azul. En ella conoció a otro voluntario forzoso, el que sería el renombrado cineasta Luis García Berlanga, con padre republicano defenestrado también, para el que, curiosamente, trabajaría como actor en varias películas.

Estas historias de estos participantes en la División Azul están directamente interrelacionadas con el periodo y fundamento que ampara y garantiza la Ley de Memoria Histórica (2007). ¿Entonces?



 © Gustavo Adolfo Ordoño
    Historiador y periodista 

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